Chávez quiere volver a ser Chávez
La crisis económica está detrás de los intentos del presidente de reformar la ley para perpetuarse en el poder
Media hora después de que policías secretos sacaran en volandas de su hotel en Caracas al eurodiputado español Luis Herrero y lo pusieran de patitas en el aeropuerto, el teléfono móvil del reportero se puso a sonar. "Sí, ¿dígame...?". Una voz de hombre anunció: "Te habla Chávez". Hubo unos segundos de espera, que el periodista empleó en pensar cómo diablos el presidente de Venezuela se habría enterado del número de su celular, adquirido apenas un día antes en el centro comercial Sabana Grande. En esas estaba cuando, efectivamente, el mismísimo Hugo Chávez se puso a hablar. Sin duda era su voz. Habló de los hijos, del futuro, de la dignidad, de la patria... Utilizó un tono sosegado y le imprimió cercanía al momento empleando el tuteo. Eso sí, después de dos minutos de charla -algo insignificante para lo habitual en él- el comandante de la revolución bolivariana colgó sin despedirse. Se trataba de una grabación.
Los venezolanos siguen estando "a la orden" cuando les llaman a votar
La oposición también usa a Bolívar para defender el 'no' a la reforma
Hay lugares de Venezuela donde el agua no llega nunca y la leche en días alternos, pero raro es el venezolano que no tiene dos teléfonos móviles. De ahí que, apenas unos minutos antes de acabarse la jornada electoral, Chávez utilizara la compañía Movilnet -nacionalizada en enero de 2007- para enviar a sus más de 11 millones de usuarios un mensaje muy claro: "Vota sí". Su voz, tantas veces tronante, se refugiaba ahora en la intimidad del teléfono para apelar a lo más sagrado de cada uno y pedir, por enésima vez, la aprobación en el referéndum de hoy de una enmienda constitucional que le permita presentarse indefinidamente a la reelección. Si no lo logra -ya fracasó en otra consulta popular en diciembre de 2007-, su futuro político se acabaría en 2012, aunque nadie descarta en Venezuela que, una vez repuesto de un segundo batacazo, el comandante lo intentase cuantas veces fuera necesario.
Lo cierto es que, a pesar de haber tenido que acudir a las urnas 15 veces en los últimos 10 años, los venezolanos siguen estando "a la orden" -una expresión muy utilizada aquí- cada vez que son llamados a votar. La política forma parte de la vida cotidiana, y ya sea a favor o en contra de Chávez, los ciudadanos expresan sus pareces en público sin mayor problema. Con pasión, pero sin violencia. Basta bajar al metro que recorre eficazmente el subsuelo de Caracas. El usuario, más seguro bajo tierra que a plena luz del día, ha soportado durante el último mes un bombardeo electoral. El jueves, una ola roja de partidarios de Chávez atestaron los vagones a la ida y a la vuelta del mitin de su líder. Hicieron sonar bocinas y entonaron sus cánticos habituales, que los partidarios del no soportaron con elegancia: "Uh, ah, Chávez sí va...".
Lo mismo sucedió el viernes, pero al revés. Los muchachos del no -la mayor movilización contra Chávez sigue protagonizada por jóvenes universitarios- recorrieron los vagones repartiendo octavillas. En algunas de ellas se resumen muy bien los argumentos de la oposición para solicitar que la Constitución no sea reformada y que el sistema electoral siga como ahora: un período presidencial de seis años, con opción a una reelección consecutiva.
Una de las cuartillas intenta darle a Chávez donde más le duele y utiliza una cita de Simón Bolívar, el héroe omnipresente: "Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo a un mismo ciudadano en el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía". En el reverso del papel -titulado con gracia Ya Bolívar dijo No- aparecen sendas fotografías de Fidel Castro, una de 1959 y otra con el chándal que viste en la actualidad: "Cuba socialista (comunista) es el único país de Latinoamérica donde existe la reelección presidencial indefinida...".
Los muchachos que reparten los folletos -bien educados, bien vestidos, bien alimentados desde pequeños- plantean una serie de preguntas: "¿Estás conforme con la situación de inseguridad? ¿Y con la calidad de los hospitales? ¿Y con el alto coste de la vida? ¿Y con la calidad de nuestras escuelas públicas? ¿Y con la escasez de viviendas...?".
