Donde estén unos cuernos hermosos...
Hablar de cuernos, ya se sabe, tiene mala prensa. Pero unos cuernos bien puestos son una hermosura, dicho sea sin ánimo de ofender, claro está. Mucho más si son astifinos y veletos. Pero los cuernos plantean problemas casi siempre. Si no, que les pregunten a más de cuatro. Por ejemplo, a Leandro, a quien le tocó en suerte un toro bien armado, con unos pitones largos y finos como agujas, que se veían preciosos desde el tendido, pero en la arena debían ser la representación del mismísimo demonio. Y, claro, unos pitones así desconciertan a cualquiera y te meten el miedo en el cuerpo, y lo que para unos es belleza y emoción, para otros -el torero, en este caso- es la amenaza constante de un peligro inminente. Pero nadie dijo que ser torero fuera fácil. Y Leandro lo debe tener muy claro después del mal trago que pasó con ese toro de bella estampa, encastado, que acudía presto y con fijeza a los engaños, y que estaba pidiendo un diestro dispuesto a lanzar la moneda al aire para morir o alcanzar la gloria. Dicho así, parece un cuento de niños, pero esa suerte de muerte y vida es lo que da sentido auténtico a esta fiesta.
Ortega / Barrera, Leandro, Aguilar
Cinco toros de Gerardo Ortega, bien presentados, astifinos, mansos y ásperos; encastado el segundo y noble el tercero. El quinto, de Sepúlveda, manso y bronco. Antonio Barrera: estocada (silencio); media estocada y dos descabellos (silencio). Leandro: pinchazo, pinchazo hondo -aviso- y dos descabellos (ovación); pinchazo y media baja (palmas y algunos pitos).
Sergio Aguilar: estocada, tres descabellos -aviso- (silencio); pinchazo y estocada (silencio).
Plaza de Las Ventas. Viernes 8 de mayo. Segunda corrida de feria. Casi lleno.
Los toros se defendían de salida con las caras por las nubes
Lo cierto es que Leandro, que es torero valiente y con ribetes artistas, no estuvo a la altura de su oponente. Le faltó confianza y esa seguridad que desprende una figura de verdad. La faena resultó intermitente; sobre todo, a raíz de que el animal se le parara un par de veces en los muslos y notara la respiración en la misma piel. Una pena, porque ese toro astifino y fiero portaba un sobre con un pase para la gloria. El problema, quizá, no era la buena disposición de Leandro; ni su motivación, que sobraba, sino los pitones astifinos que ponen los vellos de punta sólo con imaginarlos.
Menos opciones le ofreció el cuarto, parado, sin recorrido, que lo buscó con saña hasta que lo volteó de mala manera y, de forma milagrosa, salió ileso. Con los tendidos compungidos por el accidente, Leandro optó por meterse entre los pitones, y el mismo público le dijo que se dejara de alardes innecesarios y se pusiera a cubierto cuanto antes.
También traía lo suyo en la testa el segundo de Antonio Barrera, pero sólo destacaba el pitón derecho, una guadaña afilada y larga, que asustó a todos menos al torero, que se peleó con arrojo, pero sin éxito. El asunto era que ese animal, además del pitón, destacó por su bronquedad y malas artes, y el torero, con toda la razón, se enfadó mucho. La verdad es que ya venía enfadado desde que mató a su primero, otra prenda que lanzaba gañafones terroríficos al aire, pero siempre con la malsana intención de acertar en el cuello del muchacho. Se defendió como pudo Barrera, pero muy dispuesto en todo momento, valentísimo. Hizo lo que tenía que hacer: dolerse de su mala suerte, pues el peor lote se lo llevó enterito, y bastante fortuna tuvo de salir por sus pies.
Tampoco está falto de valor Sergio Aguilar. Pero lo de este hombre es de otro cariz. Le tocó el toro de más calidad de la tarde, el tercero, noble, repetidor y con fijeza y largura en la embestida, y todo lo que escuchó el torero fue un aplastante silencio. Valor le sobra, conviene insistir, pero le falta calidad; toda la que desbordó su toro. Dio muchos pases, pero sigue al pie de la letra los cánones de la modernidad: cita al hilo del pitón, no se cruza y abusa del pico. Y así es imposible emocionar a nadie. Ese toro merecía otro trato, otra muleta que oliera la hondura. Pero Aguilar no ha nacido con esas cualidades, y el animal se fue con las orejas que debiera haber paseado un torero que necesita el éxito como el comer. Volvió a demostrar su condición heroica ante el sexto, al que recibió de muleta con un pase cambiado por la espalda en el centro, y al que arrancó algunos naturales meritorios. Pero, al final, toda la labor pecó de irregular y falta de consistencia. No lo tiene fácil Aguilar porque el toreo de hoy exige, además de arrojo, un estilo emocionado y cálido del que carece.
Por cierto, no hubo toreo de capa, a excepción de un quite por gaoneras ceñidas y con poca gracia del propio Aguilar. Capotearon, eso sí, los toreros, pero siempre a la defensiva. Los toros se defendían de salida con las caras por las nubes y los pitones en la estratosfera. Sería ésa, quizá, la razón de tanta precaución. La misma que tuvieron las cuadrillas en el tercio de banderillas.
Lo dicho: casi todo es un problema de cuernos, aunque ayer hubo, también, malas ideas, asperezas, bronquedad y gañafones de miedo. Es lo que tienen los toros con esos pitones. Pero, aunque esté feo decirlo, la belleza es la belleza: donde se pongan unos cuernos hermosos...
La corrida de hoy
- Toros de Salvador Domecq. El año pasado salieron deslucidos. Otra ganadería más de encaste juanpedro, en esta ocasión de gama media.
- Miguel Abellán. Parece que repunta este año o al menos eso hizo ver en la Feria de la Comunidad. Ha estado bien en América. Lo apodera la empresa.
- El Capea. No goza de gran cartel en Madrid. Ha de extremar el cuidado con el público venteño, que no le traga mucho. También ha gustado al otro lado del Atlántico.
- David Mora. Confirma alternativa esta tarde. Se habla bien de su clase y maneras. Un buen exponente de la escuela taurina de Madrid.
La corrida se retransmite por Canal + Eventos.
Babelia
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