Carta abierta al presidente Lula
La decisión tomada por el Tribunal Supremo brasileño de extraditar a Italia a Cesare Battisti, condenado en su país por actos de terrorismo, exige la intervención del presidente de la República
Señor presidente de la República:
Sé que el debate en torno al caso de Cesare Battisti, antiguo apologista de la lucha armada, acusado de actos de terrorismo en la Italia de los años setenta, está desatando pasiones en su país.
Y también sé que los engranajes de las instituciones brasileñas, el agotamiento de los procedimientos previstos en su Constitución, la división en el seno del Tribunal Supremo y, luego, la decisión de este organismo, por un único voto, de permitir la extradición, hacen que ahora le corresponda a usted, y sólo a usted, decidir si el antiguo fanático, hoy escritor, debe ser entregado a Italia o no.
Antes que nada, señor presidente, quisiera decirle que nadie odia el terrorismo más que yo.
La condena de Battisti se basó en el testimonio de un arrepentido que obtuvo impunidad a cambio de la denuncia
Me parecería preocupante ver a Lula desacreditar una tradición de acogida que honra a su nación
Y quisiera dejar claro que la lucha contra ese terrorismo, la lucha contra el derecho que se arrogan algunos, en democracia, a dictar sus propias leyes y a recurrir a las armas para hacer oír su voz, es una de las constantes de mi vida.
Si, no obstante, me dirijo a usted, es porque, precisamente, no está probado que Cesare Battisti sea el terrorista que describe la prensa y cuyos crímenes, si los hubiera cometido, no merecerían indulgencia alguna.
Sé que fue condenado como tal por un tribunal de un país cuyo talante democrático no me atrevería a poner en duda ni por un instante.
Pero incluso las mejores democracias cometen errores e injusticias y Francia -que durante la guerra de Argelia se tomó tantas libertades con la libertad- sabe algo de esto; lo mismo que los Estados Unidos de George Bush, tras el 11 de septiembre, y que muchos otros.
Lo cierto es que el proceso contra Cesare Battisti, ese proceso que, hace veintiún años, lo declaró culpable en rebeldía de los asesinatos del guardián de prisión Santoro y del agente de policía Campagna, plantea al menos tres verdaderos interrogantes.
El primero se refiere a los elementos en los que se fundamentó la condena a Cesare Battisti: esencialmente, el testimonio de un arrepentido, es decir, de un criminal que entonces obtuvo la impunidad a cambio de denunciar a sus supuestos cómplices. Cesare Battisti ya había huido a México, desde donde, más tarde, se trasladaría a Francia; no estaba allí para protestar ni para defenderse ni aun para mantenerse realmente informado de lo que ocurría, mientras el arrepentido, Pietro Mutti, le endosaba todos los crímenes de la organización en la que ambos militaban.
El segundo se refiere a un punto preciso del mecanismo de la justicia italiana y al hecho de que, contrariamente a lo que ocurre en su país o en el mío, señor presidente, los condenados en rebeldía no tienen, en caso de ser atrapados, derecho a un nuevo proceso en el que poder defenderse; de forma que, si usted decidiera dar curso al procedimiento de extradición, en cuanto regresase a Italia, el interesado iría a la cárcel para el resto de su vida (pues tal fue la condena, inapelable, dictada en el juicio en rebeldía). Y sería el único reo de esta clase que no tiene la posibilidad de comparecer ante sus jueces, de afrontarlos en persona y de responder, cara a cara, de los crímenes que se le imputan.
Y, en tercer lugar, añadiré este "detalle": Cesare Battista, al que hace dos años visité en su prisión de Brasilia, niega, y siempre ha negado, los crímenes en cuestión. Después de examinar el caso y, a la vista de las numerosísimas mentiras con las que, según se ha demostrado, el arrepentido Mutti acostumbraba a adornar sus "confesiones", muchos juristas estiman plausible -y digo bien: plausible- la inocencia de Battisti; de forma que corre usted el riesgo de ver terminar sus días en prisión a un hombre cuyo único crimen podría ser, según esta hipótesis, el de haber suscrito en su juventud las funestas teorías de la violencia revolucionaria.
Yo amo a Brasil, señor presidente.
Admiro el ejemplo de fidelidad al ideal de justicia y a los principios de comedimiento y sensatez que está dando a América Latina y al mundo.
Me parecería preocupante ver a "Lula" desacreditar una tradición de acogida que honra a su nación y ha permitido que varios miles de hombres y mujeres, procedentes de decenas de países, hayan encontrado refugio en ella.
Como decía un célebre escritor francés, Battisti es "un individuo sin importancia colectiva".
Sobre sus hombros no reposa ninguno de los grandes intereses geoestratégicos que habitualmente desencadenan las movilizaciones.
No le oculto que, en Europa, esa soledad, esa eminente debilidad, contribuyen a hacer de él el blanco de una campaña de prensa tan feroz como desproporcionada.
Aun así.
Mejor dicho: razón de más.
Todos nosotros hemos defendido en numerosas ocasiones diversos principios en casos de mayor relieve o trascendencia, o cuyo protagonista era alguien esencial. Eso es fácil.
Defender los mismos principios cuando la causa es más compleja, el protagonista no tiene buena prensa y, por añadidura, todos sabemos que su visión del mundo y la de usted están en las antípodas, es más difícil, pero, en mi opinión, no menos necesario.
Es la razón por la cual, señor presidente, espero con impaciencia y confianza su decisión.
Traducción de José Luis Sánchez-Silva.
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