"Brasil es el país del mundo más parecido a EE UU"
Roberto Mangabeira (Río de Janeiro, 1947) es un ministro atípico. Es catedrático en la facultad de leyes de Harvard, ha escrito numerosos libros sobre política y construcción social y está considerado como uno de los teóricos más brillantes, y polémicos, en el ámbito del pensamiento social contemporáneo. Es autor de un polémico ensayo, España y su futuro, que describe a España como un país sin proyecto, incapaz de aprovechar su potencial. Mangabeira, que se considera de izquierda, fue un crítico muy duro del presidente Luiz Inácio Lula da Silva, quien, sin embargo, le llamó un día, en su segundo mandato, para ofrecerle una cartera: Asuntos Estratégicos.
Desde Brasilia, Mangabeira analiza las grandes líneas de la vida política, social y económica de Brasil y las grandes corrientes internacionales, pero eso no le parece suficiente. "Lo que intento es definir iniciativas concretas que encarnen o anticipen ese cambio en la trayectoria institucional del país. Escoger iniciativas en políticas públicas sectoriales que tengan efecto práctico inmediato pero que también prefiguren el cambio de rumbo que necesita el país". Uno de los últimos libros de Mangabeira se titula ¿Qué debería proponer la izquierda?
"Estamos sometidos a una dictadura de falta de alternativas"
"Hay que reorganizar el vínculo entre el sistema financiero y la producción"
Pregunta. ¿Qué debería proponer hoy la izquierda en el mundo?
Respuesta. Básicamente hay tres izquierdas en el mundo. Hay una vendida, que acepta el mercado y la globalización en sus formas actuales y que quiere simplemente humanizarlas por medio de políticas sociales. Para esa izquierda, sólo se trata de humanizar lo inevitable. Su programa es el de sus adversarios, con un descuento social y una renta moral y narcisista. Hay otra izquierda, recalcitrante, que quiere desacelerar el progreso de los mercados y la globalización, en defensa de su base histórica tradicional (los trabajadores sindicalizados de grandes industrias). Y hay una tercera izquierda, la que me interesa, que quiere reconstruir el mercado y reorientar la globalización con un conjunto de innovaciones institucionales. Para esa izquierda, lo primero es democratizar la economía de mercado, lo segundo capacitar al pueblo y lo tercero, profundizar la democracia. Yo entiendo ese proyecto como una propuesta de la izquierda para la izquierda. Diría, con un lenguaje provocativo y algo teológico, que la ambición de esa izquierda no es humanizar la sociedad, sino divinizar la humanidad. El objetivo es elevar la vida común de las personas comunes al plano más alto.
P. ¿Cómo analiza hoy día la crisis económica internacional?
R. Yo diría que hace mucho tiempo que el mundo está sometido al yugo de una dictadura de falta de alternativas y que, en general, en la historia moderna, los cambios fueron forzados por las guerras y los colapsos económicos. El trauma fue el requisito de la transformación. Hoy hay una gran pobreza de ideas sobre las alternativas en el mundo. Las ideas que orientaron la izquierda históricamente, como el marxismo, son fallidas, y la respuesta a la crisis financiera internacional revela de una forma muy dramática las consecuencias de esa pobreza de ideas. No hay nada que no sea una versión momificada del keynesianismo vulgar, es la única luz en esta oscuridad. Hasta ahora, el debate ha estado casi enteramente dominado por dos temas superficiales: el imperativo de regular los mercados financieros y la necesidad de adoptar políticas fiscales y monetarias expansionistas. Son ideas muy por debajo de la dimensión del problema.
P. ¿De qué habría que debatir entonces?
R. Todo lo que se puede hacer en materia de regulación de los mercados financieros y de expansionismo fiscal y monetario depende, para su eficacia, del enfrentamiento de tres temas más importantes. Primero, la necesidad de superar los desequilibrios estructurales en la economía mundial entre los países con superávit en comercio y ahorro, empezando por China, y los países deficitarios en comercio y ahorro, comenzando por EE UU. El motor del crecimiento mundial, en los últimos años, fue el acuerdo implícito entre esos dos elementos. Ese motor se ha roto y vamos a tener que conseguir otro. Eso exigirá grandes cambios en EE UU, en China y en la organización de la economía mundial.
P. ¿No se trata de regular, sino de reorganizar?
R. Efectivamente. Vamos al segundo punto: la necesidad de que la regulación de los mercados financieros sea parte de una tarea mayor, que es reorganizar la relación entre el sistema financiero y la producción. De la forma en que se organizan hoy las economías de mercado, el sistema productivo está básicamente autofinanciado. ¿Cuál es entonces el propósito de todo el dinero que está en los bancos y en las bolsas de valores? Teóricamente sirve para financiar la producción, pero en realidad sólo va oblicuamente a ese cometido. Eso es el resultado de las instituciones existentes. En este sistema, las finanzas son relativamente indiferentes a la producción en tiempos de bonanza y son una amenaza destructiva cuando surge una crisis como ésta. Es decir, son indiferentes para el bien y eficaces para el mal.
P. ¿Y el debate sobre la distribución de la riqueza?
R. Ése es el tercer punto. El vínculo entre recuperación y redistribución. Todos admiramos la construcción en la segunda mitad del siglo XX en EE UU de un mercado de consumo en masa. En principio, la construcción de ese tipo de mercado exige la democratización del poder adquisitivo y, por lo tanto, redistribución de la renta y de la riqueza, pero en EE UU sucedió lo contrario, hubo una violenta concentración de la renta y de la riqueza. ¿Cómo consiguieron la construcción de un mercado de consumo en masa? Parte de la respuesta está en lo que sucedió con la supervalorización inmobiliaria ficticia. Ha habido una falsa democratización del crédito, que hizo las veces de la democratización de redistribución la renta, que no hubo. Y ahora que ese sistema está destruido, es necesario crear una nueva base para el mercado. Lo que les digo a mis conciudadanos es que quiero una dinámica de rebeldía, que necesita como aliada la imaginación institucional.
P. ¿Cómo son las relaciones entre Brasil y Estados Unidos?
R. Yo digo siempre que Brasil es el país del mundo más parecido a EE UU. Son dos países con tamaños semejantes, fundados con población europea y esclavitud africana, multiétnicos. Muy desiguales, pero donde la gente común sigue pensando que todo es posible. EE UU está buscando, en este momento de inflexión histórica, un sucedáneo al proyecto de Roosevelt. En Brasil estamos en una búsqueda paralela de un modelo de desarrollo. Mi propuesta es que construyamos experimentos comunes en las instituciones que definen la economía de mercado y la democracia (FMI, Banco Mundial, OMC, ONU).
El profesor de Obama
"Barack Obama es un hombre muy inteligente y abierto, pero al mismo tiempo muy cauteloso". Roberto Mangabeira tuvo como alumno al presidente de EE UU en un curso que impartió en Harvard dedicado al análisis de posibles alternativas progresistas para democratizar la economía de mercado y profundizar la democracia. ¿Comparte Obama sus teorías? El catedrático de Harvard se expresa con cuidado: "Tengo relaciones cordiales con él y un gran aprecio. Cuando se formó en la escuela, rechazó a grandes firmas y fue a enseñar Derecho Constitucional a Chicago. Eso muestra su capacidad de sacrificio. Pero no se debe centrar todo en la personalidad del nuevo presidente, sino en el propio país, que vive una gran apertura".
"Obama es muy representativo de la cultura pública de EE UU, centrado en lo pragmático". ¿Podrá responder a las expectativas? Mangabeira cree que la mayoría de sus colaboradores son inteligentes y experimentados, pero con ideas muy convencionales.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.