"Las putas de la Boquería dan para una ópera"
Despliega una actividad frenética. En julio cerró la temporada del Grec de Barcelona dirigiendo un Don Carlos, de Friedrich Schiller, que ahora abre en Madrid la programación del Centro Dramático Nacional. El montaje se estrenó en la ciudad alemana de Mannheim a finales de junio, dentro de las celebraciones por el 250º aniversario del nacimiento del dramaturgo, pero previamente pudo verse un "ensayo abierto" de la obra en Salamanca.
Calixto Bieito (Miranda de Ebro, 1963) es, sin duda, el director de escena español con mayor proyección internacional en este momento. Especialmente en Alemania y Suiza, donde le adoran. Por citar sólo lo que lleva hecho este año, aparte del Don Carlos: La vida breve, de Falla, en Friburgo; una Armida, de Gluck, para la Ópera Cómica de Berlín, y la Lulu, de Alban Berg, en Basilea. El año que viene le espera un plato fuerte: Parsifal, de Richard Wagner, que estrenará en Stuttgart esta próxima primavera. Es también director artístico del teatro Romea de Barcelona, cuya nueva temporada acaba de presentarse.
"En España parece que optamos por una cultura sin conflictos"
"Por momentos me siento centroeuropeo o incluso escandinavo"
Además, este hombre de mirada oscura y palabra tímida y entrecortada acaba de recibir el Premio de Cultura Europeo 2009, instituido por la Fundación suiza Pro Europa, en reconocimiento a sus aportaciones para renovar la escena lírica. Lleva los últimos 15 años de su vertiginosa carrera pateándose los escenarios del Viejo Continente.
Ese premio da por supuesto que existe una cultura europea. ¿Usted lo cree? Como mínimo, existe la Vieja Europa, eso creo que sí puede decirse. Este año he viajado por Estados Unidos y Asia, y de vuelta he tenido la sensación de que Europa "está" vieja, y eso en cierto modo la une por encima de los nacionalismos de cada país.
Pero como proyecto político parece no querer salir de la UVI. Tal vez no debamos engañarnos. La comunicación entre países no funciona. Dentro de Europa, los hay que ya salen de la crisis y otros que no. Hay países en los que la cultura tiene un gran peso y otros en los que lo tiene mucho menor. Son tradiciones muy diferentes. Lo que las une es el hecho de ser todas viejas tradiciones.
¿Siente que trabaja a otra escala cuando lo hace fuera de España? Mi trabajo es fundamentalmente el mismo. Lo que cambian son los públicos y los medios a disposición.
Usted ha dicho que le empieza a ocurrir como a Manuel de Falla, que se sentía español en el extranjero y extranjero en España. Me gusta esa frase, porque me explica mis propias sensaciones. Y no me refiero a la reacción del público o a las condiciones de trabajo, y tanto menos al reconocimiento que mi trabajo pueda tener, sino a algo más íntimo y a la vez más general: me siento bien en países que dedican tantos recursos y esfuerzos a la educación y la cultura, hasta el punto de sentirme por momentos centroeuropeo o incluso escandinavo.
Pongamos el caso de este 'Don Carlos', estrenado en Alemania y que luego ha llevado a Barcelona y Madrid, tras un "ensayo abierto" en Salamanca. ¿Le parece que fue más apreciado allí de lo que lo está siendo aquí? Por un estilo, pero el ejemplo viene bien para explicar mejor lo que quería decir antes. En Mannheim, el público conocía el texto, porque lo ha estudiado en la escuela y seguro que lo ha visto representado en alguna otra ocasión. La recepción del montaje fue así más inmediata, más directa. Aquí, en cambio, la atención se centra en los detalles. Diría que allí se percibió de manera más global, y aquí, más particularizada.
¿Y cómo les sentó a los alemanes que convierta usted al infante en un rapero y que trufe el texto con fragmentos de 'Camino', de san Josemaría Escrivá de Balaguer? Como algo normal, están acostumbrados a eso. Mi Don Carlos no es un rapero, como usted dice, sino un joven vestido como ahora. Pero ése no es el quid del asunto, sino cómo leer hoy a los clásicos. Para mí, el arte es interpretación y reinterpretación, qué nos comunican hoy esas obras del pasado. Cuando alguien me dice que va a hacer un Shakespeare o una ópera "de época" tal como se hacía en el siglo XVII, siempre me entran ganas de preguntarle si empezará poniendo mierda de caballo a la entrada del teatro.
