Los Nobel con más premiadas de la historia
La escritora Herta Müller recibió los mayores aplausos de la ceremonia
Al final del banquete del Nobel de 1901, el año inaugural del galardón, no hubo baile porque no había con quién bailar: las mujeres tenían prohibida la entrada. Ayer, más de un siglo después, había cinco en el Auditorio de Estocolmo. Cinco de 12. O de 13, si contamos a Obama, que recibió por la mañana el Nobel de la Paz en Oslo rodeado de manifestantes, policía y polémica, tres ingredientes que en Estocolmo brillaron por su ausencia.
El número de mujeres en esta edición es un récord. Entre sus 822 laureados sólo cuenta con 40 científicas y escritoras (12 en Literatura; la mitad, en los últimos 20 años). En una edición en la que abundaban los premiados (todos menos dos) de nacionalidad estadounidense y el glamour viajaba en avión presidencial, las miradas se centraron en dos de las galardonadas. En Elinor Ostrom, la primera mujer en recibir el Nobel de Economía -que comparte con Oliver E. Williamson-, por sus trabajos sobre la gestión comunitaria de la propiedad. Y en Herta Müller.
Elinor Ostrom es la primera mujer que recibe el trofeo de Economía
Un fragmento de una sinfonía de Mendelssohn abrió la sobria ceremonia
La escritora rumana de lengua alemana pisó la alfombra azul del auditorio aferrada a un bolso negro y se sentó al lado de Ostrom mientras sonaba Mozart. Desde allí escuchó cómo Marcus Storch, presidente de la Fundación Nobel, se preguntaba en el discurso que abrió el acto por la razón de ser en el siglo XXI de unos premios nacidos con el espíritu del XIX. En la intervención menos previsible de la tarde, Storch señaló dos razones que certifican la vitalidad de los galardones más prestigiosos del planeta: son usados mundialmente como baremo de excelencia investigadora, y no paran de nacer premios que tratan de copiarlos. "La imitación", dijo, "es la forma más elevada de adulación".
Storch contestó después a una carta publicada en la revista New Scientist que señalaba que Alfred Nobel no pudo prever asuntos como el cambio climático o el sida. De ahí la petición de crear dos categorías más: una dedicada al medio ambiente y la salud; otra, a la neurociencia. Storch zanjó el asunto recordando que en las últimas tres décadas 29 galardonados lo fueron, sin inventar moldes, por sus investigaciones en los campos citados.
Respecto a otra de las peticiones-que pueda entregarse a organismos e instituciones- Storch recordó que esa posibilidad ya ha sido utilizada con frecuencia en el de la Paz. En el resto de categorías, los descubrimientos siguen siendo cosa de individuos concretos. Lo que hacen las instituciones no es más que aplicarlos.
Un fragmento de la Quinta Sinfonía de Mendelssohn, conocida como Reforma, dio paso a la sobria ceremonia de entrega (poco más de una hora), de los diplomas y medallas en la que, siguiendo la tradición, los discursos corren a cargo de los académicos suecos y no de los premiados, que tienen que esperar al banquete de la noche para decir unas palabras de agradecimiento (cargadas de humor muchas veces).
En el Auditorio, el orden fue el marcado por Nobel en su testamento. Cierra la Economía y abre la Física, que este año recayó en tres "maestros de la luz" y la fibra óptica: los estadounidenses, cómo no, Charles K. Kao, Williard S. Boyle y George E. Smith. Luego, la israelí Ada E. Yonath (Química), que compartió galardón con dos estadounidenses más: Venkatraman Ramakrishnan, nacido en India, y Thomas A. Steitz.
Tras Elizabeth H. Blackburn, Carol W. Greider y Jack W. Szostak -Nobel de Medicina- fue la hora de Herta Müller. "Con la concentración de la poesía y la objetividad de la prosa dibuja los paisajes del desamparo", dijo en octubre la Academia Sueca para justificar el premio a esta mujer menuda de ojos asombrados cuya aparente fragilidad contrasta con la fuerza de sus historias, marcadas a fuego por el pasado nazi de su padre, la deportación a la URSS de su madre y su propia huida de la dictadura de Ceausescu. Por una vez las palabras de un jurado eran algo más que retórica de manual. "A vida o muerte". Así dijo que escribe Müller el académico encargado de presentarla, Anders Olsson, que la situó en la tradición de Thomas Bernhard, y le aplicó un término, "contraexilio", acuñado por Claudio Guillén para ponderar cómo algunos escritores desterrados huyen de la nostalgia y convierten en fértil su propio desarraigo. Müller dejó el bolso y se acercó al rey de Suecia, que le saca una cabeza y dos cuerpos. Tres reverencias, media sonrisa y vuelta a la fila de los inmortales. En su novela La bestia del corazón (Siruela) escribió: "Si nos mantenemos en silencio, nos odiamos a nosotros mismos. Si hablamos, nos volvemos ridículos". Con ese dilema y sus dos puños levantó durante décadas un muro contra el terror político. Ayer sonó para ella el aplauso más largo.
Babelia
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