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AL CIERRE
Columna
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Jamón, jamón

Hubo una vez una pequeña colección de seres humanos materialmente rodeados por bandejas y más bandejas de jamón de bellota. Las bandejas pasaban una y otra vez ante sus narices, dejaban oler su penetrante aroma natural y permitían admirar su limpio corte, pero la pequeña colección de seres humanos ya no podía más. En su vida habían comido muchísimo jamón de alta gama, un jamón que si llevase ruedas tendría que llamarse Ferrari. Uno aprende que puede hartarse hasta de cosas de las que hartarse es imposible.

El suceso ocurrió hace poco en Montánchez, un pueblo extremeño que es cuna del jamón ibérico y el cochinillo trotón, la encina centenaria y el inspector de herencias. En efecto, cerca de Montánchez hay una encina de la que se dice que tiene 800 años, y Extremadura es la única autonomía, con Cataluña, que desnuda a los muertos para ver si llevan algo oculto entre la ropa. Será cierto, como decía Machado, que hay que ir ligeros de equipaje, para que el equipaje se lo quede el Gobierno.

Los afortunados -y rarísimos- seres humanos que ya no podíamos con tanto jamón pertenecíamos a la Federación Española de Periodistas de Turismo, y pretendíamos conocer la Extremadura profunda. Supongo que ése es un propósito noble, pero lo de rechazar el jamón de bellota nos será tenido en cuenta por nuestros hijos y por la historia.

Extremadura es aún tierra de retiro y meditación, y no lo digo sólo por Carlos V. Lo digo por Mérida, que fue la primera ciudad de retirados y jubilados de Europa. En efecto, cuando los legionarios de Roma se hacían viejos y olvidaban dónde habían puesto la lanza, el Imperio les daba tierras en Mérida y quién sabe si encima podrían entrar gratis al teatro. Todo el país es calmoso, quieto, apacible y permite la llanura y su mirada larga.

Permítanme pedir aquí un respeto -y un trato humano- para los animales que producen el jamón. Me impresionó saber que los cerdos, en el matadero, se agrupan por camadas instintivamente, aunque se hayan criado en distintas dehesas. Ante ese sentimiento casi humano de un animal que nos lo da prácticamente todo, hasta los que un día -mal hecho- rechazamos el jamón debemos tratarlo con humanidad. El jamón no necesita tormentos.

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