"Los teatros nos piden recortes de caché por la crisis"
Si hace 20 años, a un melómano de Leipzig le hubiesen asegurado que el futuro de la música sinfónica estaba en Venezuela, se hubiese tirado por el suelo de risa. Y si al tiempo, a un italiano le auguraran que, a principios del XXI, el rey del bel canto, la especialidad operística más endiablada, sería un peruano llamado Juan Diego Flórez, se lo habría tomado de forma más airada. Gritando con toda seguridad: "¡Imposibile!", o cosas peores.
Pues habrían acertado los profetas con estas conjeturas. El mundo latino triunfa en la música. Hoy nadie discute que Flórez es, a sus 36 años, no sólo el mejor tenor lírico del momento, sino uno de los grandes de la historia de la ópera. Como en esto del arte también valen las marcas, Juan Diego ya tiene algunas. Aparte de haber recuperado un repertorio con el que nadie se atrevía, el de las óperas de Rossini, se le cuentan ya más proezas. Por ejemplo, que el público le obligara a repetir el bis de A mes amis, de La fille du régiment (Donizetti), en el Metropolitan y en la Scala de Milán. Era algo que no ocurría desde hacía 75 años en el teatro italiano. Pero si ha sido tenor para la gloria, lo es también para la crisis. Las dificultades apuran, y llega la hora de apretarse el cinturón, incluso bajándose los cachés.
"La voz se agota. No voy a cantar funciones sin días de descanso en medio"
"No canté 'Rigoletto' por una cuestión vocal, pero lo haré en el futuro"
"Los teatros son entes, no personas. Si te necesitan, respondes, es ley"
Ahora regresa a Madrid para pagar una deuda. Se había comprometido a cantar Rigoletto, de Verdi, y poco después dijo que no lo haría. Que canjeaba su parte del Duque de Mantua por dos recitales. El primero lo dará el martes. Muchos protestaron entonces. Pero la mayoría aplaudió una decisión que, aparte de constatar la valentía del miedo a un papel para el que no se sentía en condiciones, implicaba responsabilidad, como reconoce Flórez desde su casa de Pesaro (Italia), donde ayer reposaba.
Pregunta. Vuelve a Madrid, donde debería haber cantado al Duque de Mantua y canceló. ¿Por qué? ¿Lo hará alguna vez?
Respuesta. No se puede salir frente al público con dudas. La cuestión es vocal. Lo voy a cantar en el futuro. Ahora me queda un poquito bajo. No es que sea difícil. Canto cosas más complicadas. Es un problema de vocalidad. La voz se me desvirtuaría un poco. Canto óperas muy agudas, todavía el físico me da para ello. Estoy en plenas condiciones de flexibilidad, y Rigoletto me las merma un tanto. La voz tiene memoria y me lo haría pagar. Fue difícil esa decisión, pero es lo mejor.
P. ¿La prudencia, entonces, es el secreto del éxito de un tenor?
R. Hay que ser paciente. Soy muy ansioso en la vida, pero no tengo particular ansia, sin embargo, para cantar ciertos papeles.
P. Mire lo que le ha ocurrido a su colega Rolando Villazón. Ha zanjado sus compromisos. ¿La prisa es mala compañera?
R. Las carreras deben durar. Deben ser largas. Mis modelos son Alfredo Kraus, que cantó hasta el final. Como Pavarotti, como Plácido Domingo, todavía activo. Hay tiempo para todo. Tiempo para probar. Siempre vocalidades que te son afines y que puedes llevar a los límites. Hay que pensar en lo bonito que es todo aquello que está por venir. En Mozart, al que todavía no debo cantar, pero que sin duda haré. Por ahora disfruto de Rossini, de su virtuosismo, de la coloratura. Soy consciente de que en unos años no podré, por tanto, aprovecho.
P. ¿Son un peligro los teatros tentando con papeles que no tocan?
R. Para los jóvenes, puede ser. Tengo la suerte de tener a mi lado a Ernesto Palacio, un tenor que me dice qué no debo hacer. Los teatros vienen a menudo adulándote con lo bueno que eres, que puedes con todo, más cuando quieren que cantes óperas pesadas, como La traviata y Rigoletto. En mi caso, los teatros tienen claro quién soy y a qué me dedico. Soy un tenor belcantista, rossiniano. También que la voz se agota y que no voy a cantar funciones sin dos días de descanso en medio.
