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Análisis:Elecciones europeas
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

¿Por qué Europa no tiene 'sex-appeal'?

Si Jean Monnet, Robert Schuman o Konrad Adenauer pudieran ver los logros alcanzados por el proceso de integración europea que ellos pusieron en marcha se quedarían fascinados. No es que se haya conseguido el objetivo de traer paz perdurable a un continente reducido a escombros por continuas guerras fratricidas. Es que se ha logrado unir a 27 estados de ambos lados del ya olvidado telón de acero en un espacio político común en el que para las generaciones más jóvenes paz y democracia se dan por sobrentendidas. Gracias a los fondos estructurales, a Schengen o al programa Erasmus hemos alcanzado además un nivel de vida que era inimaginable por nuestros padres. Podemos viajar desde Vitoria a Helsinki por modernas infraestructuras sin control fronterizo alguno, y estudiar en la universidad de otro país entra ya dentro de lo cotidiano. Incluso en difíciles momentos de crisis como la actual no es baladí el efecto paraguas que la política monetaria europea proyecta sobre las economías más vulnerables, como la española.

Nuestro futuro es incierto, pero pasa indefectiblemente por una Europa fuerte
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Sin embargo, la idea europea ya no atrae al ciudadano, y, lo que es peor, se conocen mucho mejor sus defectos que sus virtudes. De hecho, hoy se celebran de nuevo elecciones al Parlamento europeo y los titulares de mañana se darían por satisfechos si la abstención no superase los dos tercios del electorado. La pregunta, pues, es sencilla: ¿por qué la Unión Europea no tiene sex-appeal?

Quizá sea cierto que los procesos decisorios, en los que el Parlamento europeo (representación democrática) colegisla con el Consejo (representación de los estados) son demasiado complejos. Acaso la falta de un presidente al que poner cara en el momento de depositar la papeleta o la inexistencia de listas realmente europeas diluya también el valor real de estas elecciones. Posiblemente sea además difícil de compaginar un Parlamento democrático con la inexistencia de una sociedad civil y una opinión pública europeas. Y puede que hasta la percepción de que la Unión Europea funciona razonablemente bien en su cometido económico termine siendo también un motivo de desmovilización política.

Pero, sin duda, hay otros elementos bastante más burdos que hurtan a la ciudadanía el debate europeo y que a partir de mañana deberían llamar a una seria reflexión. Por ejemplo, la elaboración de las listas por los partidos políticos obedece -con perdón de las obvias, pero muy escasas excepciones- a cualquier criterio menos al verdaderamente europeo. La campaña electoral en nuestro país ha destilado un intolerable tufillo de rencilla chabacana que espanta a cualquier mente sosegada; en realidad, en todos los estados predomina un prisma estrictamente nacional que eclipsa el debate sobre los temas de verdadera relevancia europea (mantenimiento de la competitividad, energía, cambio climático, seguridad colectiva, terrorismo internacional, Tratado de Lisboa, etcétera). Por no mencionar la miopía cortoplacista de nuestros líderes políticos y, sobre todo, esa irrefrenable tendencia de cualquier alcalde, presidente autonómico o ministro a apuntarse apresuradamente el mérito de inaugurar la carretera financiada por la Unión Europea, pero echarle sin rubor la culpa de cualquier decisión dolorosa que haya de tomar en casa.

Por ello, probablemente convenga recordar que éxitos pasados no garantizan éxitos futuros. La Unión Europea ha sido, en efecto, una de las conquistas más relevantes de la historia occidental del último siglo. Pero la aceleración histórica que está imprimiendo el imparable proceso de globalización, los interrogantes que plantea una crisis económica de la que se desconocen aún sus efectos finales y el inevitable declive competitivo de Occidente son retos de suficiente calado como para no olvidar que nuestro futuro es incierto. Muy incierto. Pero, en todo caso, la lógica de ese futuro pasa indefectiblemente por una Europa fuerte que mantenga en el escenario internacional una posición que los estados por sí solos ya no pueden. Y las decisiones políticas más relevantes que durante los próximos cinco años adopte esa Europa unida corresponderán en buena medida al Parlamento que hoy elijamos. No es, pues, cualquier cosa, aunque no tenga sex-appeal.

José Martín y Pérez de Nanclares es catedrático de Derecho Internacional Público de la Universidad de La Rioja. Actualmente, es profesor visitante en la Fordham Law School de Nueva York.

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