Usted, en efecto, se ha especializado en la relecturas, tanto en ópera como en teatro de texto. Es cierto, aunque hace un par de años monté un espectáculo sobre Plataforma, la novela de Michel Houellebecq, y en ópera he hecho Wozzeck, de Alban Berg, en el Liceo [2005], y este año, su Lulu, en Basilea.
¿No siente la tentación de ponerse a escribir su propia obra? De hecho, escribo mucho, pero para mí. Nunca he pensado en hacerlo para la escena, más allá de inventarme algunas frases para algún montaje concreto.
Material, desde luego, no le faltaría. A escasos metros del Romea, en el mercado de la Boquería, se han registrado hace pocos días unas escenas de sexo explícito que dejan a su 'Ballo in maschera', tan contestado en el Liceo en 2000 a causa de una escena de tortura con violación, en poco más que un cuento de niños. ¿No le entran ganas de montar algo con lo que ocurre justo a la entrada de su teatro? ¡Es verdad, aquel Ballo ha quedado ampliamente superado por la realidad! Hablando en serio, con ese material podría, en efecto, hacerse algo interesante. Creo que da para una ópera contemporánea, o para una obra de texto muy poética, es decir, nada relacionado con un documental o con una denuncia social, que para eso ya estáis los medios de comunicación, sino como algo mucho más volado Lo bonito sería poner a las putas nigerianas a cantar ópera. Si Ligeti estuviera vivo, seguro que lo compraba [ironiza].
Pero más allá de esa escena violenta, su 'Ballo' situaba el ambiente de conspiración y traiciones descrito en la ópera de Verdi en los inicios de la transición, un periodo que le obsesiona. Es que me parece muy interesante. Tengo 45 años, de forma que me alcanzó de lleno. Me apasiona ese momento de dudas, de grandes ilusiones y a la vez de extrema cobardía.
¿Ha leído 'Anatomía de un instante', de Javier Cercas? Sí, y me ha gustado mucho, precisamente él insiste mucho sobre esa cobardía de la sociedad española. Creo que la historia de España alterna destellos de una gran dignidad con momentos de una cobardía extrema. Y en esos momentos aparece el mal del país: la envidia. Es un tópico, claro, como lo es que los franceses sean chauvinistas; los alemanes, cuadriculados; los ingleses, irónicos y arrogantes, y los italianos, presumidos. Pero esos tópicos, que sirven de muy poco para comunicarse con las personas y que más que otra cosa son chistes, me parece que surgen por algún motivo.
¿No piensa abordar ninguna obra de Thomas Bernhard? Se diría un autor muy próximo a usted. De hecho me encanta y me siento muy influido por él. El traductor del Don Carlos, Adan Kocsis, es un gran experto en literatura austriaca y me ha introducido a fondo en la obra de este autor. De joven dirigí El sobrino de Wittgenstein y en el Romea no hemos dejado de programarlo. A mí, más adelante, me gustaría hacer su Minetti. Y hay otra obra suya muy divertida que me parece que en España no se ha representado nunca: Elisabeth II. Retrata el papanatismo y el provincianismo de la sociedad austriaca a propósito de una visita de la reina de Inglaterra a Viena, un poco en clave de Bienvenido, Mr. Marshall.
Y en ópera, ¿qué nuevos proyectos tiene? El año pasado accedió usted al repertorio wagneriano con un 'Holandés errante' en Stuttgart. Sí. Y ahora mismo estoy preparando Parsifal, que se estrenará en primavera en ese mismo teatro. No sé, mucha gente me comenta que no le parece un autor para mí, pero yo siento que es lo que más me conviene hacer ahora, porque es una obra muy espiritual, con todos los tópicos de sus obras anteriores, pero aplicados a un tema muy complicado y abstracto, como es la búsqueda del Santo Grial, esto de la redención y la fe. Confieso que no sé bien cómo acercarme a esta ópera, me provoca reflexiones a las que no estoy habituado. Justamente por eso me atrae.
