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Columna
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La reina y el emperador

Lluís Bassets

No se puede llegar tan lejos, en un territorio político densamente poblado y con tantas figuras de relieve, sin mucha inteligencia y modestia. El sigilo y la humildad son herramientas imprescindibles. Y también lo es una virtud difícil como saber suscitar el desprecio de los otros. Es el complejo de Claudio, el emperador al que todos tomaban por incapaz y con el que nadie contaba para suceder a Calígula, tan magistralmente retratado por Robert Graves. Toda la carrera de Merkel confirma que hasta 2005, año en que consigue la Cancillería, responde a la figura del candidato menospreciado; pero incluso después, hasta ahora mismo, le persiguen las reminiscencias de Claudio, cuando muchos ponen en duda su contrato de coalición y su nuevo Gobierno. Esos nueve votos que le han faltado en la votación de investidura en el Bundestag se deben al complejo de Claudio, que lo sufren los otros, pero aprovecha a quien es el objeto de la mirada menospreciativa. Lo mejor que le puede suceder es que no ceje este desprecio que la propulsa.

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De momento, el balance de hoy mismo, al día siguiente de su toma de posesión, la sitúa ya en un lugar destacado en la historia contemporánea de Alemania, un país de gran estabilidad que ha sido gobernado sólo por ocho cancilleres en 60 años. Merkel está en este momento por encima de los dos cancilleres menores que fueron Ludwig Erhard (1963- 1966), destacado ministro de Economía pero canciller de tres años y de una única victoria electoral, al igual que su sucesor, Karl-Georg Kiesinger (1966-1969), éste además con la desventaja de que no dejó la huella del primero y de su economía social de mercado, concepto central en la vida social y económica alemana. La canciller está ahora en un pelotón excepcional, en el que hasta ahora sólo había ciclistas socialdemócratas, cada uno con su trofeo: el gran Willy Brandt (1969-1974) y su Ostpolitik, la apertura hacia el Este comunista que abrió el camino a la caída del Muro; el brillante Helmut Schmidt (1974- 1982), que sentó las bases de la unión económica y monetaria europea y de la arquitectura de cumbres internacionales; y el astuto Gerhard Schröder (1998-2005), que incorporó a los Verdes al Gobierno y lanzó la reforma del pesado Estado de bienestar alemán.

A partir de hoy, Merkel va a pedalear para alcanzar al grupo de cabeza, donde están dos cancilleres democristianos como ella, pero con la envergadura y la longevidad de los padres fundadores: Konrad Adenauer (1949-1963), el primero de la República de Bonn; y Helmut Kohl (1982-1998), el canciller de la unificación. Su biógrafo Gerd Langguth considera que tiene muchas posibilidades de permanecer en el poder 16 años; algo que la elevaría al altar mayor y sería naturalmente un drama para el SPD. Su reto actual es situar de nuevo a su país sobre los raíles del crecimiento y de la creación de empleo, tirando del resto de Europa como sólo puede y sabe hacerlo Alemania. No está claro que vaya a conseguirlo, sobre todo cuando hay todavía temores de una recaída en la crisis (la doble V) y de una explosión de las cifras del paro, y se sabe de la enorme cantidad de activos tóxicos que permanecen ocultos en el sistema bancario alemán, sobre todo y, al igual que en España, en su sistema de bancos públicos regionales.

La receta de la nueva coalición es la de una apuesta de optimismo y esperanza. Las principales medidas fiscales, esos 24.000 millones de rebajas en cuatro años son un estímulo para convertir la salida de la crisis en un arranque de caballo siciliano; pero deberán aplazarse o moderarse si la recuperación es más lenta, para no convertir el déficit en un peso muerto insoportable. En Berlín hay ahora mismo una coalición parlamentaria que arriesga, una canciller reelegida gracias a la confianza que suscita entre los electores y un Gobierno que inicia su labor con un mensaje antidepresivo. Riesgo, confianza y optimismo son casi todo lo contrario de lo que caracteriza a la política en el resto de Europa.

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Hay también, y es otro mérito de Merkel, un surco de continuidad política sobre el que se asienta el nuevo Gobierno. La reforma del Estado de bienestar que proseguirá este nuevo Gabinete apenas dará un poco más de velocidad a las reformas ya iniciadas por los anteriores, el suyo de gran coalición y los de Schröder de coalición roja y verde. Si Merkel acelera demasiado o enseña en exceso la patita, como pedía el doctrinarismo de algunos liberales o el liberalconservadurismo bávaro, todo puede caer como un castillo de naipes.

Seguimos, pues, sin saber quién es exactamente Angela Merkel. Vimos en la anterior legislatura que no era Margaret Thatcher y podemos leer en su contrato de coalición que tampoco quiere serlo en ésta. Es liberal, conservadora y socialdemócrata, a la vez y de forma no excluyente. Su posición no es ideológica sino topográfica: es la reina del centro y es la reina porque ella misma es el centro. Y su reinado será largo y fructífero si consigue prolongar una y otra vez el misterio.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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