Obama discute con el secretario de la OTAN la nueva estrategia afgana
Barack Obama comenzó ayer con el secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, una serie de reuniones para decidir la nueva estrategia a seguir en Afganistán: si profundizar la guerra con el envío de más tropas o limitar los objetivos y empezar la retirada. Rasmussen pareció situarse discretamente entre los que recomiendan lo primero.
"A pesar de todo lo que se ha hecho hasta ahora, la consecución de nuestros objetivos no está todavía garantizada. No podemos seguir haciendo exactamente lo mismo que hacemos ahora. Vamos a tener que cambiar cosas", advirtió el ex jefe del Gobierno danés, que no quiso ir más allá dentro del debate que consume y consumirá por varias semanas más a la Administración de EE UU.
Poco después de hablar con Rasmussen, el presidente norteamericano se reunió a solas con su secretario de Defensa, Robert Gates, uno de los pilares fundamentales de su política exterior. Hoy ha convocado al resto de su equipo de seguridad internacional a una sesión monográfica dedicada a Afganistán.
No será la última. Obama quiere escuchar todas las opiniones y contemplar todas las posibilidades antes de fijar una posición que marcará el resto de su presidencia. Algunos analistas han comparado la decisión de Obama sobre la guerra en Afganistán con la que otro presidente demócrata, Lyndon Johnson, tuvo que tomar sobre Vietnam. Contra su instinto progresista y atendiendo el consejo de los militares, el sucesor de Kennedy incrementó la intensidad de una guerra que comenzaba ya a ser impopular.
Obama está también actualmente atrapado entre la presión del responsable militar en Afganistán, el general Stanley McChrystal, que ha pedido al menos 40.000 soldados más, y la de los congresistas de su propio partido, que quieren reducir la implicación en un conflicto que no creen posible ganar. Como trasfondo, la opinión pública va rápidamente perdiendo la fe en esa guerra.
El presidente no ha dado por ahora señales claras sobre hacia donde se inclina. Por un lado, ya desde la campaña electoral hizo de Afganistán su propia causa, una guerra de necesidad en la está en juego la seguridad de Estados Unidos. Pero, por otro, Obama está decepcionado por las elecciones recientemente celebradas en ese país y por el lento progreso sobre el campo de batalla.
Como consecuencia, ordenó una reevaluación de la estrategia. Rasmussen dijo ayer que esta reconsideración "no constituye una falta de firmeza" y aseguró que las fuerzas de la OTAN estarán en Afganistán "el tiempo que sea necesario para cumplir con éxito su trabajo".
La duda ahora consiste en saber cuál es exactamente ese trabajo. Obama manifestó que el objetivo es "desmantelar la red de Al Qaeda y apoyar al Gobierno afgano a proveer de seguridad a sus ciudadanos". Da la sensación de que, tímidamente, el presidente de EE UU va renunciando al propósito de convertir a Afganistán en un país estable y razonablemente democrático, con una victoria completa sobre los talibanes.
Además, una profundización de la guerra tendría que hacerse exclusivamente sobre las espaldas norteamericanas, puesto que, aunque Rasmussen dijo ayer que "esta no es únicamente una responsabilidad de EE UU", es difícil pensar en sustanciales refuerzos de parte del resto de los aliados.
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