Forjando la leyenda
Si se dieran nuevamente en nuestro territorio las condiciones que han permitido la expansión inmobiliaria cuya defunción acabamos de certificar, no duden de que volveríamos a repetir la historia. Es lo que tienen las economías capitalistas, donde la búsqueda del beneficio y la presencia de los ciclos económicos son inevitables. Nada nuevo. Como tampoco lo es la dificultad de su sistematización y predicción, cuestión para la que economistas como Schumpeter concluyeron que cada fluctuación o ciclo económico es una unidad histórica irrepetible, como tantos otros fenómenos sociales. Por cierto, que este insigne economista destacaba también las contradicciones del sistema capitalista al considerar que era el mejor sistema para el progreso económico y, al mismo tiempo, que estaba destinado a su propio colapso, no siendo, sin embargo, partidario de ningún tipo de intervención del sector público en la economía, lo cual era perfectamente compatible con su idea de la destrucción creadora, atribuida a los empresarios por su capacidad de innovación.
En este tren, nuestros responsables autonómicos no han ejercido de maquinistas
Sin embargo, desde la perspectiva histórica, los gobiernos de uno u otro signo no parecen haberle hecho mucho caso a Schumpeter a tenor de las actuaciones contra-cíclicas más o menos acertadas con las que han pretendido suavizar la trayectoria de los ciclos. Claro que siempre hay excepciones y en el caso de la Comunidad Valenciana se ha seguido a Schumpeter al pie de la letra, con la no intervención pública en un sector inmobiliario cuya aceleración desde los primeros años del actual milenio se asemejaba a la de una locomotora sin control que solo ha sido capaz de detenerse con su propio descarrilamiento y consiguiente batacazo. En este tren, nuestros responsables autonómicos no han ejercido el papel de maquinistas, intentando moderar la velocidad, sino más bien de fogoneros, sobrealimentado la caldera hasta el punto de quedarnos sin el combustible que ahora nos vendría de perillas para activar otros sectores que tiraran de nuestra maltrecha economía.
Pero lo que no sabíamos entonces es que estábamos forjando una leyenda, efímera, pero leyenda al fin y al cabo, sobre todo comparándola con el momento presente, como muy bien nos ha explicado recientemente su principal protagonista, el ex presidente Zaplana, el cual presidió en aquellos años "el balance más positivo de la historia de la Comunidad Valenciana", según sus propias palabras. Claro que con el dudoso mérito de haber generado la deuda más monumental también de su historia. Genio y sobre todo figura la de Zaplana, al cual nunca le hubiéramos exigido en época de bonanza el diseño de nuevos trazados por los cuales dirigir y diversificar nuestra economía. Esta política de anticipación y previsión en una economía creciendo con pies de barro, pero creciendo en definitiva, era ciencia ficción para el ex presidente y puede que también para los agentes económicos que usufructuaban tan legendario momento, todo hay que decirlo. No se trataba pues de exigir políticas de excelencia en la dirección económica, no. Tampoco esperábamos que se aplicaran actuaciones contra-cíclicas que permitieran ahorrar y afrontar peores momentos en un futuro con el que nos acabamos de dar de bruces. Esto no cuadraría con el perfil desenvuelto y espléndido del ex presidente. Simplemente, se trataba de conducir prudentemente la maquinaria de la construcción y el turismo, la de toda la vida, sin acelerones ni excesos, hasta el momento de bajarse a tiempo en la estación de Madrid. Tal vez en ese caso la magnitud de la leyenda y sus ramificaciones no hubieran tenido el mismo brillo pero a cambio las arcas públicas no estarían tan llenas de telarañas.
Por otra parte, como todos ustedes saben, las marcas se establecen para ser inmediatamente batidas y aquí, que somos expertos en batir marcas de todo tipo, no íbamos a ser menos. De manera que después de dejar Zaplana el listón tan alto, se ha conseguido golpear sucesivamente la marca del endeudamiento público hasta conseguir batir también la marca de la tasa de desempleo en el conjunto del Estado. O dicho en términos menos épicos, el relevo protagonizado por Camps, sin aflojar un ápice en el saludable ejercicio de pedir prestado, nos ha llevado a un tiempo tan triste como lo fue para él (según nos aclaró en su día) el presidido por Lerma, allá por los ya lejanos, ay, años ochenta. Yo diría que bastante más triste, a pesar de que nuestro presidente se esfuerza en animarnos, anunciando el mantenimiento y ampliación de los grandes eventos. Es todo un detalle por su parte el intentar que no decaiga nuestro ánimo y buen humor.
Pero a lo que íbamos, en una situación como la actual en que corresponde gastar no se tiene el suficiente ahorro, mientras que cuando podíamos ahorrar gastábamos. Por tanto, no nos queda otro remedio que seguir también en esta ocasión a Schumpeter (esta vez por narices) y no hacer nada, esperando a que el nuevo sistema de financiación autonómica dé algún respiro o que se ajuste cuanto antes, por su cuenta y con el menor estropicio posible (esto último me temo que es mucho pedir) el binomio de destrucción creadora, ese oxímoron que nos legó el insigne economista austriaco.
Juan Usach es doctor en Economía.
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