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Columna
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Retórica, toda; logros, pocos

El 19 abril de 1868, Emilio Castelar pronunciaba en las Cortes españolas, durante el debate para la elaboración de una nueva Constitución, un discurso memorable en defensa de la libertad religiosa, que, cerca de siglo y medio después, todavía se considera una de las piezas magistrales de la oratoria parlamentaria española, más ahora en esta sequía de Demóstenes que aqueja a nuestras Cámaras. Los amantes de la historia recordarán su famoso final. "¡Grande es Dios en el Sinaí (con todo su poder). Pero más grande es el Dios del Calvario, el del perdón, ...que predicaba la libertad, la igualdad y la fraternidad entre los hombres!". Un año después, en junio de 1869, las Cortes españolas promulgaban lo que muchos calificaron de primera constitución democrática española, que, naturalmente, consagraba la libertad de culto tan elocuentemente defendida por Castelar. Cuatro años más tarde, el tribuno se convertía en el cuarto y último presidente de la Primera República, después de uno de los periodos más revueltos y tristes de nuestra historia.

La falta de resultados de Obama a corto plazo dará al Partido Republicano munición inesperada

Evidentemente, ni la España del XIX se parece en nada, afortunadamente para ellos, al actual Estados Unidos. Ni los personajes de Castelar y Obama son comparables. Sin embargo, ambos comparten una virtud poco corriente en los tiempos que corren: una oratoria que conmueve y sacude a los que la escuchan, pero que, todavía, en el caso del presidente estadounidense, está por ver que convenza. Obama pronunció anteayer ante la Asamblea General de Naciones Unidas uno de los discursos mejor construidos que han escuchado los miembros de la ONU en su tradicional reunión anual. No podía ser menos. Se trataba del regreso del hijo pródigo, EE UU, al multilateralismo defendido por la organización internacional tras ocho años de unilateralismo practicado por la anterior Administración americana. La profesión de fe en los postulados de la ONU, la defensa de la negociación multilateral para resolver los conflictos, la defensa de la reducción de las armas nucleares, la apuesta por las energías renovables y la lucha contra el hambre en el mundo provocaron una de las escasas ovaciones que los delegados presentes dedicaron a la intervención del presidente americano. Pero, cuando Obama hizo una encendida defensa de la democracia como sistema de gobierno, de que los gobernantes sean responsables ante los gobernados y de la necesidad de respetar los derechos humanos en todo el orbe, los aplausos se podían contar con los dedos de una mano. Una reacción nada extraña si se tiene en cuenta que de los 192 Estados miembros de la ONU sólo 88 están homologados como democracias auténticas. Obama quiso enlazar su discurso con los pronunciados en defensa de la paz mundial hace más de seis décadas por los fundadores de la organización e hizo alusión a los conflictos calientes del momento, como el enfrentamiento entre israelíes y palestinos, la amenaza nuclear de Irán y Corea del Norte y el peligro del terrorismo fundamentalista de Al Qaeda. Y, en este contexto, aprovechó la ocasión para lamentarse por la falta de cooperación que encuentra en su intento de encauzar o resolver estos conflictos. EE UU no puede resolver solo todos los problemas. Sus palabras demuestran la frustración creciente de la Casa Blanca por el punto muerto en que se encuentran los puntos de fricción mundiales, a pesar de todos los esfuerzos realizados por Obama para desatascarlos. Porque, como bien decía Harold Wilson, toda política, al final, es puramente doméstica. Y Obama y sus colaboradores temen que las múltiples concesiones hechas por Obama, desde el ofrecimiento de conversaciones directas con Irán a su implicación directa en la reanudación del proceso de paz palestino-israelí, pasando por el anuncio de la retirada de los planes para instalar un sistema interceptor de misiles en Europa oriental, le acaben pasando factura en el frente interior si no se obtienen pronto resultados.

Porque la luna de miel con el mundo árabe, al menos con sus dirigentes, que empezó con su histórico discurso de El Cairo este verano, podría evaporarse si Israel sigue en sus trece de negarse a congelar los asentamientos en la Cisjordania y Jerusalén oriental. Por no hablar de la decepción que ha causado en la Europa oriental y en los Estados bálticos, que hasta ahora habían hecho un frente común con Washington en todos los conflictos, la decisión de suspender la instalación del escudo anti-misiles. Con ser importantes, no se trata sólo de Polonia y Chequia. Georgia y Ucrania se sienten, ahora, en la más absoluta soledad frente a las ambiciones hegemónicas rusas. La falta de resultados concretos a corto plazo dará una munición inesperada al Partido Republicano, que prepara toda su artillería con vistas al inicio de la campaña electoral para las legislativas del próximo año.

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