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Reportaje:HISTORIA

Cuando Barcelona tenía cartel

Antonio Lorca

Al caer la tarde del pasado 27 de septiembre, la puerta grande de la plaza de toros Monumental de Barcelona se abrió de par en par para que saliera a hombros de la multitud un torero triunfador llamado José Tomás, convertido en símbolo reivindicativo de la fiesta en Cataluña.

Cuando el coche cuadrilla se perdió entre el intenso tráfico del centro de la ciudad, un sabor agridulce había quedado impregnado en el ambiente. Era, quizá, aquélla una fecha histórica que marcaría la jubilación definitiva del viejo coso. Lo cierto es que el añejo sonido del cerrojo de la puerta grande sonó aquella tarde a triste despedida. Nunca como entonces se tuvo la sensación de que se cerraba para siempre una página gloriosa de la historia de Cataluña.

"La afición a los toros adquirió tal fuerza que entre 1914 y 1923 funcionaron tres plazas a pleno rendimiento"

Pero los tiempos cambian, y la conclusión final es que la línea que separa el esplendor del ocaso es muy débil, y nunca responde a una sola causa. No resulta fácil, por tanto, encontrar un único responsable de ese rictus amargo que la tarde del pasado 27 de septiembre quedó entre quienes, desolados ante el incierto futuro, abandonaban la plaza con la impresión de haber sido testigos del fin de los toros en Cataluña.

De todos modos, decida lo que decida la próxima primavera el Parlamento de Cataluña sobre la Iniciativa Legislativa Popular que pretende la abolición de los festejos taurinos, lo que no admite discusión es que la fiesta de los toros ha sido parte consustancial de la reciente historia de esta comunidad, del mismo modo que es indiscutible que el esplendor del pasado cedió hace años el testigo a una atonía generalizada, hasta el punto de que el último triunfo de José Tomás en Barcelona no es más que un hecho testimonial en el conjunto de una comunidad autónoma que, hoy por hoy, vive mayoritariamente de espaldas al espectáculo taurino.

La tauromaquia se instaló en Cataluña con la misma fuerza que lo hizo en el resto de España, y, según cuenta Luis Permanyer, cronista de la ciudad de Barcelona, el primer festejo taurino fue organizado por el rey Joan I, en la llamada plaza del Rey, en 1387.

Pero es a partir de 1834, con la inauguración de la plaza de El Torín, en el barrio de la Barceloneta, cuando el toreo se establece en la capital, y la afición a los toros adquiere tal fuerza que se produce el hecho único en la historia del toreo de que, entre los años 1914 y 1923, funcionan a pleno rendimiento tres plazas en la Ciudad Condal: la citada de El Torín, Las Arenas, inaugurada en 1900, y la Monumental, que abrió sus puertas en 1914.

En la plaza de El Torín tomó la alternativa el primer matador catalán de la historia, Pere Aixelà, Peroy, y en ella se presentaron Joselito, El Gallo, en 1912, y, un año después, Juan Belmonte, quedando la afición conmocionada por la personalidad de ambos.

Para entonces, ya estaba la fiesta asentada en Cataluña, y se celebran festejos en las plazas de Tortosa, Olot, Figueras, Camprodón, Mataró y Tarragona. Asimismo, Barcelona alcanza el millón de habitantes a finales del siglo XIX, y se plantea la construcción de una plaza de mayor capacidad. El 29 de junio de 1900, se abre Las Arenas, un edificio mudéjar, con capacidad para 14.893 espectadores. Pero la fiesta bulle con tal intensidad que, aunque pueda parecer un contrasentido, catorce años más tarde, el 12 de abril de 1914, se inaugura la de El Sport, que tuvo que ser remodelada sólo dos años más tarde para ampliar su capacidad hasta las 20.000 localidades, por lo que recibió el nombre de la Monumental.

Si se tiene en cuenta que El Torín se cierra definitivamente en 1923, durante 10 años, hubo en Barcelona tres plazas de toros funcionando a pleno rendimiento. Y desde esa fecha hasta 1977, que se clausura Las Arenas para transformarla en centro comercial, dos cosos en los que se celebran festejos simultáneamente.

Hasta el inicio de la guerra civil, Cataluña vibra con las gestas de los grandes toreros y todas las clases sociales se divierten en sus plazas; y a ellas acuden también los políticos, algunos de la talla de Francesc Macià y Lluís Companys, líderes de Ezquerra Republicana y presidentes de la Generalitat durante la II República, que disfrutan como unos aficionados más con la pasión del momento.

