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Columna
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Aló Presidente

Los vericuetos académicos me han llevado este año a Venezuela, desde donde escribo estas líneas. Me encuentro con gentes extremadamente hospitalarias y muchas, muchas de ellas cabreadas, frustradas o desesperanzadas con la deriva del país. Con un Gobierno que repite el grito de guerra "Patria, socialismo o muerte": un lema que no puede resultar sino chirriante para todo oído democrático. Son demasiados los datos, los testimonios, las impresiones para una sola columna. Así que partiré únicamente de la experiencia del foráneo que llega a una ciudad venezolana y enciende el televisor.

De pronto, el Ministerio del Poder Popular interrumpe la programación de al menos diez cadenas para transmitir en directo la intervención del Comandante Chávez. No me refiero al famoso Aló Presidente, sino a lo que puede suceder cualquier día de la semana. Aparece sentado a una larga mesa improvisada en medio del campo, junto a un grupo de viviendas cuya construcción ha promocionado. Como en las representaciones de la última cena, el líder está rodeado de un numeroso grupo de apóstoles, ministros y próceres del Gobierno, que no abren la boca en las horas que puede durar la intervención. Enfrente, un nutrido grupo de personas escuchan embelesados, asienten, ríen las gracias del presidente.

Se ha dicho de Chávez que es radioactivo y que tiene diez veces más energía que un hombre normal. Cualquier espectador que le escucha y le observa durante horas puede sacar, sin duda, la misma conclusión. Le veo aparecer con el grueso volumen de El capital de Marx, recomendando fervientemente su lectura. No se asusten por su tamaño, ríe, es suficiente leer unas pocas páginas al día. Va anocheciendo en el campo. Chávez repara en la luna: qué bonita, dice, ah, la luna de los enamorados, y comenta el pronóstico del tiempo para el día siguiente. Se centra después en "las manos perversas de la oligarquía" y como fuente de autoridad remite esta vez a la Biblia. Cita versículos de Isaías en contra de los ricos y repite que los profetas eran "socialistas", de la misma manera que, faltaría más, "Cristo era socialista" (es evidente que quiere decir chavista: "el socialismo del siglo XXI"). La luna sirve otra vez de intermedio lírico. Arranca a cantar "Luna, mi luna gitana".... Todos aplauden y ríen. Toca el tema del avión de Air France accidentado en el Atlántico. Da sus condolencias y aprovecha para narrar largas anécdotas personales sobre turbulencias en aviones en los que ha viajado. De vez en cuando hace un amago de pasarle la palabra a la devota presentadora que aparece en la pantalla del estudio. Falsa alarma, ésta apenas puede abrir la boca.

¿Puede un solo hombre representar a todo un país? "Por favor, no nos confundan con él", me dicen. Mi experiencia corrobora esa súplica: hay una Venezuela que se resiste, que reivindica sus derechos civiles y políticos, y que no le ríe las gracias al caudillo.

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