El trozo de Muro que llegó a Madrid
Madrid pagó nueve millones de pesetas por tres trozos del muro de Berlín
Los llamaron mauerspechte, literalmente, "los pájaros carpinteros del Muro". Son esos que en las fotografías de los días posteriores al 9 de noviembre de 1989 aparecen armados de mazas y martillos liándose a golpes contra las piezas de hormigón. El muro de Berlín había caído. Era el principio del fin del bloque comunista. El epílogo del siglo XX. El adiós a la separación de una ciudad, un país, un mundo. Los berlineses quisieron cruzarlo, pero también verlo caer, hecho pedazos. Y de paso, quisieron conservar un recuerdo. Algunos, por qué no, también venderlo. La República Democrática Alemana no quiso ser menos. El Muro, símbolo del fin de una época, hito histórico, se convirtió en negocio. La RDA regaló algún fragmento -al papa Juan Pablo II, a la Biblioteca Kennedy...-, pero sacó una buena tajada del resto. ¿Qué fue de las piezas que formaban los 45 kilómetros que partían Berlín? Tres llegaron a Madrid, de la mano del alcalde Rodríguez Sahagún. Y aquí siguen, en el parque de Berlín. Costaron tres millones de pesetas cada una.
Las pintadas en las piezas del parque de Berlín son originales
Una revista regaló 200.000 trozos del Muro a sus lectores en 1990
Todo empezó con una promoción, como las colecciones de DVD o las vajillas que ahora regalan los periódicos. La revista Tribuna, que entonces dirigía Julián Lago, buscaba un reclamo publicitario potente para subir sus ventas. El encargo le llegó al periodista Manuel Romero, que a principios de 1990 acababa de fundar una empresa de comunicación. Lo que se le ocurrió, después de ver por televisión a los operarios desmontando los bloques de hormigón, dejó pasmado al director: regalar con la revista un trozo del recién derribado muro de Berlín.
Lago le dijo que adelante. Romero, que hablaba alemán y había cubierto para la revista Panorama la caída del Muro unos meses antes, se puso en contacto con Limex, la empresa estatal que comercializaba los restos del Muro, y se plantó en sus oficinas, en el centro de Berlín. "Me llevaron a las afueras, a un descampado en el que había cientos de piezas. Parecía el paisaje de la isla de Pascua", relata. Los trozos eran todos iguales, pero los había mejor y peor conservados, más o menos pintados. Cuanto más graffiteados estuvieran, más costaban. Y más difíciles de encontrar eran.
"Se podían escoger como si estuvieras en una frutería. Éste me gusta; éste no, que no tiene graffitis", recuerda Romero. Se llevó cuatro bloques, que acabaron taladrados y reducidos a 200.000 piececitas. Tribuna las regaló a sus lectores en una bolsita, con un certificado que acreditaba que no salían de la obra de enfrente. "Gratis para ti, un trozo de historia", se anunciaba la publicación en el diario Abc el 29 de junio de 1990.
El número 115 del semanario -costaba 300 pesetas- fue un fenómeno. Tanto que llegó a manos del entonces alcalde de Madrid, Agustín Rodríguez Sahagún (CDS). Unas llamadas y Manuel Romero volvía a viajar al descampado berlinés, esta vez con el encargo de traer a Madrid tres bloques del Muro. El alcalde ya le tenía reservado un sitio inmejorable: el parque de Berlín, en Chamartín. El periodista escogió tres trozos, con sus correspondientes pintadas, que al Ayuntamiento le salieron por tres millones de pesetas cada uno. En la aduana, las piezas se importaron como "planchas de hormigón", recuerda Romero. "Al funcionario no le servía como definición decirle que eran trozos del muro de Berlín".
Para cuando cayó el Muro, el parque dedicado a la ciudad alemana ya llevaba dos décadas en Madrid. En 1966 se enlazaron y urbanizaron los tramos norte y sur de la calle del Príncipe de Vergara -entonces General Mola- y una zona se destinó a parque público. Su denominación tuvo mucho que ver con la casualidad. Y con la cortesía. Se acababa de anunciar la visita a Madrid del alcalde de Berlín Occidental, Willy Brandt. Había que dedicar una calle o una plaza a la capital alemana. Y el nuevo parque de Chamartín, que además estaba cerca del Colegio Alemán, era perfecto para la ocasión.
"El traslado desde la ciudad alemana de los bloques del Muro ha sido realizado en un camión de grandes dimensiones", contaba este periódico el 9 de noviembre de 1990, el día en que se inauguró el monumento. Las piezas, de unos 5 metros de altura y 1,20 de ancho y forma de ele, se colocaron en medio del estanque, sobre unos plintos de granito. EL PAÍS relató también que se habían protegido con un recubrimiento especial transparente "para evitar pintadas y su deterioro por las inclemencias atmosféricas".
La RDA siguió haciendo negocio con el Muro. Casi un centenar de bloques se subastaron en Montecarlo en 1990. Hoy hay piezas en los cinco continentes: en el santuario de Fátima, frente al cuartel general de la CIA en Washington, en el centro de Seúl, en Ciudad del Cabo... En España se conserva otro bloque, en la frontera entre el País Vasco y Navarra, que Autopistas de Navarra encargó a Romero.
Los bloques de Madrid se conservan bastante bien, asegura Romero, que visitó el parque la semana pasada. Los graffitis de la parte delantera son originales. En cambio, los garabatos que se leen en la parte de atrás no estaban cuando llegaron a Madrid. "El Muro sólo se pintó por un lado", precisa el periodista. Tampoco es cierta la leyenda urbana que enseguida empezó a correr por la ciudad y que aseguraba que los operarios municipales, en un exceso de celo, habían intentado dejar como una patena el nuevo monumento, que llegaba hecho unos zorros, llenito de pintadas.
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