"¡Bendito sea el poder de crear!"
Ángeles Mastretta transmite sus secretos en el seminario 'Lecciones y maestros'
Ángeles Mastretta sabe que los ojos de la epilepsia son grises. Se lo preguntó un día su amigo Renato Leduc, un poeta con el que vivió uno de esos amores platónicos y que era sesenta años mayor que ella. La escritora mexicana conoce todos los tonos de esa enfermedad porque la padece. Y por eso ha aprendido a nombrarla de muchas formas, con múltiples eufemismos. Que si "los desmayos", que si "el mal menor"... La venció el día en que supo que podía escribir un poema sobre "la enfermedad de los genios", como la calificaba Leduc. Ese día comprendió que la literatura lo vence todo.
Ayer, en Santillana del Mar, donde participó en el seminario Lecciones y maestros organizado por la Fundación Santillana y la UIMP, la escritora dejó de lado "los rollos" sobre el qué o cómo se hace la literatura. "Explico mal cómo trabajo porque ni yo misma lo sé", aseguraba ante un público experto en su obra y admirador de su prosa explosiva y apasionada.
Pero que no sepa muy bien cómo teje su obra no quiere decir que sea incapaz de transmitir sus secretos narrativos. Prometió que no lloraría, que no quería emocionarse, pero al final de un discurso en el que mezclaba recuerdo, memoria, familia, fuego y ficción, puso al auditorio al borde de las lágrimas.
Mastretta se desnudó. Estuvo cálida, elegante, chistosa y coqueta. Contó su vida y celebró su suerte: "¡Bendito sea el poder de crear!", aseguró. "Soy escritora, tengo 59 años. Nací cuando el fin de la II Guerra Mundial había dejado de ser noticia, engendrada por un padre que nunca pudo borrarla de su memoria y por una madre que aún está en guerra". Aquellos dos progenitores suyos aparecieron en la lección. Relató cómo le susurran consejos y verdades sobre su propio ser desde las cajas en las que guarda sus cenizas. Piensa escribir una novela sobre ellos. Contar su enternecedora historia.
Mastretta volvió loco al público. Con sus relatos de infancia y amores, entre lo personal, lo confesional y lo literario. Entre la risa y el llanto. "¿Para qué hacer una novela? ¿A quién pondrá a temblar un campo de flores? ¿Un director de orquesta? ¿Un abismo? ¿Por qué dedicar horas a preguntarse porqué es mejor escribir fuego o escribir lumbre?".
Así la escritora fue formulando preguntas y encontrando respuestas. "Escribo porque cuando ya no quepo en mí, necesito salir para ser otra persona y vivir todas las vidas". Así ha ido forjando novelas como Arráncame la vida, Mal de amores o, ahora, Maridos. Así ha construido mundos que beben y campan por la historia de México con mujeres de rompe y rasga, muchas como ella: "Viví una infancia feliz y una adolescencia consternada", aseguró.
Sus novelas surgen de imágenes claras. "Vi por primera vez a Emilia Saurí, la protagonista de Mal de amores, sentada en un gallinero preguntándose por qué estaba enamorada de dos hombres". Aunque aquella imagen no encontró finalmente su hueco en la novela. "Cuando llevaba 400 páginas me di cuenta de que ella tenía 14 años y no había conocido el amor". Para Mastretta aquella desproporción entre la idea y las palabras era culpa de malas influencias literarias. "Por aquel entonces estaba leyendo a Galdós y me entretenía en detalles". Luego ha recurrido a más maestros y maestras. "A Jane Austen o a sor Juana Inés de la Cruz, a quien leo a diario y me sopla los adjetivos". La mayoría de sus admiradores son mujeres. "En México no tengo lectores, son lectoras. Cuando la gente me reclama dedicatorias, la proporción es de diez a uno. Y cuando llega un hombre me pide que se lo dedique a su madre o a su esposa"."Leo a diario a sor Juana Inés de la Cruz, que me sopla los adjetivos"
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