¡Robaron a Calamaro!
El titular reclama mi atención: "Andrés Calamaro destroza su habitación en un hotel en México". La primera reacción es cínica: ¿dónde está la noticia?. El vandalismo de recintos hoteleros forma parte integral del folclor del rock: esas situaciones ya deben estar contempladas en los manuales de todas las grandes cadenas y que la única discusión posible enfrentaría al gerente y al road manager, con la presencia de un tasador.
Sencillamente, esas cosas ocurren cuando los músicos llevan un tiempo en la carretera: por aburrimiento, por mimetismo, por capricho idiota, por frustración ante un servicio deficiente. Pero compruebo que la anécdota de Calamaro ha adquirido velocidad propia. Se publica en periódicos de todos los países hispanos, con un creciente amarillismo. El cantante, se nos asegura, se hallaba "en estado de embriaguez" o, directamente, "borracho". Aquí saltan las alarmas. Los que hemos seguido profesionalmente a Andrés -antes, durante, después de sus años salvajes- sabemos de una curiosa anomalía: no bebía. Nada de alcohol, ni siquiera socialmente.
No se recomienda a ningún artista llevarse música inédita cuando se va de gira
Así que decido indagar. Mi curiosidad se convierte en una lección acelerada sobre el periodismo de agencias, la realidad del México turístico y los peligros de las giras. El miércoles, Calamaro actuaba en la dulce ciudad de Puebla. Él y su gente -veinte personas, incluyendo músicos y técnicos- se alojaron en un establecimiento de cinco estrellas, el Presidente Internacional. En descripción de Andrés, "uno de esos hoteles grandes y pretenciosos, llenos de estatuas, pianos y seguridad".
Léase la última palabra con sarcasmo. Cuando regresaron del concierto, comprobaron que alguien había saqueado dos habitaciones, precisamente la del artista y la de su representante. No representó ningún obstáculo que ambas exhibieran el cartel de "No molestar" y que se abrieran exclusivamente con tarjetas personales, programadas en la recepción. La limpieza fue rápida y productiva: desaparecieron unos miles de dólares, un iPod, un teléfono de última generación y dos ordenadores, incluyendo el MacBook del artista.
Eso es serio: allí, aparte del correo y las fotos familiares, se almacenaba un puñado de canciones inéditas. A Andrés le gusta compartir su música, aunque esté inacabada: "Escucha lo que acabo de hacer". Asegura que no se ha perdido nada, "nada que no tenga copiado por triplicado en mis discos duros". Pero la ira fue inevitable. Y los destrozos, disparados por la actitud de los empleados del hotel: que no es verdad, que a alguien habrán prestado las llaves magnéticas, que no me grite usted.
Para cuando apareció la policía, el foco del asunto se había trasladado al músico colérico. Los rockeros, ya habrán oído, se pasan con "los tragos" o quién sabe qué: rompen floreros, tiran televisores, se ponen imposibles. Con ligeras variaciones, ésa es la noticia que se ha difundido a ambos lados del Atlántico. Es la versión que vende, la que confirma nuestras sospechas sobre esos monstruos del escenario.
Calamaro sigue recorriendo los escenarios mexicanos. Se le ha indigestado la doble vara de medir: "En Buenos Aires, cuando le robaron a Coppola un portátil con un guión, nadie le recriminó por enfadarse". Acepta, no le queda otra, la promesa de un directivo de la cadena, que se ha comprometido a localizar lo robado. Lo peor, pienso, es que se trata de una historia tan miserable que ni siquiera merece una canción.
Babelia
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