La senda del mal
Barack Obama tomará posesión mañana, martes, en un momento en el que la imagen y el prestigio de Estados Unidos se encuentran en uno de los momentos más bajos de su historia. Curiosamente, lo primero que tendrá que hacer es intentar resolver una crisis internacional en la que uno de los aliados más firmes de Washington, Israel, se encuentra en una situación idéntica de pérdida de credibilidad internacional.
Tanto Estados Unidos como Israel ofrecen un buen ejemplo de hasta qué punto los altos ideales de una democracia pueden ser arrastrados por el fango al enfrentarse a las duras realidades de la política exterior y, muy especialmente, al hacer frente a situaciones en las que se percibe una amenaza existencial. La historia no es nueva, pues ya las instituciones representativas de la república romana sucumbieron ante el militarismo.
EE UU e Israel ofrecen un ejemplo de hasta qué punto los altos ideales pueden ser enfangados
Por ello, los padres fundadores de Estados Unidos, conscientes de que una política exterior agresiva pervertiría los valores de la democracia americana, pudiendo incluso llevar a la dictadura, abogaron por el aislacionismo. Y, sin embargo, Estados Unidos no se libró de convertirse en una república imperial: para los estudiosos de la política exterior estadounidense, la anexión de Puerto Rico marcó el punto de inflexión en el que, por primera vez, la república americana quebró su compromiso fundacional imponiendo su forma de gobierno a otros ciudadanos sin su consentimiento, y sin darles a cambio acceso a sus instituciones representativas.
Algo parecido ha ocurrido en Oriente Próximo. Hubo un tiempo en el que Israel gozaba de las simpatías de la izquierda europea. La memoria del Holocausto, el sionismo y el propio nacimiento del Estado de Israel se rodeaban de un indudable componente épico. Muchos jóvenes de la izquierda europea pasaron por los kibutzim, quedando fascinados por el socialismo cooperativista y agrario puesto en marcha por los israelíes. Incluso el Ejército israelí gozaba de un enorme prestigio, y no tanto por su capacidad militar, sino por ser la institución en la que mejor cristalizaba la idea de ciudadanía de un pueblo que nunca tuvo Estado pero al que la historia le forzó a aprender a defenderse.
Pero desde la Guerra de los Seis Días y la consiguiente ocupación de Cisjordania y la franja de Gaza, Israel se convirtió en una potencia ocupante, lo que implicó la necesidad de gobernar a otro pueblo, el palestino, obviamente sin su consentimiento. Por su condición de extranjeros y ocupados, los palestinos nunca tuvieron los derechos de los que gozaban los israelíes, lo que supuso la coexistencia bajo un mismo territorio de dos sistemas de gobierno (uno democrático, el otro autoritario) para dos pueblos distintos. Al hacerse la ocupación permanente, se abrió la espita que permitiría dar la vuelta a la historia, convirtiendo a los palestinos en el mismo pueblo sin Estado y sin derechos que los judíos habían sido históricamente.
A decir de muchos, ese régimen de ocupación y la posterior colonización basada en asentamientos constituyó el caldo de cultivo del racismo antipalestino, el militarismo y el fundamentalismo religioso en el que parece haber caído una parte de la sociedad israelí. De ahí que frecuentemente se planteen analogías entre el Israel contemporáneo y la Suráfrica del apartheid, impecables hacia dentro, implacables hacia fuera.
El silencio de Obama ante la crisis, especialmente su rechazo a sumarse a la unánime condena internacional acerca de la evidente desproporción de la actuación de las fuerzas armadas israelíes, ha supuesto una primera decepción para muchos. De igual manera, la tibieza de Hillary Clinton durante su proceso de confirmación en el Senado, al limitarse a apoyar el derecho de Israel a defenderse, también ha llamado la atención. Pero también podría entenderse de otra manera: Obama parece ser enormemente consciente de que la respuesta de Estados Unidos al desafío terrorista de Al Qaeda no ha hecho que su país esté más seguro.
En su fuero interior, Olmert, Livni y Barak también deben saber que su respuesta al nihilismo suicida de Hamás no ha hecho nada por mejorar la seguridad de Israel. Por eso, aunque parezca paradójico, la llave para la solución del conflicto podría esconderse detrás de la tibieza estadounidense: muy probablemente, el conflicto de Oriente Próximo no será resuelto por aquellos que se consideran puros y limpios de toda mancha, sino sólo por aquellos que sean conscientes de que han transitado la senda del mal. jitorreblanca@ecfr.eu
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