El tema de Lara
Al árbol caído le llueven las moscas, o como diga el refrán. Fernando Lara no es un administrador simpático, ni es hábil en lo político. Él se ha limitado a hacer una ley de cine, el encargo que tenía, pero sin amigarse con casi nadie. Lara es como si tuviera un componente de politburó, inadecuado para la tarea de quedar bien con todos, pero honesto y estajanovista. Proviene de una generación en la que la letra bien derecha y un folio sin manchones son casi tan importantes como el contenido. El otro día, en la presentación de la Asociación de Amigos de la revista Triunfo, su antiguo redactor jefe, Víctor Márquez, recordaba a Lara como a un tipo inteligente y valioso aunque taciturno, siempre preocupado. Lara sigue siendo puntilloso en su quehacer y, ayudado en esta ocasión por la burocracia ministerial, ha puesto de los nervios a más de uno por el aplazado desarrollo de la Ley del Cine, tema en el que parecen enfocarse ahora todas las deficiencias del cine español.
Parece que al anterior ministro de Cultura no le gustaba que sus colaboradores dieran entrevistas, y así, con obediente mutismo, Lara, que fue recibido hace cuatro años y pico como una esperanza para el cine, es hoy la diana en la que se pretenden exorcizar todos los males. No es la primera vez que así ocurre. Pilar Miró se fue de ese cargo con cajas destempladas a pesar de haber puesto con éxito al cine español patas arriba. Ninguno de sus sucesores, Méndez-Leite, Miguel Marías, Balmaseda, Lamet, Pérez Estremera, y hasta José María Otero, el director general con mayor permanencia en el cargo, salió del todo ileso.
Cabe recordar que tampoco lo hizo de la Academia de Cine su presidenta Marisa Paredes, acosada entonces por el ahora recién nombrado en el mismo cargo, Eduardo Campoy, quien pidió públicamente la cabeza de la actriz y de sus colaboradores cuando aquella protesta masiva por el "No a la guerra" y el Prestige. El, en aquel tiempo, presidente de los productores armó la marimorena: no convenía irritar al PP... A través de los años se han sucedido ministros de Cultura, jefes de gabinete, asesores generales, conocedores del cine o ignorantes, amigos y amiguetes... todo ha ido cambiando excepto las quejas y las lamentaciones, y por ellas han rodado cabezas. Desde la época del cine mudo: véanse las hemerotecas. La historia se repite. Es cansino.
Babelia
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