"Representaré mi muerte en el Real"
Es, con permiso de Cindy Sherman, la mayor diva del arte actual. A Marina Abramovic (Belgrado, 1946) la llaman la abuela de la performance porque su trabajo pionero en esta disciplina la ha convertido en referencia ineludible. Una apelación que desafía con su genética -aparenta más bien 46 años y no los 64 que tiene-, pero sobre todo con la pasión de la que habla de su trabajo, tan parte de su vida que no hay separación entre ambos. "Quiero ser una buena artista y he sacrificado hijos, maridos... Es una vida solitaria". ¿Ha merecido la pena? "Sí, cada minuto. Es duro, pero en el momento en que haces un buen trabajo, lo compensa. El arte es como respirar, no lo cuestionas. Lo haces porque no puedes vivir sin ello".
La creadora llega al teatro madrileño de la mano de Gérard Mortier
"El artista tiene que lograr que la gente pare un rato y venga al aquí y ahora"
Abramovic habla tras haber presentado el pasado viernes en el Teatro de la Laboral de Gijón su último trabajo, una videoinstalación en cinco pantallas titulada Ocho lecciones de vacío con un final feliz. Y parece que va a estar muy ocupada en España en los próximos años. De momento, la semana pasada trabajó en la antigua cocina del claustro de la Laboral en un nuevo vídeo inspirado en Teresa de Ávila que se presentará en el centro asturiano en noviembre y en la galería La Fábrica de Madrid en enero de 2010. Además, por primera vez la performance entrará en el Teatro Real de Madrid de la mano de Gérard Mortier, que asumirá la dirección artística a principios del año próximo. El teatro madrileño coproducirá con el Festival de Manchester La vida y muerte de Marina Abramovic, una performance de cuatro horas que se estrenará en Manchester en julio de 2011 -aportan la mayor parte de la financiación- y luego en Madrid. El autor de la música será Antony and the Johnsons. "Representaré en el escenario mi vida y mi muerte, porque quiero un funeral totalmente organizado. No quiero morir, que me entierren y ya está. Cuando una persona muere, hay que revivir el espíritu de esa persona. Hay que vivir bien y morir bien". 2011 se convertirá definitivamente en el año de la artista en Madrid, ya que el Museo Reina Sofía negocia traer, en coincidencia con las representaciones en el Real, la retrospectiva de la artista que el MOMA de Nueva York inaugurará en marzo de 2010.
Abramovic reniega de las lecturas únicas de sus trabajos. En Ocho lecciones..., un proyecto que realizó en Laos, niños de cuatro a siete años escenifican inquietantes acciones de guerra. La inocencia de los pequeños en actitudes de máxima violencia crea imágenes turbadoras, como la de unas niñas que duermen en una cama de sábanas rosas amarradas a sus fusiles (de plástico y de fabricación china, explica la artista). Es difícil no hacer una lectura política, pero hay más: "Hay otros significados, es mucho más sobre el fruto de nosotros mismo. Los niños son nuestro futuro, nuestro destino, qué les espera a nuestros hijos en una sociedad corrupta, violenta. Si le pides a un niño de cinco años que interprete una ejecución, sabe perfectamente cómo hacerlo. Lo ven en la televisión, en Internet, en todas partes. Es a lo que están expuestos. Y eso pasa en todas partes, pregunten a los niños españoles. Eso es lo que estamos haciendo a los niños, que son nuestro futuro y son el futuro de este planeta. Así que es sobre la humanidad, no es político".
La artista serbia, con domicilio en Nueva York y pasaporte holandés, se ha hecho célebre por llevar su propio cuerpo hasta los extremos de lo soportable. En su primera performance, en 1973, usó el juego ruso de dar golpes con un cuchillo entre los dedos abiertos; cada vez que se cortaba, grababa la operación. En 1974 se tomó una píldora para la catatonia que le provocó violentas convulsiones y luego otra para la depresión que la dejó inmovilizada, con el fin de observar la conexión entre su cuerpo y su mente. Cuando en 1976 conoció a Ulay, artista alemán que se convirtió en su pareja durante 12 años, experimentaron con el juego de sus dos cuerpos. En una de sus performances, unieron sus bocas para inspirar el aire expirado por el otro hasta que, al cabo de unos minutos, cayeron inconscientes al suelo con los pulmones cargados de dióxido de carbono.
En 2002 ayunó durante 12 días en una prueba de resistencia. "Pero mi trabajo no es sobre el dolor, sino sobre alcanzar diferentes estados mentales. El dolor es como una puerta secreta que hay que abrir para llegar a otras partes de uno mismo. Hay muchas culturas, desde los indios amazónicos, China, India... donde los chamanes hacen ceremonias que llevan a distintos estados de dolor para alcanzar otros estados de consciencia. Para mí el dolor es una herramienta, no un fin". Dice haber aprendido mucho tras llegar tan lejos con su mente y su cuerpo. "Pero sobre todo que el tiempo es lo más importante. Mis performances se han ido haciendo más largas. Nos olvidamos de vivir aquí y ahora, y la performance es sobre vivir el aquí y ahora. Durante la retrospectiva del MOMA realizaré una que durará tres meses, cada día siete horas y media, el tiempo de apertura del museo. Todos los días. Es un compromiso total, se convierte en tu vida. Es mi rutina real. Sin teléfonos, sin ver a nadie. Cuanto más dura la performance, mayor es la transformación física y mental que experimento y más puedo transmitir al público. El tiempo que vivimos es tan corto que hay que parar y ser conscientes del presente. Los artistas tienen que hacer eso: que la gente pare un rato y venga al aquí y ahora".
Babelia
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