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Reportaje:

Los mil rostros del erotismo

Cuando Picasso se apeó del tren en la estación D'Orsay, en París, un 25 de octubre de 1900, el "ángel y demonio", como lo describía su madre, ni se imaginaba lo que llegaría a escandalizar al mundo con sus obras francamente sexuales, sin tapujos. Exploraba la mentalidad primitiva y pintaba como hacía el amor, sin freno. "Un cuadro es una suma de destrucciones", diría. Cuando los años frenaron su vigor, hizo del Minotauro el objetivo sexual de su obra. Se convirtió en un voyeur que dibujaba vaginas en primer plano, mosqueteros a un lado, y a él, el lascivo pintor, mirando con placer aquellos éxtasis sexuales. Como Picasso, otros muchos artistas han reflejado las inquietudes eróticas en sus obras, las realidades ocultas que dominaban los "inframundos", según Freud. Porque no se trataba de "esculpir cadáveres", como decía Brancusi. Y esa carnalidad fue lo que reflejó Manet en un gran óleo, Olympia (1865), una mujer de la vida alardeando de su poderío. El siglo XIX se despedía en Francia con algo parecido a la fiebre del destape que barrió España en los ochenta, tras la muerte del general Franco.

Orgasmos, éxtasis y mitos eróticos conviven en el arte
Ver la figura dormida de Beckham es 'voyeurismo"
"El mito erótico procede del agua y vuelve siempre a ella"

Georges Bataille, el escritor que se codeaba con Sartre, Malraux o Beauvoir, canalizó más tarde, en los años en que París se lamía las heridas de la II Guerra Mundial, aquellos sentimientos en un libro, Las lágrimas de Eros, una digresión acerca del amor y la muerte: "Un primer paso de abrir la conciencia a la identidad del orgasmo -la petite mort (la pequeña muerte)- y de la muerte definitiva".

Guillermo Solana (Madrid, 1960), director artístico del Thyssen-Bornemisza, ha tirado de ese pequeño hilo que separa el placer del dolor -"un tema que me interesaba desde hace años"- y ha comisariado la exposición que inaugura la temporada en el museo. Ha tomado prestado el título de Bataille para mostrar, a través de 120 obras, entre pinturas, esculturas, fotografías y vídeos, todas las perversiones, fetichismos y transgresiones sexuales que idean nuestras mentes. Solana celebra su cuarto año al frente del Thyssen "con algo más innovador que lo que he hecho hasta ahora. También más arriesgado, porque puede no gustarle nada a la gente, pero me interesa provocar un debate".

Las lágrimas de Eros será una de las grandes exposiciones de la temporada. Desde su anuncio, el blog del museo se ha ido llenando de comentarios expectantes. "Será una muestra imaginativa, muy posmoderna, en el sentido de que todo va a convivir con todo, pintura antigua, del XIX, fotografía contemporánea, escultura, vídeo. Teníamos una deuda pendiente con la creación contemporánea, y ésta es una manera de dialogar con el pasado".

El pintor Antonio Saura (Huesca, 1930-Cuenca, 1998) hablaba a finales de los años noventa, en su ensayo La belleza obscena, de cómo en las artes plásticas ha existido siempre el desnudo, pero, al contrario que en las pinturas orientales, en Occidente nunca se reflejaba la copulación ni el deseo. Los pretextos mitológicos y religiosos mantuvieron apartada la contemplación libidinosa de obras con fuerte carga erótica. Estaban ahí, pero nadie se daba por enterado. Las obras se colgaban en los museos muy altas o se escondían en salas oscuras. Por ejemplo, de 1827 a 1838, las salas del Prado donde se exhibían figuras de desnudos tenían el acceso restringido. En Londres, una sufragista inglesa acuchilló la Venus del espejo, de Velázquez, incapaz de soportar tanta belleza, y no hace mucho, en marzo de 2008, el cartel de una exposición sobre Cranach en la Royal Academy de Londres que mostraba una Venus cubierta sólo por un velo transparente fue vetado en el metro de Londres por impúdico.

