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PERSONAJE

La mujer que enseñó Arte a Guggenheim

Altiva, serena, sentada de medio perfil, a lo Victoria Beckham, con un porte prusiano que no puede disimular su origen, Hildegard Anna Augusta Elizabeth Freiin Rebay von Ehrenwiesen, la baronesa Hilla von Rebay (1890-1967), tenía 46 años cuando se hizo la fotografía oficial para el Museo Guggenheim de Nueva York, que entonces dirigía. Gracias en parte a esta mujer, uno de los grandes magnates de la época pudo legar al mundo una de las colecciones del movimiento moderno de principios del siglo XX más espectaculares.

Hilla Rebay fue de las pocas pintoras abstractas de comienzos del siglo XX. Cuando en 1927 se trasladó a Estados Unidos, la historia le había reservado ya su lugar en la ciudad que se abría a la modernidad. Impulsiva compradora de arte contemporáneo, fue durante mucho tiempo amiga y confidente de Solomon R. Guggenheim (1861-1949).

"Sé el museo que quiero. Grande, con suficiente espacio exterior, alejado de edificios que lo asfixien"

Meyer Guggenheim, un judío de origen suizo que emigró a Estados Unidos, logró amasar una gran fortuna en la minería de cobre y plata. Uno de sus once hijos, Solomon, casado con Irene Rothschild, empezó a interesarse por el mundo del arte en la década de 1890 y a coleccionar obras de los maestros antiguos. Posiblemente ya conocía la maravillosa colección del rey del acero, Henry C. Frick, y quiso emular su afición. Pero los gustos artísticos de Solomon cambiaron cuando, en 1927, su mujer, Irene, conoció a Hilla Rebay y le pidió que retratara a su marido. En el encuentro de Solomon con la baronesa, éste le comentó su intención de legar su colección de arte al Metropolitan Museum. Rebay decidió inmediatamente tomar cartas en el asunto. Desplegó todo su encanto personal y se puso en contacto con un personaje fundamental en su vida, el pintor Rudolf Bauer, para informarle sobre las intenciones del millonario.

En 1930, Solomon con su mujer y Rebay viajaron a la Bauhaus, en Dessau (Alemania) para encontrarse con Bauer y Kandinsky. Los Guggenheim compraron varias obras del pintor ruso y después se desplazaron hasta Teningen para conocer a la familia de Hilla.

"Vendedora, diplomática, conferenciante, pintora, música y bien relacionada con la alta sociedad; si no, esto no funcionaría". Así describía Hilla Rebay cuáles eran sus funciones en 1937, diez años después de tomar el mando de la Fundación Guggenheim. Hilla alardeaba de que la colección superaba las 200 obras entre pinturas y litografías, "no objetivas" y "con un objeto", según la frase que le gustaba utilizar para describir un método de abstracción con aspiraciones espirituales y utópicas, una corriente inspirada posiblemente por Bauer (un pintor abstracto, fundador del movimiento Arte No Objetivo), la persona más influyente en la vida de Hilla Rebay, su gran amor y confidente durante treinta años.

Ambos se conocieron en 1917, en Berlín, en Der Sturm, la galería de la que formaban parte Vasili Kandinsky, Marc Chagall, Paul Klee y Franz Marc. Fue un flechazo. De inmediato compartieron estudio y vida, pero la familia de la baronesa jamás dio su aprobación a esa relación. Sigrid Faltin, una de las biógrafas de Rebay, comenta: "Eran dos personas que no podían vivir la una sin la otra hasta que llegó la amarga ruptura".

Los sueños de Guggenheim y Rebay, tras crear en 1937 una fundación que impulsara el "arte del mañana", se materializaron en 1939 con la apertura del Museo de Pintura No Objetiva en la calle 54 Este de Manhattan. Pronto se les quedó pequeño y en 1949 la colección se trasladó a un nuevo edificio de la Quinta Avenida. Diez años más tarde, en 1959, la sede cambió de cara con la asombrosa arquitectura de Frank Lloyd Wright.

Hilla Rebay ansiaba un museo que estuviera a la altura de la colección Guggenheim. "Sé lo que quiero. Grande, alto, con suficiente espacio exterior, alejado de edificios y oficinas que lo asfixien...". Estudió los más mínimos detalles, como la placa que pondría a la entrada del edificio: "La Fundación Solomon R. Guggenheim presenta la evolución de la humanidad en el arte". Escribía a Bauer y le adjuntaba planos y más planos ideados por su imaginación. Veía ya colgados en un rincón los Delacroix, Seurat, Gauguin, Picasso, Delaunay, Kandinsky y "los tuyos". Bauer le respondía con nuevas ideas y órdenes: "No utilices la palabra museo. De ninguna manera. Que no haya nada que recuerde al Louvre o al Prado".

En 1938, Bauer fue detenido por la Gestapo por ser "un artista degenerado" y especular en el mercado negro (probablemente se referían a la venta de sus cuadros a Solomon Guggenheim). Estuvo en la cárcel hasta que pudo salir para Estados Unidos en julio de 1939, pocos meses antes del comienzo de la II Guerra Mundial.

