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IMAGINACIONES MÍAS
Columna
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"Quiero más a mis gafas que a mi madre"

Londres acogerá durante el próximo fin de semana la VIII Convención Europea de Usuarios de Gafas de Sol, una fiesta en la que miles y miles de personas intercambian ventajas e inconvenientes de sus modelos, si es que consiguen verse, porque los cristales oscuros no son el mejor complemento para una ciudad brumosa. Muchos participantes se reconocen de un año para otro al tacto, lo que da pie, por otra parte, a sexo inesperado.

¿No es un poco contradictorio reunirse en Londres para una convención de gafas de sol?

En absoluto. Precisamente se trata de demostrar el amor a las gafas, haya o no haya sol. Para nosotros, la gafa oscura es la razón de vivir. Sin gafas no somos nada. Yo a mis gafas las quiero más que a mi madre.

Es Leonardo Bluni O'Shea, presidente y portavoz de la Asociación de Usuarios de Gafas de Sol. Un fanático a quien las gafas de sol le han resultado en ocasiones un auténtico quebradero de cabeza. En el encuentro de hace cinco años, algunos modelos incorporaban cristales tan y tan diminutos que apenas tapaban el ojo, provocando severas lesiones en el iris. Dos años después, por el contrario, los diseñadores de moda decidieron que los cristales de las gafas crecieran como si hubieran probado la galleta mágica de Alicia. El resultado fue que algunos asistentes a la convención tenían dificultades para atravesar puertas, y debían colocarse de perfil, maniobrando con dificultad en algunas esquinas.

Me sorprende que no lleve hoy usted gafas, Leo.

Sí llevo, pero no se ven. Este año toca moda pequeñas, pequeñas.

Pues yo diría que no lleva.

Pues sí llevo. Y son carísimas.

¿No será que anoche, tras la sesión inaugural, pilló usted una curda de campeonato, las perdió y le avergüenza confesárselo a su familia?

Le digo que llevo gafas de sol pequeñas y con mucho estilo. Y punto.

Pues no se ven.

Pues peor para usted, que no las disfruta.

Así son las conversaciones en años de gafas pequeñajas. En año de gafas gigantes, algunos asistentes optan por quedarse todo el fin de semana en su habitación, aplastados bajo el peso de la montura. Se han llegado a describir cuadros de depresión incipiente. En cierta ocasión, una participante se fugó con dos lentillas. Hubo un breve escándalo. La televisión se ocupó un par de semanas. En cualquier caso, en los años de gafas grandes hay que organizar el tráfico en el interior del hotel, para evitar que dos usuarios coincidan en un pasillo. Hubo un intento de introducir un espectacular modelo de gafas de sol de cristal gigante con un ingenioso sistema de baliza luminosa en el ángulo superior externo de cada cristal, añadiendo un peso que no todas las narices podían soportar. Resultado: colapso de urgencias por tabique nasal hundido. Algunas personas optan por llevar sus gafas en un tráiler de ocho ruedas, pero no todas se lo pueden permitir. "El sencillo gesto de guardar las gafas pierde elegancia al precisar la participación de una grúa", comenta Leo.

Creo que este año coinciden en el mismo hotel el XXII Congreso de Propietarias de Bolso Femenino.

Sí, ja ja. Y no es la primera vez. El año en que coincide gafa gigante con bolso descomunal tenemos que hacer las reuniones en el interior del mueble bar, porque las habitaciones están desbordadas por los artículos.

El problema de los bolsos sigue las mismas pautas que el de las gafas: los diseñadores y gurús de la moda no acaban de ajustar el tamaño. Hay años de bolso diminuto y años de bolso donde puede pastar cómodamente una manada de búfalos. "Yo he visto cómo en un bolso han llegado a reproducirse gorilas", comenta Leo Bluni. Dicen que hay quien se ha metido en un bolso y no ha vuelto a aparecer. "Es posible que en el interior de los bolsos habite una humanidad paralela", sugiere Leo. "Lo peor está en los años en que coinciden gafas de enorme cristal con bolso diminuto", comenta Bluni, oteando la punta de sus zapatos ayudándose de prismáticos. Otro problema. Más de una vez se ha visto ante los tribunales, acusado de agresión. El suceso más grave: cuando, al colocarse su zapato de punta larga, golpeó a una señora que contemplaba la belleza de un acantilado dos kilómetros más allá.

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