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Columna
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Un descubridor

Antes de conocerle en persona, algunas de sus obras habían influido decisivamente en mí: The Spanish Labyrinth, The Literature of the Spanish People y, tal vez sobre todo, South from Granada (no se habían publicado todavía sus dos libros de memorias). Me parecían admirables la extraordinaria curiosidad del hombre, su amor a la Naturaleza (sobre todo a las flores), el tenaz empeño que había puesto en liberarse de su colérico padre militar, en huir del establishment que tanto destestaba, y en forjar fuera -como harían también Graves, Greene y Durrell- su obra literaria. ¿Fuera? Sí, pero con una condición insoslayable: cerca del Mediterráneo. El lugar soñado resultaría ser Yegen, el pueblo de la Alta Alpujarra granadina que hoy es meca para todos los que aman de verdad las "cosas de España", cosas que, después del estupendo Richard Ford, Brenan hizo conocer y apreciar alrededor del mundo más que ningún otro hispanista.

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Los otros laberintos de Gerald Brenan

Él quería, sobre todo, ser poeta. Lo fue, y meritorio. Y novelista. Pero la Guerra Civil intervino y, de regreso en Inglaterra, surgió el magno proyecto de indagar sobre las raíces del conflicto fratricida que había dejado arruinado y ensombrecido el país que él ya sentía como suyo. Y luego, o entretanto, fue el libro sobre literatura española, que tiene una frescura y trasmina un entusiasmo, muy ajenos al tono que suele caracterizar los manuales al uso. Brenan insistía en descubrir por sí mismo, e induce en el lector el mismo afán. Se habría llevado muy bien con Francisco Giner de los Ríos y sus colegas de la Institución Libre de Enseñanza. Le debo más de lo que podría decir. Sus restos yacen en el bello cementerio británico de Málaga, que es un jardín botánico como Dios manda. No le olvidamos.

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