Guillermo Solana ha dividido Las lágrimas de Eros en 12 apartados que van desde la tentación hasta el sacrificio, la aniquilación y la muerte. "He tratado de construir una docena de historias, unas de origen pagano clásico, otras de origen bíblico. Construir una especie de itinerario casi narrativo, desde la tentación, la idea del pecado o de culpa a través de la transgresión. No es sólo una muestra de desnudos y no es una exposición muy explícita por varias razones. Porque ésta es una casa conservadora y he ido todo lo lejos que se podía ir, y porque aunque el Patronato del Thyssen no lo viera mal, el público podría quedarse noqueado".

Asegura Solana que su intención no ha sido la de epatar, sino hacer una exposición amable, apta para menores y personas sensibles. La perversidad que sugieren a veces las imágenes necesita una reflexión que sólo puede captar una mente adulta. Las fotografías de niñas de Lewis Carroll, el autor de Alicia en el país de las maravillas, hoy habrían sido consideradas como surgidas de una mente enferma. "La muestra pueden venir a verla los padres con sus niños, no se van a sentir escandalizados . Ya hay suficiente grado de erotización en los medios visuales. Los anuncios de Dolce & Gabbana o de Calvin Klein, por ejemplo, son mucho más audaces que lo que nosotros expondremos".

En la muestra se expondrán obras de Bronzino, Reni, Ribera, Giordano, Rubens, Toulouse-Lautrec, Cézanne, Gauguin, Rousseau, Moreau, Corot, Courbet, Munch, Man Ray, Dalí, Magritte, Warhol, Saura; fotógrafos como James White, Mapplethorpe, Nam Goldin o Avedon, entre otros, además de dos importantes grabados de una de las últimas series de Picasso que muestran el tema del voyeurismo que cultivó el artista malagueño en su senilidad sexual.

La Olympia de Manet despertó el erotismo en Francia, levantó la veda. Reinterpretó un mito clásico, el de Venus convertida en una mujer con el oficio más viejo del mundo. Dice Solana que esa audacia que tuvo Manet de poner el mito erótico al alcance de todos está en el fondo de Las lágrimas de Eros. "El XIX es, en cierto modo, la base de la exposición. En este siglo, el arte interpretó los mitos con perversión, quizá porque las costumbres, los usos sociales, estaban más reprimidos. Las interpretaciones homo-eróticas y sado-masoquistas más fuertes de la figura de San Sebastián proceden del periodo victoriano, y las representaciones de la figura de Andrómeda encadenada en las que se muestra como una figura de bondage [dominación y sado-masoquismo] son igualmente de ese mismo periodo".

Cada capítulo de la exposición está dedicado a un mito: el nacimiento de Venus, por ejemplo, abre la primera sala con una imagen bellísima pintada por Amaury-Duval en 1862. Es el mito de Afrodita nacida cuando Cronos, el padre de Urano, cortó a su hijo los genitales, que cayeron al mar, y de aquel esperma, la espuma del mar, nació Venus. Están también presentes los temas de Eva y la serpiente, las esfinges y sirenas, las tentaciones de San Antonio, el martirio de San Sebastián, Andrómeda encadenada, el beso, Apolo y Jacinto, el sueño de Endimión, Cleopatra o la agonía voluptuosa, Magdalena penitente y cazadores de cabezas. "Aparte hay un hilo conductor, no explícito, que unifica visualmente la exposición. Las olas, el agua, son un símbolo erótico que recorre todo, desde el principio hasta el fin. El erotismo viene del agua y vuelve al agua".

El montaje de Las lágrimas de Eros es arriesgado. Solana ha querido que en cada sala se expongan juntas obras barrocas o renacentistas con otras contemporáneas. "Deseo que la gente vea a los artistas de ahora poniéndolos en un contexto clásico. Porque Eros y Tánatos siempre vuelven al arte. Será una exposición transparente para que el público, de una ojeada, se dé cuenta inmediatamente de qué va. Es una exposición popular, no erudita, sino de cosas que todo el mundo conoce aunque sea intuitivamente".

