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Columna
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Obama en Europa

Cuando supe que el padre de Barack Obama era negro y que el hijo tenía además un pasado izquierdista, sin pasar a dirimir cuál de estas dos particularidades le perjudicaría más, pensé que no llegaría muy lejos en las primarias. Después de que una campaña tan original como inteligente lo convirtiese en el candidato del Partido Demócrata, temí por su vida. Al ser elegido presidente de Estados Unidos, ratificando el mito de que en América todo es posible, la alegría fue tan grande como mi estupor. Como tantos otros millones en el mundo, me reconcilié con la primera república federal que, en mi juventud, había soñado como forma de Estado para mi patria.

En los dos meses y pico al frente de la todavía mayor potencia del mundo, no me ha defraudado la prudencia previsora del que sabe que se necesita tiempo, y sobre todo mucha mano izquierda, para cambiar las cosas. Nada tan poco eficaz y a la larga tan dañino como trastocar todo a la vez y de repente. Me ha reconfortado que, al contrario, haya establecido prioridades y apostado fuerte en la toma de algunas decisiones, como las inmensas ayudas del Estado a la banca y al sector del automóvil, altamente discutibles y discutidas, y que nadie está en condiciones de predecir sus resultados.

Los europeos están a punto de lograr lo que siempre han querido, ser fieles aliados de EE UU

No sé si Obama ha llegado al poder empujado en último término por la crisis, pero la combinación de ambos aporta nuevas esperanzas de que tal vez vayamos a un mundo, si no más justo, al menos sostenible y sobre todo consciente de los retos a los que se enfrenta. Lo más llamativo de la crisis es que haya desencadenado más temores en los de arriba que en los de abajo, que, sin tenerlas todas consigo, permanecen hasta ahora a la expectativa.

Los europeos se congratulan de un presidente de Estados Unidos que por fin actúa como líder entre iguales, dispuesto a negociar, no a imponer, sus opiniones. Los europeos están a punto de conseguir lo que siempre han querido, ser fieles aliados de Estados Unidos -en el mundo globalizado que está emergiendo, no tenemos mejor alternativa- sin ser degradados a meros comparsas, como ocurrió en un pasado reciente en que se llegó a separar los sumisos de los que se atrevían a mantener posiciones propias.

Como hicieron Francia y Alemania ante la guerra de Irak, otra vez los mismos cuestionan la política de enorme endeudamiento estatal que propone Estados Unidos como única salida a la crisis. Una política que, necesitados urgentemente de ayudas, apoyan algunos nuevos miembros de la Unión Europea.

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La crisis financiera ha puesto al descubierto otras crisis sociales, políticas y culturales que, por mucho que se habían anunciado, los poderes establecidos no tomaban en consideración. El estado calamitoso de la Unión Europea ha quedado de manifiesto no sólo por no tener en la reserva un plan para los tiempos de las vacas flacas, sino porque ni siquiera ha sido capaz de confeccionar uno de urgencia en una crisis de tal envergadura. Los nuevos miembros de la Europa Central y del Este han pasado de la difícil transición al capitalismo a desembocar en la todavía más lacerante crisis del capitalismo. No me resisto a contar un chiste que se difundió en Rusia en la segunda parte de los años 90 y que ahora se cuenta en el este de Europa. Uno le dice a otro, "es impresionante cuán certera era la crítica que desde el extranjero capitalista se hacía a nuestro sistema". "Tienes razón", le contesta el amigo, "pero lo peor es que también era verdad la crítica que nuestra propaganda hacía del capitalismo".

La mayor sorpresa proviene de China. Tal vez temerosa de un derrumbamiento del dólar a medio plazo, moneda en la que tiene una buena parte de sus reservas, propone nada menos que el Fondo Monetario Internacional instituya una divisa planetaria como corresponde al grado alcanzado de internacionalización de las economías. No cabe la menor duda que a la larga no habrá otro remedio que crear una sola moneda, tal vez después de pasar por un período intermedio en la que coexistan tres: el dólar, el euro y la que surja en Asia con la confluencia de China y Japón con los demás países de la región. Pero lo que me parece seguro es que no será el FMI el que lance esta moneda, ni que vaya a ocurrir en un futuro previsible. Y no sólo porque Estados Unidos pueda ejercer el veto.

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