Vinos 'indies'
Rara de Raro aprovecha con audacia uvas desechadas
"Hacemos vinos como le gustaba a la abuela. Claretes, sencillos. Raros. Utilizamos uvas que cualquier enólogo hubiera rechazado". Así de atrevidos son Germán R. Blanco y Marta Botas, amigos de infancia y cómplices en la aventura profesional Rara de Raro (raraderaro.blogspot.com). Crean vinos indies, alternativos, sin bodega fija y, literalmente, de garaje: uvas pisadas con pies desnudos, sin máquinas; con calderos y cubos de plástico. Eso sí, reposo del caldo en barricas de roble. Pero sin filtrados, clarificados ni estabilizados, sin enzimas, sin esos añadidos en la cosmética de los vinos de diseño y sin grados alcohólicos altos. No buscan puntos Parker, lo suyo es "un divertimento". Aunque lo hacen en serio. "Queremos desarrollar proyectos sin corsés comerciales o laborales ni los impuestos por la crítica", proclaman. Los dos son asturianos, de Gijón, y nacieron el mismo año, en 1977. "Cuando Annie Hall se estrenó en los cines de medio mundo", dicen, y ambos estudiaron en Madrid. Él es un consultor vitivinícola y sus campos de acción están en la Ribera del Duero y El Bierzo: tempranillo, mencía, tinta del país, cabernet y merlot son las uvas que maneja. Además, gestiona la empresa La Tienda del Vino y el gastrobar de Gijón La Maleta del Loco. Ella, que perteneció al disuelto colectivo de diseño y comunicación La Cle y realizó proyectos de interiorismo con Irene Bas (Bas con Botas), es autora de las etiquetas de los vinos de Rara de Raro y también ha realizado toda la gráfica (menús, cartelería...) del gastrobar de Germán. Vinos aparte, diseña la imagen de la moda de Carmen March y su proyecto más reciente ha sido ilustrar un irónico libro para niños de Luis Piedrahita, Diario de una pulga (que saldrá en febrero).
Sus carreras fueron en paralelo, pero luego confluyeron sus intereses y han destilado a través de las uvas, dicen, "el gamberro que llevábamos dentro".
La primera rareza de Rara de Raro, en 2006, fue Osadía, "un vino que reivindica que nuestros abuelos también elaboraban vinos, esos que se bebían cuando no existían ni copas estilizadas ni tantos remilgos". Esos vinos que sabían rico en los vasos de Duralex eran "polivarietales, mezclas de uvas tintas y blancas y se llamaban claretes, a no confundir con los rosados actuales", aclara el enólogo. El líquido de la Osadía pasó cuatro meses en barrica y se embotelló en 4.000 unidades. El remite de las uvas: Ribera del Duero. La dedicatoria de esta obra efímera: "al recuerdo de la abuela Aurora".
El segundo atrevimiento de estos raros fue El Año del Desastre. El nombre viene del punto de partida: "a finales de septiembre de 2007 una helada tardía y brutal fulminó las ilusiones de muchos viticultores del Duero burgalés. Entre ellos estábamos nosotros y nos encontramos con un viñedo centenario fulminado por la helada. El hielo había quemado las hojas y había impedido su maduración polifenólica completa", cuenta Germán Blanco. Pero se lanzó al reto: extraer vino de la supuesta uva desechable. Y El Año del Desastre se concentró en 2.000 botellas, de las que quedan apenas 300.
La tercera aventura, Rara de Raro 3, es un "cabernet de montaña", un vino "sin levaduras ni enzimas, de uvas muy aireadas y viñas sin tratar". Sin conservantes ni colorantes, como dicen los anuncios. ¿Biodinámicas? ¿Orgánicos? "Pasionales".
El secreto de los vinos raros no es tan secreto: "Aplico el sentido común", asegura el joven enólogo. "Trato a las viñas como si fueran un hijo".
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