La imagen del jugador de fútbol David Beckham es un ejemplo de los que afirma el comisario de la muestra, el contacto entre el mundo real y el clásico. Beckham aparece dormido en un vídeo de la artista británica Sam Taylor-Wood. "Me sedujo la idea de una mirada de mujer, como la de Diana que le pide a Zeus que le dé el sueño eterno a Endimión para poder contemplarlo siempre. Ese voyeurismo femenino me pareció que entroncaba perfectamente con lo que yo quería. Hay varias celebrities en la exposición, y no es por el deseo de atraer a la gente, sino porque creo que los famosos actúan como los mitos clásicos. Los grandes sex symbols tienen para nosotros el poder que para los antiguos tenía la figura de Afrodita, y no es casualidad que artistas contemporáneos, como el escultor británico Marc Quinn, realice una Venus con los rasgos de Kate Moss. En esa línea están las Evas de James Wait y Avedon que eligen cuerpos reconocibles, como el de Rachel Weisz o Nastassja Kinski".

Las imágenes de Andrómeda o de san Sebastián aparecen en el arte desde la antigüedad, pero en el Renacimiento se transforman, desprenden pasión, erotismo. La Contrarreforma intentó reprimir la voluptuosidad que desprendían las figuras de los santos sin éxito. Vasari, el historiador del arte del Renacimiento, cuenta cómo un san Sebastián pintado por Fra Bartolomeo para el convento de San Marcos, en Florencia, turbaba tanto a las señoras con pensamientos impuros que los monjes cortaron por lo sano y descolgaron la obra. Idéntica inquietud sexual recorría las Magdalenas de Tiziano, o de Lucas Giordano, o la de santa Teresa esculpida por Bernini, de la que Des Brosses, un noble francés del siglo XVII, afirmó: "Si esto es el amor divino, yo lo conozco bien". "En la exposición. dice Solana, mostramos un san Sebastián de Bernini muy voluptuoso. Es una pieza que estuvo en el Thyssen durante años y que pertenece a uno de los hijos del barón. Hemos conseguido que regrese y se quedará en depósito en el museo".

Fetichismo, exhibicionismo y una cierta dosis de provocación conviven en la exposición, aunque, como señala Solana, "a estas alturas ya no provoca nada el hecho de combinar en términos de igualdad la mirada heterosexual y homosexual. Todo está en el gran Arte, no me lo he inventado yo. Por ejemplo, muchos se asombran cuando explico a los visitantes de la colección del Thyssen que el Jacinto de Tiépolo que tenemos es una pintura gay hecha en el siglo XVIII. Todo está en la mitología primero y luego en la pintura clásica. Pero nos hemos acostumbrado a apartar la vista, a no darnos cuenta". Y cuenta algo sorprendente: "En el vestíbulo del museo hay un mármol de Rodin que representa a una Magdalena desnuda abrazando a Cristo crucificado. Es una de las primeras piezas de la colección encargada por el barón August Thyssen, el patriarca de la familia, al propio Rodin. Esa obra no se exhibió en ninguna parte por su contenido blasfemo. Y nadie de los millones de visitantes del museo ha protestado ni hecho la más mínima observación. ¿Por qué? Porque es de Rodin. Si mostráramos una foto con esas mismas características, sería irreverente. El gran Arte ha disfrutado del privilegio de hacer que la violencia más monstruosa o el erotismo más explícito fuera admisible".

Y por si alguien no quiere ver en una exposición lo que su imaginación desea, en otras salas del Thyssen se expondrá al mismo tiempo la obra de Fantin Latour, "así que a quien no le guste Eros se puede refugiar en la otra", dice Solana.

'Las lágrimas de Eros' podrá verse en el Museo Thyssen-Bornemisza y la Fundación Caja Madrid del 20 de octubre al 21 de enero de 2010.

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