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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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El verbo incendiario de Buju Banton

Diego A. Manrique

A Buju Banton le están haciendo la vida imposible. La vida profesional, se entiende: con su voz áspera y sus ritmos implacables, Buju es primera figura del dancehall jamaicano, una música muy popular en la isla pero que depende económicamente del mercado exterior. Este otoño, pretendía desarrollar una gira extensa por EE UU, montada por Live Nation. Pero sus conciertos han sido suspendidos en Cincinnati, San Francisco, Los Ángeles, Orlando y otras ciudades. Los promotores locales se han echado atrás ante una vigorosa campaña del Gay & Lesbian Center, el Gay Liberation Network y organizaciones similares.

Su pecado: homofobia. El primer éxito (1988) de Banton fue Boom bye bye, donde predicaba el exterminio de los homosexuales en primera persona: "los maricones deben levantarse y correr" en su presencia; caso contrario, los liquidará con crueldad. Al editarse internacionalmente, indignó a muchos gays, que aplicaron presión. Cuando fue descolgado del festival Womad, Buju se excusó en un tibio comunicado: era menor de edad cuando grabó Boom bye bye y estaba impactado por un incidente de pederastia que conmocionó a Jamaica.

Sus canciones no surgen en el vacío sino de la homofobia que define a la sociedad jamaicana

El lobo se disfrazaba de cordero. Eso es lo que piensan media docena de gays jamaicanos, que se juntaban en una casa cercana al estudio habitual de Banton. En 2004, irrumpieron él y varios matones, les propinaron una bestial paliza (uno de ellos perdió un ojo). El ataque llegó a los tribunales, pero fue desestimado por falta de pruebas; el juez amonestó a Buju, sugiriéndole que usara "medios legales" si le molestaba el estilo de vida de sus vecinos. Ocurre que, en Jamaica, la sodomía es delito.

Comparativamente, los agredidos por Banton pueden sentirse afortunados. Al menos dos activistas jamaicanos de los derechos homosexuales han sido asesinados; en un caso, el cadáver fue mutilado. Nos llegan historias horrorosas: el padre que invitó al linchamiento de su hijo gay; el desdichado que fue apedreado hasta la muerte en la turística Montego, ante la complacencia de la policía; el afeminado que se ahogó en Kingston, cuando huía de sus perseguidores.

Tales sucesos desmontan los argumentos del manager de Buju Banton: "sus letras son metáforas, no invitaciones literales a matar gays". También podría argumentar que esos textos no son raros en el dancehall jamaicano, donde se alardea de violencia sexual: un tema de Elephant Man justifica violar a las lesbianas. En estos días, Buju Banton fue invitado a debatir con sus críticos californianos pero el encuentro no se produjo.

Podríamos decir que el dancehall ha chocado con los ejércitos de la corrección política, esos movimiento que persigue los comportamientos o el lenguaje que ofenden a minorías. Conviene recordar su esencia ya que en España, como somos unos cachondos, hemos invertido los valores: aquí celebramos lo políticamente incorrecto como sinónimo de descaro, irreverencia, heterodoxia.

El veto a Banton incomoda a ciertos defensores del multiculturalismo, que santifican las prácticas y creencias de otros pueblos, aunque nos resulten aberrantes. Obviamente, las canciones de Buju no surgen en el vacío: corresponden a la homofobia que define a la sociedad jamaicana, alimentada por el fundamentalismo de sus iglesias. No se escapan las sectas rastafarianas, que también hacen una lectura machista de la Biblia.

Pero los prejuicios no son eternos; echar gasolina al fuego del odio debería tener un coste para Buju Banton. Aunque dudo que eso modifique la dinámica del dancehall, que se alimenta de piques, letras provocadoras, posturas escandalosas: no es un género donde prime la consistencia intelectual. El mismo Buju busca el sensacionalismo en sus lanzamientos. Un día lanza una loa de las mujeres de piel clara; rectifica con un himno a las jamaicanas bien negras. Glorifica la cultura de las armas hasta que matan a varios de sus colegas y amigos. En los últimos años, se ha reinventado como cantante espiritual, en onda rasta. Pero parece que, en su mundo, ni siquiera hay compasión por los pervertidos.

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