El populista que niega el Holocausto
El empeño en el programa nuclear y la retórica contra Estados Unidos han reforzado la popularidad de Ahmadineyad

Su negación del Holocausto, su empeño nuclear y su retórica agresiva espantan a Occidente. Sin embargo, para muchos iraníes, el recién reelegido presidente Mahmud Ahmadineyad es un héroe que ha plantado cara a Estados Unidos y, sobre todo, un hombre humilde que se preocupa de los más pobres. Sin duda su populismo resulta controvertido, pero es el primer político moderno de la República Islámica, alguien que ha llevado la política a las zonas rurales más recónditas de un país que es tres veces el tamaño de España.
Aunque creció y se formó en Teherán, Ahmadineyad se mantiene fiel a sus modestos orígenes. Hijo de un herrero, nació en 1957 en Garmsar, una aldea situada a un centenar de kilómetros al sureste de la capital. Su familia (que hasta entonces se apellidaba Saborjian) mantuvo las costumbres sencillas de la gente rural. Todavía hoy el presidente come sentado en el suelo al estilo tradicional, prefiere el té a cualquier otra bebida y lleva un estilo de vida simple que contrasta con las prebendas del poder.
Viaja por todo el país y ha logrado que le identifiquen con el Estado
Conecta con un electorado harto de la corrupción de los clérigos dirigentes
Fue esa imagen de hombre del pueblo la que en las elecciones de 2005 conectó con un electorado profundamente disgustado con la corrupción de los clérigos dirigentes. Ahmadineyad, un seglar muy devoto, prometía distribuir las riquezas del petróleo. Además, su paso por el cuerpo de Pasdarán (los Guardianes Revolucionarios que constituyen el ejército ideológico de la República Islámica) aportaba credenciales impecables. La alcaldía de Teherán, que conquistó en 2003, le sirvió de trampolín.
Una vez en la sede de la calle Pasteur, el hombre menudo, de voz suave y maneras tímidas, se reveló un formidable político. Con su estilo de acción más que de reflexión amplió de facto las competencias de la presidencia, erigiéndose en adalid del programa nuclear (responsabilidad del líder supremo), en torno al cual logró aunar a todo el país apelando al exacerbado orgullo nacional. Ahora, nadie, ni siquiera en la oposición, se atreve a cuestionar el enriquecimiento de uranio, un proceso que astutamente ha convertido en sinónimo de desarrollo y prosperidad, obviando su coste.
Ahmadineyad también ha impulsado una política exterior populista y arriesgada que ha traído a Teherán a numerosos mandatarios del Tercer Mundo y proyectado la ilusión de que Irán no es un país paria. Sin embargo, las sanciones económicas que le ha granjeado su empeño nuclear han ahuyentado a los inversores, sobre todo en donde más los necesitan, la industria petrolera y del gas. La falta de refinerías obliga a comprar fuera la mitad de la gasolina que consume Irán y que vendida a precios subvencionados constituye una sangría para el Estado.
Infatigable, Ahmadineyad ha estado en permanente campaña electoral durante los cuatro años de su presidencia. Con visitas a todas y cada una de las provincias, ha logrado que su imagen se identifique con el Estado en lugares donde se tenían pocas noticias del Estado. Además, no viaja con las manos vacías. Cada visita deja la promesa de nuevas infraestructuras, proyectos de desarrollo e incluso ayudas en efectivo.
Todo ello ha suscitado polémica dentro del país. Muchos economistas han criticado el gasto a manos llenas de los beneficios del petróleo que ha alentado la inflación, sin reducir el paro y la pobreza. Sus propios aliados se han asustado de su forma poco ortodoxa de gobernar. Pero, cada vez que se enfrentaba a un problema, parecía contar con el respaldo incontestable del líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, como volvió a suceder ayer cuando medio Irán cuestionaba su reelección.

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