Ninguna de esas cuestiones, evidentemente, marcha bien en Venezuela. De hecho, todo el mundo da por cierto que Chávez planteó el referéndum ahora -tan cerca de su anterior derrota- porque la crisis económica va a pegar duro en Venezuela. La inflación ha llegado ya casi al 31% -del 41% en los alimentos- y se prevé que el ingreso petrolero disminuya en 40.000 dólares, pues el precio del barril venezolano ha caído el 70% en menos de un año. La sombra de la corrupción es cada vez mayor y los métodos de represión, cada vez más expeditivos. Pero también es verdad que, muchos de los interpelados, miran a un pasado no muy lejano y recuerdan un país más desigual al de ahora.
Un ejemplo -emblemático por más señas- es el de La Piedrita. Encuadrada en el barrio 23 de enero, La Piedrita sigue siendo un lugar sucio, inseguro, con construcciones en precario y un extraño árbol lleno del que cuelgan peluches y bajo el que jóvenes sin oficio destripan coches de dudosa procedencia. Tal vez, a simple vista, el paisaje no haya cambiado mucho desde que Chávez llegó hace ya 10 años al poder. Pero en una esquina de La Piedrita -como en una esquina de cada barrio de Caracas- hay una pequeña construcción a la que llaman módulo de Barrio Adentro y cuya misión es brindar atención primaria en salud. Y basta escuchar a cualquiera de los líderes vecinales para hallar indicios de por qué Chávez llegó al poder y de por qué sigue manteniendo el apoyo de buena parte de la población.
"No estamos bien, hay muchas carencias, pero aquí ya no se allana ni se desaparece a nadie". El entrevistado tiene 38 años y recuerda cómo el Ejército entraba con armas de largo alcance, daba palizas, entraba en las casas por los sospechosos destruyendo a su paso los pocos enseres que el tiempo y la pobreza todavía dejaban funcionar. Mi madre no quería comprar un refrigerador porque sabía que, en cuanto entrara la policía, lo destrozaría...
-Pero de qué época estamos hablando...
-De todas las épocas hasta que llegó Chávez.
Así que, estar o no con Chávez en Venezuela, no es sólo una cuestión política. También es una cuestión de piel. Los gobernantes que representan al bloque opositor son, casi con toda seguridad, más demócratas que los instalados ahora en el poder, pero para una buena parte de la población siguen representando una época muy dura donde había pobres y ricos y, en medio, una profunda trinchera. Ahora en casi todas esas zonas ya hay médicos, y unos planes de alfabetización -misiones- que mal o bien hacen sentir a los desheredados que ellos también existen. Hay quien dice que los médicos desplazados a esas zonas poco pueden hacer, dada la avalancha de pacientes y de problemas. Su presencia es meramente testimonial, casi publicitaria.
"Si te duele de cintura para arriba te recetan una aspirina. Si de cintura para abajo, una buscapina...". La cuestión, que todavía pesa a la hora de votar y contra la que tiene que luchar la oposición a Chávez, es que hasta no hace tanto en esos barrios de mala muerte y peor vida nadie había visto a un médico.
La ley seca y tiros
El viernes por la noche, en un buen restaurante de Caracas.
—¿Me pone una cerveza, por favor?
—Imposible. Hay ley seca.
Es una vieja tradición. Las vísperas de las jornadas de votación, no se bebe. O, mejor dicho, desde las seis de la tarde del viernes anterior no se expenden bebidas alcohólicas. Lo que no quiere decir que, como en el Chicago de los años veinte, la prohibición no provoque el aumento de la sed. Pero lo cierto es que no se puede beber en restaurantes ni discotecas, en un intento de no complementar la euforia política con el cóctel de alcohol y la noche, ya de por sí peligrosa en la capital venezolana. La inseguridad aumenta a un ritmo vertiginoso, pero sobre todo aumenta la violencia que utilizan los delincuentes.
Durante las últimas horas, dos jóvenes —uno de 20 años y otro de 22— fueron asesinados en Caracas de la manera más cruel. Uno de ellos, Andrés Teixeira, salía con un amigo de una discoteca a la una de la madrugada cuando unos asaltantes le quitaron, a punta de pistola, las llaves de su coche. Cuando los delincuentes se percataron de que el vehículo tenía un mecanismo de seguridad que impedía su puesta en marcha, llamaron otra vez al joven, al que habían dejado ir. Cuando Andrés intentó ponerse a salvo echando a correr, le dispararon por la espalda hasta quitarle la vida.
El otro joven, de 20 años y estudiante de informática, fue ultimado por una banda de sicarios. Víctor Rafael acababa de dejar a su novia y se dirigía a comprar cigarros cuando dos jóvenes se apearon de una moto y descargaron un revólver sobre él. El sicariato —jóvenes que matan mucho por poco dinero— es ya un problema latente en Venezuela, sin que la policía, tan corrupta como en otros países de Latinoamérica, esté haciendo aparentemente nada.
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