La condena del tiempo
Como recordaba en su texto Ecos de la era del jazz, Francis Scott Fitzgerald era casi tan joven como su época cuando, en los acelerados años veinte, consagraba su arte a "decirle a la gente que él sentía lo mismo que ella, que había que hacer algo con toda la energía nerviosa acumulada y no gastada durante la guerra". El protagonista de su relato El curioso caso de Benjamin Button, publicado en la revista Collier's en 1921, nacía en 1860 con aspecto de septuagenario y rejuvenecía hasta su comunión con la nada a principios de los veinte: una temprana intuición de que toda infancia es, como la vejez, un estado de inquietante proximidad con la inexistencia, de que nada humano escapa a la condena del tiempo. Espejo invertido de una humanidad que avanza de la inocencia a la senectud, la presencia desincronizada de Button entre sus semejantes subraya que, en definitiva, todo lo que nace ha comenzado ya a morir, que nadie se puede rebelar contra la finitud de las fiestas. De manera significativa, el relato se abría en clave grotesca, para dejar entrar la desesperación en su tramo final.
EL CURIOSO CASO DE BENJAMIN BUTTON
Dirección: David Fincher.
Intérpretes: Brad Pitt, Cate Blanchett, Tilda Swinton, Taraji P. Henson.
Género: drama. Estados Unidos, 2008.
Duración: 166 minutos.
La idea del personaje con cronología invertida, que puede remontarse a Platón, ha tenido afortunadas modulaciones en algunos relatos de J. G. Ballard -Tiempo de pasaje y El señor F. es el señor F.- y en novelas como Las confesiones de Max Tivoli, de Andrew Sean Greer, trabajo cuyos lectores sospechan referente secreto en la libre adaptación (o, más bien, amplificación) que David Fincher y Eric Roth han hecho del relato de Fitzgerald.
Propuesta colosal
La película confirma al David Fincher pos-Zodiac como visionario en completo dominio de la caligrafía de la obra maestra: la duración roza las tres horas, pero el cineasta parece haber invertido una eternidad en perfeccionar cada plano con la excelencia como único destino posible, consecuente estrategia a la hora de reflexionar sobre lo efímero de todo instante. No hay, pues, un segundo carente de valor en esta propuesta colosal, pero son sus dos especulares historias de amor -las que mantiene el prodigioso Pitt con los personajes de Tilda Swinton y Cate Blanchett- las que cargan de sentido el conjunto y acreditan a Fincher no sólo como alguien capaz de dar cuerpo y verosimilitud a lo imposible, sino también como un artista dotado para hacer visible y descifrable lo intangible y lograr que, bajo el barroquismo formal, se perciba el brote del afecto o la asunción de la pérdida.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.