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Sin mirar a la cámara

Javier Rodríguez Marcos

Una de las últimas escenas de El niño con el pijama de rayas muestra a un soldado mirando el interior de una cámara de gas por la mirilla de la puerta. Una escena similar puede verse en Amén, de Costa Gavras. En ningún caso al espectador se le muestra lo que ven esos ojos.

La filmación de las cámaras de gas es la piedra de toque en la polémica sobre la recreación artística de la Shoah. Si el primer hito de esas recreaciones fue la serie Holocausto, el segundo y definitivo fue La lista de Schindler. Lo que para unos es el gran vehículo de información de masas sobre el genocidio judío, para otros es la encarnación de todos los vicios del cine de ficción. Con motivo de su estreno en 1993, Claude Lanzmann, el autor de Shoah, una "construcción documental" considerada la obra cumbre sobre el tema, lanzaba dos críticas a Steven Spielberg que resumían todo lo que, en su opinión, no debe hacerse: usar actores que imiten el sufrimiento de personas reales y reconstruir los escenarios en los que tuvo lugar.

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Lanzmann, de hecho, había hecho con su película todo lo contrario: años después de los hechos, los protagonistas relatan lo que vivieron, pero en los escenarios tal y como están en el presente. Que el gueto de Varsovia sea hoy un barrio burgués es para Lanzmann el mejor testimonio de lo que significa el olvido. Todo lo demás es para él "poner en imágenes lo inimaginable". Metido en una espiral de una rotundidad poco habitual —y menos en alguien que se dedica al cine— el director francés arremete incluso contra las imágenes de archivo que "petrifican el pensamiento y aniquilan todo poder de evocación". Es decir, de memoria.

En su crítica a La lista de Schindler, titulada sintomáticamente Holocausto, la representación imposible, el cineasta escribía: "Si hubiese encontrado un filme ya existente —un filme secreto, porque estaba estrictamente prohibida cualquier filmación— rodado por un SS que mostrase cómo tres mil judíos, hombres, mujeres, niños, morían juntos, asfixiados en una cámara de gas del crematorio II de Auschwitz, si yo hubiera encontrado eso, no solamente no lo hubiera mostrado, sino que lo hubiese destruido". Aunque Lanzmann concluye que no sería capaz de decir por qué, la mayoría de sus argumentos van en una dirección que trata de cerrar todas las salidas al negacionismo: no hacen falta pruebas para "lo que no necesita ser probado".

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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