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Reportaje:

Viaje al centro de la ola

Pablo Guimón

Todo empieza en alta mar, cuando el viento sopla sobre el océano muy lejos de la costa. Un aire que se mueve rápido y constante, durante mucho tiempo, sobre una gran superficie de agua muy profunda. La fricción del viento con la superficie del mar produce ondas que se propagan por el espacio y el tiempo. Una vez puestas en marcha, las olas disipan su energía muy lentamente. De modo que, cuando el viento cesa, viajan durante días y días llegando a miles de kilómetros de distancia del lugar donde se crearon.

Al aproximarse a la costa, cuando se encuentra con fondos menos profundos, la ola rompe. Se hace más vertical, la base ya no puede sostener la cresta, y colapsa. Aquí la tipología es infinita. Depende del fondo. No romperá igual si éste es de arena, de roca o de coral; si es una pendiente empinada, una barra longitudinal, un enorme escalón. También influye el viento que haya en la costa. Lo perfecto: un aire leve que sople de tierra a mar, que levante, alise y ahueque la pared de la ola sin aplastarla.

En su origen, en Hawai, el surf tenía un componente místico, casi religioso
"Estar atrapado en una ola que no te deja alcanzar la superficie es angustioso"
"La sensación dentro del tuboes como sentir una tormenta"

Todas son distintas, aunque previsibles si uno llega a conocerlas. Ahí está la gracia. De ahí la fascinación que ejercen.

No es SENCILLO determinar en qué momento de la historia los habitantes de la Polinesia decidieron interactuar con las olas con ayuda de una tabla. Pero cuando llegaron al archipiélago de Hawai en el siglo IV antes de Cristo llevaban ya consigo costumbres como la de deslizarse con las olas tumbados sobre unas tablas a las que llamaban paipo.

El primer documento escrito que se conserva sobre el surf data de 1779. Dos páginas escritas por el teniente James King en el cuaderno de bitácora del Discovery, un barco de la tercera expedición al Pacífico del capitán Cook, describiendo cómo los locales de la bahía de Kealakekua, en Hawai, cogían olas con grandes tablas de madera.

Para entonces, el surf ya era parte esencial de la cultura hawaiana. Tenía un componente místico, casi religioso. Los kahunas, una especie de sacerdotes, realizaban ritos para pedir a los dioses olas, o coraje para los surfistas que se enfrentaban a ellas. En las olas se exhibía valentía y se dirimían pleitos.

Los exploradores europeos, los haole en hawaiano, no se caracterizaron por su respeto a las creencias y costumbres locales. Y los hawaianos empezaron a perder el interés por el surf, despojado de toda la mística que lo rodeaba. El surf no revivió hasta principios del siglo XX, cuando los jóvenes de Waikiki, en el sur de la isla de Oahu, empezaron a recuperarlo como deporte.

Al otro lado de la isla de Oahu, en su costa norte, está la bahía de Waimea, que quiere decir agua roja en hawaiano. Las enormes olas de Waimea se forman a miles de kilómetros, en las tormentas invernales del norte del Pacífico. Se surfeó por vez primera en 1957 y desde entonces ha sido la referencia mundial del surf de olas grandes.

Junto a esas olas de Waimea creció Clark Little, el autor de las fotos que ilustran estas páginas. Ha surfeado allí treinta años. Pero desde hace algo más de dos, su relación con esas olas es otra. Las fotografía, y lo hace desde dentro afuera. Retrata las gigantescas olas de la costa norte de Oahu desde el interior del tubo que forman al romper.

El tubo es la maniobra por antonomasia del surf. Consiste en dejarse cubrir por el labio de la ola mientras cae, permanecer dentro del tubo todo el tiempo que se pueda y lograr salir a tiempo. Las fotos de Clark Little son testimonios estáticos y silenciosos de lo que se siente en ese momento.