Tras la contienda nacional, la fiesta de los toros resurge con nuevas fuerzas, y Barcelona se erige como capital indiscutible del mundo taurino durante los años cuarenta y cincuenta gracias a un singular personaje, un catalán llamado Pedro Balañá Espinós, posiblemente el empresario taurino más importante de la historia, profundamente innovador, que revolucionó la fiesta de los toros, mandó en ella con suficiencia, y desde su irrupción en 1926 hasta su muerte en 1965 mantuvo arrebatada a una afición que llenaba las plazas tarde tras tarde, domingo, jueves y sábados.

Balañá nace en 1883 y pronto destaca por su inteligente olfato para los negocios. En 1926, consiguió la gestión de Las Arenas, y, un año más tarde, se estrenó como empresario de la Monumental, plaza que compró en 1947 por quince millones de pesetas. Al tiempo que amplió su influencia a otras plazas españolas, evidenció su imaginación al poner en marcha un invento que encandiló a los públicos, consistente en repetir a los toreros triunfadores tantas veces como hiciera falta, hasta que los espectadores se cansaban o el torero sucumbía a las exigencias de los tendidos.

Balañá convirtió a Manolete, la máxima figura de la posguerra, en el ídolo de Barcelona. Desde su debú en octubre de 1939 hasta 1947, año de su muerte, el diestro toreó 72 tardes en la capital catalana; pero antes de que el público se cansara del torero, lo enfrentó en reñida competencia con el mexicano Carlos Arruza.

Muerto Manolete en Linares, su ausencia se notó en las taquillas, pero Balañá encontró pronto un sustituto en un novillero natural de Huelva, tan valiente como heterodoxo, que pronto se convirtió en el preferido de los aficionados catalanes. El año de su debú, en 1954, llegó a torear hasta 24 tardes, según la costumbre del empresario de repetir al triunfador.

Hasta 178 tardes llegó a torear Chamaco en La Monumental y Las Arenas, muchas de ellas mano a mano con Joaquín Bernadó, torero de elegantes maneras nacido en Santa Coloma de Gramanet, y que hoy recuerda a Pedro Balañá "con gran respeto y admiración porque ha sido el mejor empresario del mundo taurino". Bernadó ostenta el récord de actuaciones en Barcelona: 250 corridas más 40 novilladas, y no olvida que en 1988, Pasqual Maragall, alcalde de la capital catalana, le impuso la Medalla al Mérito Artístico, y pronunció unas palabras que han quedado para el recuerdo: "Los que nieguen la tradición taurina de Cataluña desconocen su historia".

Pedro Balañá, que llegó a organizar 1.085 corridas de toros y 913 novilladas, entró en el negocio de las salas de cine en 1943 y creó un importante grupo empresarial que hace sólo un par de años gestionaba 44 salas y cinco teatros.

Pero el mítico empresario falleció el 24 de febrero de 1965, a la edad de 81 años, y ya nada fue igual. Le sucedió su hijo, Pedro Balañá Forts, quien no heredó su capacidad innovadora. Llegó el turismo y su negativa influencia sobre la calidad del espectáculo taurino; el toro bravo se desnaturalizó, y los verdaderos aficionados comenzaron a desertar de las plazas. Surgieron nuevas formas de ocio, el desarrollo permitió huir de las ciudades los fines de semana, y todo ello, se unió a la ausencia de un torero con personalidad suficiente para ilusionar a las nuevas generaciones.

Algunos culpan, quizá con razón, al empresario de abandono, pero nadie olvida que el espectáculo taurino ha perdido en todo el país el interés de hace años. Y otro dato: Barcelona es una plaza de temporada (se celebran festejos durante todo el año), pero carece de un ciclo ferial, como Madrid, Sevilla o Pamplona, donde la fiesta también atraviesa un momento difícil, que queda disimulado con sus tradicionales citas anuales.

El paso del tiempo ha demostrado, además, que la tauromaquia caló más como opción de divertimento general, que como elemento vertebrador económico y cultural de la sociedad catalana. En la industrializada y urbana Cataluña no pastan ganaderías bravas -sólo cuatro encastes para los correbous (encierros muy populares en la Cataluña sur, que no se verán afectados si prospera la ILP, en los que los animales sufren maltrato por parte de los mozos, pero no se les mata)-, lo que anula todo interés por el conocimiento del toro bravo y su entorno; sólo existe una escuela taurina -privada, por supuesto- que tiene su sede en el campo de fútbol de Hospitalet de Llobregat, y que no recibe subvención pública alguna; y en consecuencia, han sido muy escasos los toreros nacidos allí -actualmente, sólo Serafín Marín presume con orgullo de tal condición-.

