Un cineasta en estado de gracia
La ultima película que vi del director argentino Juan José Campanella fue Luna de Avellaneda y consiguió enervarme. Por espesa, por discursiva, por blanda, por cargante, por llorona, por pretenciosa, por cursi. Consecuentemente me acerco a El secreto de sus ojos con temor a encontrarme con un sermón moral habitado por porteños que hablan todo el rato y están encantados con lo que dicen.
Al terminar, me quedo en la butaca con sensación de felicidad hasta que desaparecen los últimos titulos de crédito, recuerdo con agradecimiento momentos mágicos que me han colocado un nudo en la garganta, tengo la impagable sensación de que me afecta y comprendo profundamente lo que le ocurre a esos personajes, me admira la capacidad del autor para combinar con fluidez, tensión, armonía, dureza y verosimilitud el cine negro y la tragedia sentimental, la violencia y el tono auténticamente lírico, que su lenguaje expresivo sea tan sutil como poderoso, que en ningun momento se haga un lío al alternar el pasado y el presente en una historia que se desarrolla a lo largo de veinticinco años, que el extraordinario guión no presente ninguna fisura, que te revele tantas cosas con intensa sobriedad de lo que ocurre en el cerebro y en el corazón de esa gente, que nada en esas imágenes y en esos diálogos te suene a falso, manipulador o sobrecargado, que te atemorice, te emocione y te haga reír cada vez que se lo propone. Estamos en el territorio del gran cine, del clasicismo, de un universo tan rico como complejo en el que todo tiene sentido, te envuelve, te sugiere, te implica y te conmueve.
El recital que ofrece aquí Ricardo Darín está a la altura de 'Nueve reinas'
Campanella retrata a personas que tienen que ajustar cuentas con lo que amaron y no pudieron tener, con trenes salvadores que se dejaron escapar, con horrores que resucitan, con viejos enigmas que siguen resultando torturantes. Hay mucho dolor, vacío, renuncia, pérdida y derrota en esos supervivientes, pero también latido, interrogantes y honestidad.. Y unos actores magníficos, protagonistas y secundarios, haciendo atrayente y creíble el comportamiento, los deseos, los miedos, las certidumbres, las dudas, el mundo interior de unos personajes inolvidables. Siempre me gusta Ricardo Darín, pero el recital que ofrece aquí está a la altura artística de lo que hizo en Nueve reinas. Qué poco necesita este hombre para transmitirnos tantas sensaciones.
No tengo nada bueno que contar de la retorcida aunque disparatada película alemana Esto es amor. El director Mathias Glasner describe de forma tosca, con un montaje lamentable, las historias paralelas y sórdidas de unos pavos que trafican con niñas vietnamitas y el vértigo alcohólico de una policía amargada que les sigue la pista. Se supone que hay continuas y tortuosas sorpresas pero se las podían haber ahorrado. No ahuyentan la indiferencia ante lo que ves y escuchas.
François Ozon se ha propuesto ser tan naturalista en el arranque de El refugio, retratando jeringas de heroína que taladran los brazos, el cuello y los pies de una pareja de yonquis de clase alta, que consiguió que a un espectador le diera una lipotimia salvaje. Lo más macabro es que la proyección no se detenía ni se encendían las luces de la sala, a pesar de los gritos de los espectadores reclamando médicos. Era surrealista contemplar en la pantalla la agonía por sobredosis de los pijos autodestructivos mientras que en la sala se había derrumbado alguien que podía tener un gravísimo problema físico. Admitiendo que está aceptablemente narrada por Ozon la problemática redención de la embarazada yonqui que ha logrado sobrevivir y decide parir a su criatura, no he logrado desconectar en ningún momento de la desgracia real que había sucedido en la sala. Me preguntaba si esa persona era tremendamente impresionable ante el indeseable espectáculo de agujas penetrando en las venas o si algo muy fuerte como la muerte de algún ser querido en idénticas circunstancias le había removido el alma hasta el punto de darle un ataque.
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