¿Pero hacia dónde apunta? Se lo diré. Hay una novela por la que siento debilidad, La carretera, de Corman McCarthy. Un padre y un hijo vagan tras un gran cataclismo, el fin de una era. Ése será el punto de arranque. Pero no será un montaje de estética Mad Max, sino más abstracto, una escena plagada de carreteras abandonadas, entre las que el padre y el hijo buscan la salvación. Como Parsifal y Amfortas. Quizá esta idea me ha venido porque viajo mucho.
Y queda claro que aprovecha las esperas de los aeropuertos para leer. Sí. Por ejemplo, me he empapado de Nietzsche, de la crítica que mueve contra la defensa de la castidad que según él contiene Parsifal. Pero yo no iré por ahí, porque me interesa mucho más el tema de la búsqueda espiritual de algo que puede estar muy cerca o muy lejos, que es para mí la gran metáfora de esta obra. Otras culturas llevan esa búsqueda mucho mejor que la nuestra. Pienso, por ejemplo, en la cultura budista. No imagino a un budista escribiendo Parsifal.
La ópera le absorbe, se diría que más que el teatro de texto. Disfruto con la ópera. Muchos directores de escena no quieren entrar en el género porque lo consideran un corsé. Para mí es un corsé en el que me siento completamente libre.
Decía Wagner que la música permite ir más allá del límite donde se detienen las palabras. En 'Parsifal', eso está muy presente. Es una idea de Schopenhauer. Casi siempre que paso por Francfort, y paso muy a menudo, visito la tumba del filósofo. Es un rincón de paz que me encanta. Parsifal está imbuido de arriba abajo del pensamiento de Schopenhauer.
Le veo muy wagneriano, cuando le hacía verdiano. Cuando dirigí Don Carlos [Basilea, 2006], juré que era el último Verdi que hacía. Bueno, no sé si será el último o no, pero en estos momentos me siento mejor con Wagner. Parsifal me provoca un montón de preguntas y me apunta caminos que desconozco. Además, es un héroe menos shakespeariano que los anteriores, mucho más filosófico. Incluso el compositor titula la obra como Festival Sagrado, cosa que implica una gran carga litúrgica. Todo eso me atrae.
Le atrae, pero también debe de molestarle la dimensión religiosa implícita. Sí, pero finalmente se trata de una religión festiva, al menos yo la siento así.
¿Ha estado en Bayreuth? Todavía no. Me han invitado, pero hasta ahora no he tenido ocasión de ir.
Bueno, allí se respira veneración por todas las costuras Usted entró en el universo wagneriano por la vía de 'El holandés errante' [Stuttgart, 2006]. Era un montaje premonitorio de la crisis económica actual. La primera imagen de la ópera consistía en un grupo de hombres de negocios metidos en una zodiac con sus maletines y sus ordenadores, como una patera sobrecargada vagando sin rumbo. Se trata de un Wagner todavía muy próximo al melodrama romántico, protagonizado por un hombre que busca sin encontrar. Errante, precisamente.
Y Senta, la heroína, ¿quién es desde su perspectiva? Una divorciada con fantasías burguesas. La verdad es que mi propuesta es muy poco romántica [se ríe]. Cuando entré en este mundo apasionante me puse a leer como un loco sobre Wagner y acabé hecho un lío, porque realmente es como una especie de dios, y eso no ayuda. Corres el peligro de querer explicar demasiadas cosas. En Parsifal no voy a reflejar nada del entorno histórico y filosófico del compositor, aíslo al protagonista en una era pospetróleo con la que ya empecé a trabajar en Wozzeck [Barcelona, 2005]. Conocer al autor y su obra es necesario, pero cuando hay tanto material, como ocurre también con Brecht, y además tanto seudobrechtiano y seudowagneriano todavía en activo, al final tienes que abstraerte para sobrevivir, porque de lo contrario corres el riesgo de convertir a Wagner casi en un icono pop.
