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Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Anónimos

Una de las razones aludidas por Ramoncín para justificar su denuncia -posteriormente retirada- contra la cuenta de El Jueves en Youtube es que, además de tener que soportar las bromas de la revista por su postura contraria a la piratería musical, debía aguantar también los insultos en los comentarios que los usuarios colgaban tras ver los vídeos. No seré yo quien haga de abogado del cantante de El rey del pollo frito, afectado por una profunda metamorfosis que le ha llevado de altavoz de la marginalidad a adalid de la SGAE; pero es cierto que el anonimato en Internet sirve de coartada para muchas opiniones que rozan la calumnia y muestran un respeto nulo por el personaje criticado.

Para cubrirse las espaldas, los medios que dan la palabra a estos anónimos colaboradores insisten en que no se hacen corresponsables de los textos de los mismos. Además, para poder postear exigen registrarse previamente, requisito fácilmente eludible mediante cualquier cuenta de correo creada para la ocasión en Hotmail, Gmail o similares.

Creo que cuando se reciben las críticas o los insultos de alguien a través de una web, lo mínimo exigible es que el valiente opinador dé la cara y firme los textos con su verdadero nombre. ¡Qué fácil es lanzar la piedra y esconder la mano! ¿Por qué ningún diario admite cartas al director sin la identificación de su autor y en cambio sus ediciones digitales están sembradas de aportes de lectores de quienes sólo conocemos su pseudónimo?

Hace poco más de una semana concluyó el plazo dado por el Gobierno para acabar con el anonimato de los móviles con tarjeta prepago. Quien no registrase sus datos en su operadora podía quedarse sin número de teléfono. El objetivo de la medida es que siempre se pueda conocer quién se encuentra al otro lado de la línea.

Sin embargo, esas mismas operadoras continúan recurriendo a la modalidad de llamada oculta para trasladar sus promociones a los usuarios. Generalmente, al amparo de esta llamada oculta una voz con acento latinoamericano trata de colarnos una oferta a la que no podremos decir que no. Tanto se ha abusado de esta modalidad de audio-marketing, que muchos oyentes cuelgan el teléfono en cuanto escuchan la cadencia idiomática del otro lado del Atlántico. Quizá por ello, los apóstoles de los timbrazos enigmáticos han recurrido a otro método: descuelgas el auricular y te largan una grabación con una propuesta comercial. No sólo las operadoras de comunicaciones escamotean el número desde el que llaman. Empresas de todo tipo vienen recurriendo a esta táctica. ¿Por qué tenemos que dar información a quien nos oculta cuál es su teléfono?

Dicen que las nuevas tecnologías facilitan las comunicaciones. Lo que realmente permiten es que en dichas comunicaciones se elimine todo vestigio de contacto humano. Sobre todo cuando se realizan bajo la máscara del anonimato.

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