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Columna
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De gestas, gestos y gesticulaciones

Los rigores del estío, lejos de mecer la modorra propia de estas fechas, parecen haber excitado a los partidos catalanes. Tras un año largo de tensa espera, de discretas e infructuosas conversaciones y de no pocas añagazas que a más de uno debieran sonrojar, el pacto de la financiación autonómica ha liberado toda la presión acumulada por nuestros políticos, que sin solución de continuidad han declarado inaugurada la precampaña de las próximas elecciones catalanas. Lógico, habida cuenta de que, salvo que medie una improbable disolución anticipada del Parlament, sólo falta un año y tres meses para los comicios, previstos para noviembre de 2010. Total, apenas un suspiro.

No nos detendremos hoy a analizar cómo diantres administrar un Estado compuesto donde, ante cada cita electoral -a razón de una por año-, la partitocracia cuelga el cartel de "cerrado por elecciones" y pospone hasta ocasión más propicia la adopción de cualquier medida de calado, no sea caso que pase factura en las urnas. Así, no es de extrañar que, descontando precampañas, campañas y formaciones de los distintos gobiernos, las legislaturas se queden en nada. Pero esa asignatura la dejaremos para septiembre.

El político tiende a sobreactuar; sea para loar (o denostar) la financiación, sea para explotar tragedias como la de Horta

Quienes no han esperado tanto para alzar el telón electoral han sido las fuerzas del tripartito y su gran antagonista, que, en pleno frenesí de bolos veraniegos, compiten a la hora de exhibir sus dotes escénicas. Desde el proscenio, juntos o por separado, José Montilla y sus socios -más ERC que Iniciativa, acaso porque el líder de esta última, Joan Saura, se bate en retirada- declaman con singular denuedo las bondades de un acuerdo que presentan como su gran (y primera) gesta, mientras Artur Mas y sus secundarios, por convicción u obediencia debida, les lanzan huevos desde la platea azuzando con escaso éxito al estupefacto público para que secunde sus protestas. La vieja pugna entre Don Carnal y Doña Cuaresma no cesa, ni siquiera en fechas tan poco indicadas.

No le falta razón al profesor Culla cuando, desde estas páginas, se malicia que tanta propaganda de ambos bandos resultaría estéril si el nuevo modelo fuera para Cataluña un maná inagotable o una ruina incontestable. El problema radica no ya en la incapacidad de la ciudadanía, profana, para discernir si tal cifra de recursos es suficiente o si aquel precepto del Estatuto se cumple a rajatabla, sino en el empeño de los partidos en imponer su verdad sin matices, proscribiendo por interés electoral un debate sereno y equilibrado. Ejercicio de dogmatismo que les resta una credibilidad de la que no andan sobrados y alimenta un nihilismo -el consabido todos los políticos son iguales- que mengua la afluencia a las urnas.

Analizando caso a caso, en esta efectista representación teatral hay que distinguir los gestos de las gesticulaciones. Gesto de honestidad fue el de Antoni Castells, que al proyectar las ganancias que estima obtener la Generalitat aclaró que todo dependerá de la marcha de la economía. Fue también un buen gesto, si bien de cara a la galería, que el tripartito reconociera la aportación de CiU al Estatuto y la invitara a sumarse al acuerdo. Y en las filas convergentes, cabe reseñar la sinceridad de dirigentes históricos como Miquel Roca, que ha aplaudido el pacto, y Josep López de Lerma, que ha afeado la arrogancia de CiU. Pero tampoco han faltado muestras de cómica sobreactuación: desde la apelación de Artur Mas a la "dignidad" del Parlament en defensa de la literalidad estatutaria, olvidando que durante 23 años CiU no logró completar el desarrollo del Estatuto de Sau, hasta la épica presentación del acuerdo a la sociedad civil programada mañana en el Palau de la Generalitat. Eso, por no hablar de los devaneos de Joan Ridao con cierta prensa de Madrid que, a fin de atizar la catalanofobia, le permite jactarse de las contrapartidas arrancadas al Gobierno. Obscena simbiosis en la que no cuesta intuir quién engañó y quién se dejó engañar.

Aposta, dejamos para el final las miserias de grueso calibre. Escépticos, creamos a los dirigentes de CiU que niegan haber llamado a usar contra el tripartito la trágica muerte de cinco bomberos en el incendio de los Ports. Expectantes, confiemos en que nadie pretenda sacarse viejas espinas empleando sus cadáveres como arma arrojadiza. Que descansen en paz.

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