Hilla Rebay puso de moda el arte moderno en Nueva York, aunque no fue la única mujer en esta tarea. Lillie P. Bliss, Aby Aldrich Rockefeller y Mary Quinn Sullivan ya habían fundado el MOMA en 1929, y Gertrude Vanderbilt Whitney había inaugurado el Whitney Museum of American Art en 1931. Pero a Hilla le cupo el honor de ser la primera directora del Museo de Pinturas No Objetivas -así se llamó hasta que cambió su nombre por el de Guggenheim, su fundador, en 1952-. El nuevo centro era algo nunca visto en el mundo. Los suelos, recubiertos de moqueta; las paredes, enteladas, y las pinturas, enmarcadas en grandiosos marcos, colgadas a ras del suelo. Sonaba música ambiental de Bach, Beethoven y Chopin. Tenía una espaciosa biblioteca y abría los domingos. El Museo de la Pintura No Objetiva (MNOP) se inauguró con el lema de la Fundación Solomon: Art of tomorrow (El arte de mañana). Todo en este templo del arte estaba enfocado a vivir una experiencia espiritual, sensorial.

Como comisaria artística y directora del museo durante 13 años, Hilla Rebay siguió una política de adquisiciones muy agresiva. Promocionó la nueva generación de artistas estadounidenses abstractos y no objetivos, pero también recibió muchas críticas por no haber hecho lo suficiente por ellos. El debate semántico entre las sutiles diferencias entre pinturas no objetivas, abstractas, concretas y absolutas echó leña al fuego en la disputa entre los que se alineaban con Hilla Rebay y los que se oponían al "arte del mañana". Hilla se dedicó, cual predicadora artística, a escribir artículos y dar conferencias para captar adeptos a sus teorías sobre la no objetividad.

Lo que nadie discutía a la baronesa era su fuerte sentido publicitario. Desde que el museo abrió sus puertas facilitó a la prensa las salas para fotografiar modelos con la ropa de temporada; habló con unos, almorzó con otros y logró que los grandes almacenes de la Quinta Avenida mostraran en sus escaparates la fachada de cristal y acero del museo y réplicas de sus cuadros. Los críticos, en cambio, se mostraron escandalizados. Se quejaban de los marcos que Rebay imponía a las pinturas, de los artistas elegidos, los catálogos... de todo. Alguno se atrevió incluso a protestar ante Solomon R. Guggenheim, pero él siempre respondía: "El arte no es estático" y "el progreso no debe pararse".

Hilla Rebay siempre quería más. En su lucha por un nuevo museo contactó con Frank Lloyd Wright en junio de 1943 y experimentó hacía él una cálida atracción. Representaba el futuro de la arquitectura. Tras su decepción con Bauer, Wright fue su nuevo inspirador. Luchó por contratarle y logró que diseñara una gran obra circular, espectacular.

Hilla Rebay tuvo una gran influencia en el arte moderno y en su mecenas, Solomon R. Guggenheim, pero se pasó de la raya en muchas ocasiones. Tenía un genio excesivo y su excelente relación con Solomon no era compartida con el resto de los miembros de la familia Guggenheim, especialmente con su nieta Peggy, que la odiaba. Cuentan que cuando hablaban de ella, bajaban la voz y decían su nombre en clave, "the B" (the bitch, la bruja).

En 1949, cuando el patriarca de la familia murió, se deshicieron de Rebay. La marginaron hasta tal punto que ni la invitaron a la inauguración del nuevo museo construido por Wrigth. Su colección de arte no objetivo fue enviada a los almacenes. Llena de amargura, se retiró de la vida pública y pasó sus últimos años en Westport, Connecticut, donde murió en 1967. Sus cenizas fueron llevadas a su tierra natal, en Teningen (Alemania).

La reparación al olvido de su papel decisivo llegó en 2005. Cuarenta años después de su muerte, el Museo Guggenheim homenajeó a Rebay con una exposición de sus obras y realzó su entusiasmo en la creación de la fundación. Ahora, cincuenta años después de la apertura del Museo Guggenheim de Nueva York, en el de Bilbao se puede ver una doble muestra. La titulada De lo privado a lo público, con un centenar de obras de artistas como Van Gogh, Cézanne, Picasso, Kandinsky, Calder, Pollock o Sophie Calle, entre otros, y la que se inaugura el próximo 22 de octubre dedicada al arquitecto Frank Lloyd Wright, artífice del Guggenheim en Nueva York. P

Frank Lloyd Wright, Hilla Rebay y Solomon Guggenheim, con la maqueta del museo en 1945. A la derecha, 'Vaca amarilla' (1911), de Franz Marc, y 'En un lugar oblicuo' (1941), de Yves Tanguy. Abajo, Irene Guggenheim, Vasili Kandinsky, Hilla Rebay y Solomon Guggenheim, en Dessau (Alemania), 1930. Dinero y arte. Arriba, 'Composition I' (1915), de Hilla Rebay y Solomon R. Guggenheim, en el Plaza de Nueva York, en 1937. Detrás de él, 'Sinfonía en cuatro movimientos', de Rudolf Bauer. Abajo, 'Arriate' (1913), de Paul Klee. En la página de la izquierda, Hilla Rebay con el cuadro 'Tres puntos' (1936), de Bauer.

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