Little utiliza sus conocimientos de surf para elegir bien la ola y el lugar adecuado para fotografiarla. Debes saber posicionarte, explica por teléfono desde Hawai, saber dónde va a romper. El océano es como mi segundo hogar, mi lugar de recreo. Y la sensación dentro del tubo es emocionante, es como sentir una tormenta.

Para hacer lo que hace se necesitan unos buenos pulmones. Ser revolcado por una ola grande puede empujarte a más de seis metros de profundidad (suponiendo que los haya). Después de dar vueltas y vueltas debes encontrar el camino arriba y subir todo lo rápido que puedas, ya que a veces tienes sólo 20 segundos para tomar aire antes de ser revolcado por la siguiente ola.

El surfista de Zarautz (Guipúzcoa) Ibon Amatriain conoce esa sensación. Es probablemente el surfista español más tamañero. Siempre en busca de la ola más grande.

Estar atrapado por una ola que no te deja alcanzar la superficie es muy angustioso, dice Amatriain. Al empezar a bajar una ola grande, el miedo puede hacer que te quedes casi paralizado justo en el momento más decisivo, cuando estás arriba y ves todo el vacío. Son momentos muy intensos, el ritmo cardiaco se te dispara. Se trata de intentar controlar esas situaciones. Es un aprendizaje que nunca acaba, porque siempre puedes ir en busca de retos mayores.

Amatriain conoce las olas de Waimea. He hecho surf allí varias veces, dice. No las suficientes para poder llegar a conocer la ola, pero sí para hacerme una idea. Es un sitio muy bueno para coger olas grandes. Hasta los seis metros es medianamente fácil, pero a partir de ese tamaño coge mucha fuerza y es una ola fuerte y difícil de bajar.

Allí se convoca el mítico Quicksilver Big Wave Invitational en memoria de Eddie Aikau (legendario surfista y primer socorrista de Waimea que murió ahogado en circunstancias heroicas en 1978). Cada invierno se invita a este curioso campeonato a los 24 mejores surfistas de olas grandes del mundo. Requiere una condición para celebrarse: que haya olas de, al menos, seis metros. Se trata, conviene aclarar, de seis metros en la escala hawaiana, la forma de medir más extendida en el surf, en la que la altura real de la cara de la ola es el doble de lo que se dice. Por tanto hablamos en este caso de olas de al menos 12 metros de altura. Como edificios de cuatro plantas.

Este año, Ibon Amatriain tiene el honor de ser uno de los participantes. Es el primer invitado español de la historia y, por el momento, el primer europeo. La cita será entre el 1 de diciembre de este año y el 28 de febrero del año que viene. Las condiciones se estudiarán cuidadosamente cada día, y cuando sean las idóneas, los surfistas entrarán al agua. La sensación que produce deslizarte sobre una ola grande es algo difícil de superar, explica Amatriain. Estás en un medio que no es el tuyo y que cambia constantemente. Sabes que en los próximos meses habrá unos cuantos días en los que todas las condiciones necesarias para que haya buenas olas se van a cumplir, pero no sabes cuándo será, y eso le añade más valor. A veces se reúnen todas las condiciones, pero sólo dura unas horas. Si coincide que es de noche, no hay nada que hacer. A veces crees que no se van a dar nunca las condiciones necesarias, y cuando menos te lo imaginas llega ese día que tanto esperabas.

Cuando llegue ese día, algunos lo estarán esperando. El resto de los mortales deberán conformarse con las fotos de Clark Little para tratar de imaginar lo que se siente en el tubo de una gran ola de la costa norte de Oahu. P

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Sobre la firma

Pablo Guimón
Es el redactor jefe de la sección de Sociedad. Ha sido corresponsal en Washington y en Londres, plazas en las que cubrió los últimos años de la presidencia de Trump, así como el referéndum y la sacudida del Brexit. Antes estuvo al frente de la sección de Madrid, de El País Semanal, y fue jefe de sección de Cultura y del suplemento Tentaciones.

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