Un poco de luz al final del túnel
En la última jornada de la anterior Mostra, nos llegó el emotivo y desgarrador retrato que hacía Darren Aronofsky en El luchador de un perdedor a punto de extinción. Consiguió el milagro de removernos, de que nos encontráramos con un oasis al final de la travesía del desierto. Al volver a verla en Madrid y en condiciones normales disminuía notablemente el impacto que me había provocado aquí. Pero la memoria seguía agradeciendo las viejas sensaciones ante ella.
Ha vuelto a ocurrir algo parecido este año con Mr. Nobody, el título que ha cerrado la Sección Oficial. La dirige el belga Jaco van Dormael, autor que se prodiga poco y del que recuerdo las inquietantes Totó el héroe y El octavo día. Este hombre llevaba 10 años sin rodar, y viendo el impresionante trabajo visual y la excesiva complejidad argumental de Mr. Nobody deduces que ha dedicado mucho esfuerzo y amor a este proyecto. Mezcla la ciencia ficción con el lirismo, juega continuamente con esos conceptos tan arriesgados del tiempo y el espacio, a veces te haces un lío con lo que te está contando, la parte final es demasiado reiterativa, pero esa catarata de imágenes hipnóticas y de sentimientos intensos nunca te dejan indiferente.
El hombre más viejo de un mundo que se acaba imagina lo que habría sido su vida si hubiera podido elegir entre varias opciones, si se hubiera quedado en la niñez con su padre o con su madre, si hubiera amado a una mujer o a otra, si hubiera seguido un camino o el opuesto. Ésa es la parte comprensible, luego hay ramificaciones argumentales e historias paralelas cuyo significado se me escapa. Es un cóctel con sabores exóticos, pero que no puedes dejar de paladearlos, una narración muy rara con momentos de auténtica emoción. No puedo dejar de asociarla en la estética y en el contenido con El extraño caso de Benjamin Button, la película que más he amado este año. Espero que perdure la fascinación con Mr. Nobody cuando la revise con tranquilidad en mi ciudad o en mi casa, que no se limite a un espejismo al llevar 11 días soportando muermos, cuando tienes sed de auténtico cine.
Asegura la leyenda con datos que Tom Ford fue el imaginativo sastre (perdón, no se ofendan, quería decir diseñador) que logró el milagro con su talento de revivir al agonizante imperio de Gucci. Habiendo demostrado que la moda no tiene secretos para él, el heterodoxo Tom Ford ha decidido ofrecer su proteica creatividad al cine. Viendo A single man llegas a la conclusión de que lo mejor de sí mismo hasta ahora sigue siendo inventarse trajes, camisas, bolsos, cinturones y zapatos.
Su primera película no es desdeñable, se empeña en dotar de estilo a las imágenes y reivindicar la importancia y la expresividad del primer plano. Reconoces su preocupación por crear un sofisticado lenguaje visual, pero el guión hace agua por muchos lados, es tan tópico como amanerado. Describe los impulsos suicidas de un atildado y deprimido catedrático de Literatura que ha perdido a su novio en un accidente, los intentos por devolverle al amor, al sexo y a la vida que hacen un efebo muy audaz al que hipnotizan sus clases, un chapero español con complejo de filósofo y de James Dean y una vecina cómplice, muy sola y también atormentada, que pretende convencerle en vano de que sus heridas sentimentales pueden ser curadas con una mujer. Es una película relamida, inútilmente psicológica, forzadamente poética, más preocupada por el diseño que por dotar de veracidad a los afligidos personajes.
Babelia
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