Ominami y Frei pugnan por disputar la presidencia a la derecha chilena
El candidato independiente deja en evidencia el desgaste de la Concertación
La pugna entre Eduardo Frei, de 67 años, y Marco Enríquez-Ominami, de 36, por saber cuál de los dos disputará finalmente la presidencia al candidato único de la derecha, Sebastián Piñera (60), es el centro de la jornada electoral del próximo domingo. Las encuestas dicen que Frei ronda el 22,6% de los votos, mientras que Ominami se ha estancado en un 19,5%. Uno de los dos pasará a segunda vuelta, en enero, para pelear con Piñera, al que los mismos sondeos atribuyen un 38,2% de los votos. La gran pregunta es qué hará el joven ex diputado socialista en caso de no lograr la nominación: qué hará con sus votos y qué posibilidades tendrá de consolidar su proyecto político independiente.
La campaña parece adelantar el enfrentamiento Piñera-Frei y se centra cada vez más en el debate sobre los derechos humanos y la dictadura. Son las primeras elecciones presidenciales sin Augusto Pinochet (murió hace tres años), y la presidenta, Michelle Bachelet, no quiere que se olvide lo que representó. Ayer, en un acto conmemorativo del Día de los Derechos Humanos, se emocionó recordando a las víctimas de la dictadura y aseguró que había que seguir reclamando justicia.
Mientras, Frei arremetió contra quienes le acusan veladamente de haber presionado al juez que investigaba el asesinato de su padre, el ex presidente Eduardo Frei Montalva, para hacer públicas las conclusiones en plena campaña. Lo único seguro es que han hecho falta 20 años para empezar a aclarar aquel envenenamiento.
En Santiago casi no se ve propaganda de Ominami. Proliferan los carteles de Piñera, llenos de color, que intentan transmitir una imagen de cambio. El millonario, dueño de una televisión y del club de fútbol Colo-Colo, que se acaba de proclamar campeón, es comparado a veces con Silvio Berlusconi, pero es un hombre mucho menos expansivo, y sus asesores se empeñan en reducir esa sensación de lejanía. También abundan los carteles de Frei, siempre con la imagen de Bachelet en segundo plano, con la esperanza de que actúe como un ángel protector y consiga transmitir algo de su extraordinaria popularidad a su seco patrocinado.
Marco Enríquez-Ominami, o MEO, como acortan sus seguidores su largo nombre, se niega a hablar de cualquier posibilidad que no sea pasar a la segunda vuelta. Acaba de dar una conferencia de prensa en la esquina de dos céntricas calles y se dirige a su último mitin en un barrio extremo. "Dijeron que era imposible que me presentara y me presenté. Que no podría recorrer el país y le he dado nueve vueltas". "También dijeron que una mujer no podría ganar y ahí está Bachelet", se anima. La popularidad de la presidenta es tan grande que en esta campaña todo el mundo asegura que respetará su obra.
Pase lo que pase con Ominami, su campaña ha dejado de manifiesto el desgaste de la Concertación. El domingo se verá hasta qué punto la alianza de demócrata-cristianos y socialistas, que gobierna Chile desde 1990, está deteriorada. MEO apuesta a ello. El díscolo, como se titula un libro sobre él recientemente publicado, afirma que quiere abrir "una tercera vía" y arremete contra Frei: "La gente que está detrás de él y la que acompaña a Piñera no son lo mismo, pero los dos tienen mucho en común".
¿Si pierde, cómo logrará consolidar su movimiento político? "Con liderazgo", asegura. En teoría, su proyecto exigiría la ruptura de la Concertación y que se formase un polo de izquierda en torno a su Plataforma El Copihue (nombre de una flor), algo así como un intento de poner en marcha El Olivo italiano. Una idea difícil si no pasa a segunda vuelta.
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