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La guerra afgana

Obama anuncia una estrategia de salida

El plan del presidente prevé el inicio de la retirada de Afganistán en este mandato - EE UU enviará 30.000 soldados más en los próximos seis meses

Antonio Caño

Barack Obama anunció anoche una nueva estrategia para Afganistán que incluye el rápido despliegue de 30.000 soldados más y un calendario de retirada a partir de julio de 2011, idóneamente tras haber acabado con la amenaza terrorista que ese país representa actualmente para EE UU, Pakistán y el resto de la comunidad internacional. Esta nueva estrategia limita los objetivos de la presencia militar estadounidense, impone un control más exigente sobre las autoridades afganas y requiere una mayor participación de los aliados de la OTAN.

El plan desvelado por el presidente norteamericano tras varios meses de análisis y consultas representa, al mismo tiempo, una considerable agudización de la guerra y el comienzo de su final. Obama satisface casi totalmente las demandas de los militares para recuperar cuanto antes la iniciativa en el escenario de la batalla y, a la vez, establece una fecha de referencia con el propósito de evitar el empantanamiento y la vietnamización del conflicto.

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"Estos 30.000 soldados adicionales afrontarán la insurgencia y asegurarán los centros de población, incrementarán nuestra capacidad para adiestrar a unas fuerzas de seguridad afganas competentes y ayudarán a crear las condiciones para que EE UU transfiera la responsabilidad a los afganos", manifestó Obama en su esperado discurso en hora de máxima audiencia televisiva (dos de la madrugada en la España peninsular) ante los alumnos de la Escuela Militar de West Point, un símbolo único del poder militar estadounidense y del prestigio de las fuerzas armadas en esta sociedad.

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"Este refuerzo", dijo, "nos permitirá empezar la salida de nuestras tropas de Afganistán a partir de julio de 2011. Tal como hemos hecho en Irak, acometeremos esa transición responsablemente, teniendo en cuenta las condiciones sobre el terreno. Seguiremos asesorando y asistiendo a las fuerzas de seguridad afganas para asegurarnos de que tengan éxito a largo plazo, pero debe quedar claro al Gobierno afgano y, sobre todo, al pueblo afgano, que ellos son en última instancia los responsables de su propio país".

Entre tantos discursos relevantes que Obama ha pronunciado ya en su joven presidencia, el de ayer ocupa por ahora el lugar de honor. En menos de tres cuartos de hora Obama intentó convencer a los militares inseguros de su misión, a los congresistas contrarios a gastar más dinero, a sus compatriotas reacios a entregar más vidas, a los afganos y paquistaníes temerosos del avance talibán y a los aliados perezosos ante la perspectiva de más esfuerzos militares. Todas sus cualidades como líder, como comunicador, como comandante en jefe, se vieron sometidas a una prueba crucial.

Tardará algún tiempo en saberse si ha conseguido solventar este difícil trámite en el que se juega sin duda su futuro político. Salvando las distancias, este 1-D es el 11-S de Barack Obama. Una profundización de la guerra en Afganistán que no produzca resultados ostensibles en un plazo razonable enajenaría al presidente de sus aliados naturales en la izquierda y lo convertiría en un blanco fácil de los conservadores en la próxima batalla electoral.

Obama respondió a la enorme expectación creada con un discurso en el que combinó los aspectos emotivos del sacrificio humano que está pidiendo a los estadounidenses con el rigor y la profesionalidad que se le suponen a quien toma la decisión que cree que es mejor para todos aunque, de momento, quizá no satisfaga por completo a nadie.

El primer paso de la nueva estrategia es el del refuerzo. Pese a las dificultades logísticas, la Casa Blanca pretende que todas las fuerzas estén en el teatro de operaciones en la primera mitad de 2010, de modo que para el inicio del verano haya ya 100.000 soldados de EE UU en Afganistán. Las primeras unidades de marines se preparan para partir al frente antes de Navidad, y los mandos militares han recibido órdenes de acelerar la preparación en otras guarniciones para que el refuerzo se lleve a cabo sin interrupción desde principios de año.

Obama quiere levantar la moral de los combatientes y frenar urgentemente el avance de los talibanes y sus aliados de Al Qaeda. Las tropas de refresco ayudarán a ganar el control en la disputada provincia de Helmand (sur), y contribuirán a que los gobernantes surgidos de las últimas elecciones afganas adquieran autoridad y prestigio entre la población.

Para potenciar esa labor, el presidente recordó anoche la responsabilidad de la OTAN. "Puesto que esto es un esfuerzo internacional", afirmó, "he pedido que nuestro compromiso sea seguido por las contribuciones de nuestros aliados. Algunos ya han aportado tropas adicionales y estamos convencidos de que habrá más contribuciones en los días próximos. Tenemos que estar juntos para acabar esta guerra con éxito. Lo que está en juego no es sólo la credibilidad de la OTAN, sino la seguridad de nuestros aliados y la seguridad común del mundo".

Pero el despliegue es sólo una parte de la nueva estrategia. Tan importante como eso es la redefinición de la misión y los ingredientes políticos que se le añaden. EE UU quiere convertir esta guerra en una guerra contra Al Qaeda, y sólo contra los talibanes en la medida en que éstos apoyen a la organización terrorista responsable del 11-S. Washington contempla la posibilidad de negociar con los talibanes que rompan con Al Qaeda, incluso de permitirles ganar poder o participar en los órganos de decisión en Kabul.

Eso será más factible si crece la popularidad del Gobierno presidido por Hamid Karzai. Para ello, Obama estableció ayer una serie de metas -entre ellas, poner freno a la corrupción y a los abusos de poder- que las autoridades afganas tienen que cumplir para seguir contando con el respaldo de Washington.

Barack Obama durante su discuros en la academia militar de West Point.
Barack Obama durante su discuros en la academia militar de West Point.AFP
Soldados estadounidenses durante una operación antitalibán en la provincia afgana de Khost, cerca de la frontera paquistaní, el mes pasado.
Soldados estadounidenses durante una operación antitalibán en la provincia afgana de Khost, cerca de la frontera paquistaní, el mes pasado.AFP

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