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Columna
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Honduras estalla en Latinoamérica

Era la apoteosis de la democracia; el caso que reconciliaba a todos los que están en contra de los golpes de Estado, o al menos los que dan otros. Honduras era un festival del que sólo los golpistas estaban ausentes. El presidente venezolano, Hugo Chávez, y el resto de América Latina; el presidente estadounidense, Barack Obama, y la UE condenaban el golpe militar con el derrocamiento de Manuel Zelaya el 28 de junio. Roberto Micheletti, del Partido Liberal como el presidente, había convocado la asonada militar y usurpaba su puesto interinamente. Pero la asociación de amigos de Zelaya se había ido debilitando en las últimas semanas, hasta desintegrarse a causa de las elecciones presidenciales del domingo 29, en las que era elegido Porfirio Lobo, del Partido Nacional, pero tan alejado políticamente del mandatario como el resto del establecimiento hondureño. Y en el propio centro de la voladura de ese falso consenso se abría una grieta entre otros dos presuntos amigachos: Brasil y Estados Unidos.

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El objetivo de tan vasta cohorte era restablecer en el poder a Zelaya, hombre de la derecha profunda recalificado, sin embargo, como chavista, que pretendía reformar la Constitución para permitir la reelección presidencial. El mínimo común denominador de este improvisado zelayismo era defender la democracia desautorizando el golpe, pero bajo capa los designios de los principales actores delataban graves diferencias. Washington admitía que Zelaya recuperara el cargo y diera democráticamente el relevo al nuevo mandatario en enero, quien, como en ningún caso habría sido partidario de Chávez, le cuadraba bien las cuentas; Brasil, en cuya Embajada sigue asilado Zelaya desde el 21 de septiembre, exigía que el presidente fuera reinstalado cuanto antes, aunque estaba de acuerdo en que no creciera la nómina de chavistas. Y Venezuela, que había ingeniado el regreso de Zelaya metiéndolo en jugada de mano maestra en la Embajada brasileña, se conformaba con crearle el máximo común múltiplo de dificultades a Washington y Brasilia, todo lo que se parece bastante a lo que está sucediendo.

Micheletti tenía, sin embargo, sus propios planes, y maniobraba para que Zelaya recuperara la presidencia después de celebradas las elecciones, de forma que su reposición por sólo unos días dejara claro quién era el vencedor de la crisis. Al comprobar el presidente legítimo que su regreso al poder sería visto y no visto, optó por declarar nulas las elecciones, como también hacía Venezuela flanqueada por los sospechosos habituales -Ecuador, Bolivia y Nicaragua-; en un segundo círculo, Argentina, Paraguay, Uruguay y Chile; y en el último anillo exterior, España y la UE; Obama, con otros avisperos en los que meter la cabeza, daba, en cambio, por buenas las elecciones, arrastrando consigo a Panamá, Perú, Costa Rica y Colombia; México, como de ordinario, miraba para otro lado como si Honduras estuviera en Marte; y, finalmente, Brasil también negaba la validez de la consulta porque el presidente Lula da Silva no podía ser menos exigente en cuanto a observancia democrática que Hugo Chávez, ni, como gran potencia en ciernes, hacer seguidismo de Obama.

Ahí comenzaba a abrirse la brecha con Estados Unidos. El asesor para política exterior de Lula, el gaucho Marco Aurelio García, calificaba de "decepcionante" la política latinoamericana de Obama, decepción que consistía en que el presidente brasileño se sentía traicionado porque su homólogo norteamericano le había dejado solo junto a Chávez, con la patata caliente de Zelaya aún en la embajada. Llovía sobre mojado porque ya existía una irritación de fondo por el acuerdo con Bogotá para utilizar siete bases militares en territorio colombiano. Y aunque estaba programada de antemano, el colofón a tanto desencuentro era la visita del presidente Mahmud Ahmadineyad, precisamente cuando crecía la tensión entre Washington y Teherán por la negativa iraní a poner bajo control internacional su industria nuclear.

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Un país tan modesto como Honduras, con dos tercios de pobres entre sus 7,5 millones de habitantes; 2.000 millones de euros anuales en remesas del exterior, equivalentes al 25% del PIB; 58 muertes violentas por 100.000 habitantes y año, ha puesto al descubierto el desorden imperante en el concierto de naciones de América Latina, tanto que en la cumbre iberoamericana de Lisboa se hacían ayer prodigios semánticos para dictar un comunicado conjunto de sus 21 miembros presentes sobre la crisis. Pero el grupo zelayista, mucho más artificial que el de quienes quieren olvidar el golpe, se deshará pronto y la mayoría acabará por reconocer al Gobierno de Tegucigalpa. Micheletti, astuto y cazurro, ha podido con todos.

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