Genética de saldo
Dicen las leyes de la genética que de dos padres de ojos azules no puede salir un hijo de ojos oscuros. Lo que aún está por demostrar es que los hijos tengan tendencia a repetir los comportamientos de sus mayores, por mucho que Cécile Telerman se haya agarrado al primer dato para confirmar el segundo en Toda la culpa es de mi madre.
El resultado es un melodrama de tono romántico con toques de comedia y aire de fábula moral, pasajero o agradable para los que se queden en la superficie, y cochambroso para los que profundicen en la nefasta construcción de la historia (el azar como atajo de guión adquiere cotas de desfachatez), en su base de folletín de saldo, y en una puesta en escena que quizá Telerman pretenda académica, pero que sólo resulta pedestre.
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