P. ¿Se ha vuelto maniático?
R. No, no son obsesiones. Sé que debo cuidar mi voz desde que cantaba canciones de Led Zeppelin en un grupo de rock duro. Después, el repertorio me ha hecho comprobar que si no duermes ocho horas no puedes cantar el Otello de Rossini. En cierto modo, es algo atlético, deportivo.
P. ¿Ha alcanzado la madurez?
R. Me siento todavía joven aprendiz. Me he superado y me doy cuenta. Ensayo y veo lo que no funciona. Antes era más autocomplaciente; ahora soy más autocrítico. Percibo los errores, pero no creo que haya alcanzado la madurez.
P. ¿Cómo se da cuenta uno de eso? ¿Cuándo ve las cosas con un sereno entusiasmo?
R. A partir de los 35, la voz se oscurece, pierdes frescura. Yo todavía no lo he notado. Si tienes buena técnica, aunque ocurra, al parecer, lo puedes controlar. También puedes suplir esa pérdida con más oficio en otras cosas. Una mejor interpretación, la expresión. Bajas en una cosa y subes en otra. Eso también debe tener que ver con la madurez.
P. Usted entró en la leyenda demasiado joven. Con ese bis en la Scala. ¿Se sube a la cabeza?
R. No lo haces a propósito. Es una satisfacción cuando pasa y ves lo que ha supuesto. Me llamaron hasta de la prensa deportiva para ver qué era eso de un bis, a qué gol se le podía comparar. Luego me produjo más alegría otra cosa. El que los colegas me felicitaban y lo agradecían. Desde hace tiempo, el poder en la ópera ha estado en otros ámbitos, en directores de escena y teatros. Al cantante se le ha empujado hacia abajo. Pero eso va a cambiar...
P. ¿Pide guerra?
R. No, no tanto. Está cambiando eso ya, de hecho. Cuando empezaba mi carrera, era obvio que no teníamos ningún poder. Pero la gente ahora quiere ver a los cantantes en los teatros. Necesitan a los cantantes para llenar. Necesitan nombres, héroes. Más en tiempos de crisis.
P. ¿Se nota mucho la crisis en la ópera o ni se huele?
R. Se nota, se nota. En Italia sobre todo. Los teatros sufren.
P. ¿Y cómo arriman los artistas el hombro?
P. Pues algunos piden recortes de caché o que renuncies a alguno. Si cantas ocho funciones, cobrar siete, cosas así.
P. ¿Aceptan fácilmente?
R. Depende. Yo lo he hecho. Si se puede ayudar a aportar soluciones y ése es el camino, pues vale. Los teatros son entes, no personas. Si el teatro te necesita, respondes, es nuestra ley. Algunos, cuando estás pasando un bache, te dan de lado, te arrean una patada en momentos difíciles. Por mi parte, si eso ocurre, me gustaría que se acordasen de cuando ayudé al teatro en momentos de dificultades.
P. Luego están las discográficas. Ésas sí que lo han pasado mal. ¿Habrán aprendido algo?
R. En eso hemos vivido dos épocas. En los noventa no había suficiente para agasajos, cenas, comidas, fiestas. Eso fue disminuyendo hasta el punto de que ahora conozco cantantes que pagan la cuenta. Internet ha hundido el negocio.
P. ¿Y eso se soluciona con un marketing más agresivo? ¿Con portadas y nuevas estrellas en plan sensual?
R. Eso siempre ha estado ahí. Es cierto que además llegan cantantes de Europa del Este, como la Netrebko o Garanca, tan guapas, y se explota.
P. ¿En detrimento de otros más feos y con mejor voz?
R. Puede ser que en algún caso así ocurra. Pero eso es más por culpa de quienes eligen los repartos en los teatros.
P. Luego queda la sobreexposición al público. Además del teatro y los discos, está Internet, la ópera en el cine. ¿No se agotan?
R. Hoy sabes que cualquier función tuya va a ser vista por millones. No puedes distraerte. Hasta te maquillas para el cine en vez de para el teatro. Hoy actúas a las ocho, y a las doce estás en YouTube. Te graban sistemáticamente. Yo he llamado a algún fan para que me pase una actuación de la noche anterior, y lo hacen. Por e-mail. No puedes controlar nada. Eso va a crear cantantes cada vez más perfectos, pero deben tener los nervios de acero para aguantar.
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