nO SERÍA JUSTO, no obstante, ocultar otro elemento primordial en la práctica desaparición de la fiesta en Cataluña, que no es otro que una ofensiva política sin precedentes contra las corridas de toros. En 1988, el Parlamento promulga la Ley de Protección de los Animales, que impide la celebración de espectáculos en plazas portátiles y prohíbe la entrada a las plazas a los menores de 14 años; en 2004, el Ayuntamiento de Barcelona declara a la capital catalana como ciudad antitaurina, acuerdo que se repite miméticamente en numerosos municipios, de tal modo que, por unas razones u otras, están cerradas todas las plazas, a excepción de la Monumental: Tortosa, Olot, Tarragona, Sabadell, Figueras, Manresa, Camprodón, Mataró, Girona, Vic, Cardona, San Feliu de Guíxols y Lloret de Mar; al año siguiente, Esquerra Republicana de Catalunya promueve que se prohíba la muerte del toro, aunque no sale adelante; en 2006 es el propio empresario Balañá quien recibe presiones para que abandone los espectáculos taurinos a cambio de una permuta de terreno público edificable, y, por último, la ILP, avalada por 180.000 firmas, que ha sido admitida a debate por el Parlamento.

En este sentido, el escritor Carlos Abella está convencido de que "la radicalidad de los planteamientos independentistas de Esquerra Republicana de Catalunya y su notoria oposición a todos los símbolos españoles les ha llevado a centrar parte de su estrategia popular en abolir la fiesta de los toros en Cataluña, complementando la más sutil oposición de muchos años de Convergencia i Unió". "Y todo ello", añade, "con la atemorizada complicidad de Balañá, que trata de velar que sus otros negocios no sufran el boicot de los nacionalistas".

Como contrapunto, en 2007 reapareció el diestro José Tomás en su plaza fetiche, Barcelona, y fue considerado como el redentor de la fiesta en Cataluña. Es un torero adornado de una apabullante personalidad que arrastra multitudes allá por donde pasa, al igual que se caracteriza por una desesperante comodidad, y un incomprensible y desconcertante silencio que en nada ayuda a ilusionar a una afición escasa y alicaída.

No son muchos los aficionados que quedan en Cataluña, pero no pierden la esperanza de que vuelvan tiempos mejores. Rosa Gil, presidenta de la Plataforma para la Difusión y Defensa de la Fiesta y viuda del diestro José Falcón, está convencida de que "la modernidad ha afectado muy negativamente a la fiesta en Barcelona", y lamenta, resignada, que los abonados a la Monumental no superen los cuatrocientos; de cualquier modo, dice que está dispuesta a transigir que el toro no muera en la plaza si así se evita la desaparición de las corridas.

Por su parte, el crítico taurino Francisco March espera que "no sea demasiado tarde para que los estamentos taurinos reflexionen, actúen y corrijan y, si se gana la guerra a los abolicionistas, emprender una tarea de regeneración de la fiesta".

En primavera se desvelará el futuro. Si el Parlament suprime los festejos taurinos, el gran beneficiado será Balañá, que recibirá una suculenta indemnización por los daños causados; en caso contrario, mucho tendrán que trabajar los taurinos para revitalizar una fiesta que, para la mayoría de los catalanes, ya forma parte de la historia. Sólo algunos recuerdan las muchas tardes de glorias vividas, y otros más los acordes lejanos de The Beatles, The Rolling Stones, Bob Marley o Bruce Springsteen, que utilizaron como privilegiado escenario el ruedo de la plaza de toros Monumental de Barcelona.

Tardes de gloria A la izquierda, la Monumental de Barcelona en una imagen de 1970; Manolete brindando un toro y, abajo, la actriz Ava Gadner con el torero catalán Mario Cabré. Sobre estas líneas, el político Lluís Companys presenciando un festejo desde el palco real de la Maestranza de Sevilla. Abajo, el empresario taurino Pedro Balañá. tendidos de sol y sombra. José Tomás sale a hombros de la Monumental de Barcelona el día de su reaparición. Antonio Borrero, durante una corrida en los años cincuenta. A su izquierda, Carlos Arruza en plena faena en la Monumental en 1957. Abajo, la plaza de Las Arenas, inaugurada en 1900.

José Tomás sale a hombros de la Monumental de Barcelona el día de su reaparición
José Tomás sale a hombros de la Monumental de Barcelona el día de su reapariciónCARMEN SECANELLA
Plaza de las Arenas, inaugurada en 1900
Plaza de las Arenas, inaugurada en 1900ARCHIVO FOTOGRÁFICO DE BARCELONA

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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