Quienes le critican opinan que esas traslaciones de época no son legítimas, que usted se desentiende de la historia que está montando para explicar sus propias cosas. Yo creo que no. Es cierto que reinterpreto de forma libre, pero intento no perder nunca de vista la esencia de la pieza. Nada más hay una obra en la que cambié el texto de forma radical, porque me parecía malo de solemnidad: las partes recitadas de El rapto en el serrallo [Berlín, 2004]. Es un texto que no está a la altura de la música de Mozart. Lo convertí en una historia de amor actual entre un chulo y una esclava sexual del este de Europa. Intervinieron gogo-girls auténticas y en el texto puse algunos torturados monólogos de El último tango en París. Hubo un gran escándalo en Berlín cuando se estrenó, pero creo que la ópera cómica ha dado un giro a partir de aquel montaje. Fue muy criticado, pero la cultura alemana ya he dicho que está muy acostumbrada al conflicto que genera debate. Y eso es saludable, porque en España muchas veces parece que optamos por una cultura sin conflictos y que nuestros políticos se dedican principalmente a tapar conflictos justamente para evitar el debate. El tema de la prostitución en la Boquería, por volver a él: de no publicarse esas fotos, no habría habido debate y sin él nunca se podrá encontrar una solución, la que sea.
Por Estados Unidos usted ha viajado menos. Llevé el montaje de La vida es sueño a Nueva York [estrenado en Barcelona en 2000] y me llegaron varias propuestas para trabajar allí, pero no estaba preparado, entre otras cosas por miedo a volar. Ahora ya lo he superado y precisamente preparo para la próxima temporada de Chicago Camino real, de Tennessee Williams, una especie de Divina Comedia americana que los críticos pusieron a parir cuando se estrenó [1953]. Es un gran poema dramático sobre la frontera entre México y Estados Unidos, de carácter onírico, pues entre las putas y los rufianes aparecen de repente personajes como Madame Bovary o Giacomo Casanova, una volada. Luego el montaje irá a Nueva York y Los Ángeles.
¿Hacia dónde va la escena? ¿Hay alguna tendencia que en su opinión sobresalga, marque tendencia? Como las otras disciplinas, pasa por un momento de búsqueda de liderazgos y a la vez de necesidad de etiquetar producciones y programaciones para poderlas vender. Pero yo no creo que sea un mal momento. En España hay mucho talento, de eso estoy convencido.
Dé nombres. Vaya un compromiso, pero vamos allá. Andrés Lima es muy buen director. Y Josep Galindo, entre los jóvenes. De la generación anterior, Mario Gas y Albert Boadella, al que considero uno de los grandes referentes de la profesión. En fin, hay más. Pero lo que nos falta en España son proyectos más globales. Tenemos una gran tradición, pero no la utilizamos, no la estudiamos y debatimos como se merece. Falla la educación, yo lo veo en mis hijos [de ocho y cuatro años]. Aparte, hay una tendencia cada vez más acusada en este país al amarillismo.
¿A qué se refiere? A la televisión pública, por ejemplo. Cada vez se diferencia menos de la privada. Yo no digo que no se tengan que hacer programas del corazón o de sucesos, pero a la vez se debería impulsar una cadena cultural como Arte. Pues nada de nada.
No acabemos esta entrevista con el ceño fruncido. ¿Lee también literatura de evasión en los aeropuertos? También.
¿Stieg Larsson, por ponerle el último fenómeno? Me lo he pasado bomba con su trilogía. Pero le contaré un secreto. Nunca he sido un buen lector de novela policiaca, y eso me ocurre porque desde siempre me cuesta seguir la trama. Muchas veces me pierdo y tengo que volver unas páginas atrás para retomar el hilo.
Arriba el telón de la polémica
Calixto Bieito (Miranda de Ebro, 1963) es hijo de padre de origen gallego y madre sevillana. A los quince años se trasladó con su familia a Barcelona, donde cursó estudios de filología hispánica, historia del arte, interpretación y dirección de escena.
Desde 1999 ejerce de director artístico en el teatro Romea de Barcelona. Convencido de que a los clásicos hay que zarandearlos, sus polémicos montajes de obras como Don Giovanni o Un ballo in maschera han provocado escándalo y admiración a partes iguales.
Cada vez más cautivado por la ópera, ha recibido el Premio de Cultura Europeo 2009, que otorga la Fundación suiza Pro Europa, y prepara un Parsifal para la ópera de Stuttgart que tiene aires de hito en su trayectoria.
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