HERMANA LOBA
La mujer es una loba para la mujer. Debe de ser una mutación del cromosoma XX. Lo sabe cualquiera que haya tenido que vérselas con una de esas congéneres que antes de dignarse a dirigirte la palabra te repasan de arriba abajo y te crucifica como diciendo: te vas a enterar, bonita. Y te enteras, al tiempo. Antes de que vayas, ellas han vuelto y te esperan con la escopeta cargada. Están por todas partes. Son esas dependientas de veinte años, pechos en las anginas y culo en los riñones que te interceptan en la zona joven de Zara, te escupen un meloso: "¿puedo ayudarle, señora?" y te hunden en la miseria para todo el día.
Casi prefieres a la que gorjea "¿necesitas algo, cielo?", como si fuera tu íntima de toda la vida. Sabes que miente. Que se lo han enseñado en el curso de ventas. Que previamente te ha calibrado, escaneado y calculado la edad con cero margen de error. A quién le importa. Tú, con tus arrugas, tus títulos, tus décadas de experiencia y todos y cada uno de tus cuarenta años te sientes aceptada por una niñata que no ha aprobado la ESO. Y eso, admitámoslo, nos sube la autoestima más que ningún psiquiatra.
Siempre hay una más joven, más guapa, más delgada, más lo que sea. Ella lo sabe. Y te lo va a hacer saber, descuida. Es ésa a la que, pongo por caso, vas a entrevistar, o a pedir un impreso, o a que te haga las ingles brasileñas, y te pone en tu sitio con un arqueo de cejas que sentencia: yo, querida, soy divina, y tú no lo eres. Date por muerta.
¿Que a qué viene esto? Legítimo derecho al pataleo. Vengo de probarme biquinis de firma. Están al 70% en julio, prueba irrefutable de que esta crisis pasará a la historia. Pero hasta las gangas son para las elegidas.
La mirada altiva de la garza que me ha franqueado el probador lo decía todo. Desengáñate tú misma, ilusa. Entre la tortura de desincrustarlos de las perchas y embutírmelos encima de las bragas y el sostén —a saber cuántas se los han probado antes a pelo—, la luz de mortuorio de la cabina y mi moreno a rodales gentileza del autobronceador del súper, he acabado con la moral devastada.
Al final me he llevado un bañador ultrarreductor con doble relleno pectoral tipo almohada cervical que junta, levanta, las pone de relieve y tarda dos horas largas en secarse si se te ocurre meterte en el agua. Qué más da. No me baño. Me hace culo, cintura y canalillo. Ingeniería textil de última generación. Pura prótesis, de acuerdo. Y qué. Todo es mentira.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.