_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Miedo al contagio griego

El miedo al contagio griego ha conducido al Gobierno francés a aplazar la reforma de los institutos. La presencia de cada vez más manifestantes -y muy jóvenes- en las calles de las ciudades, el estallido de un número creciente de incidentes provocados por unos manifestantes que buscan el enfrentamiento, y las imágenes de los tumultos de Atenas circulando en bucle por Internet, son algunos de los elementos que han llevado al presidente Nicolas Sarkozy a pedir que por el momento se posponga la reforma.

A decir verdad, este temor a una explosión existe también en Italia -que acaba de salir de dos meses de manifestaciones y movilizaciones contra la reforma de la escuela-, donde hay un profundo malestar entre la juventud; e incluso en una España en vías de adaptación a las normas europeas cuyo Gobierno teme un levantamiento en masa de los estudiantes.

Tras años de universidad, los jóvenes descubren que su única perspectiva es un empleo subcualificado
En Europa se ha levantado un viento de radicalidad, sobre todo en la extrema izquierda

El temor al estallido de un movimiento amplio existe pues tanto en París como en Roma y en Madrid. Ahora bien, en nuestros países democráticos, es imposible controlar este tipo de movimientos con los medios policiales clásicos, a no ser a costa de granjearse la hostilidad de toda la población. Hay que hablar, explicar, convencer. Es lo que va a intentar hacer el Gobierno francés.

Lo cierto es que, sin detenernos en los problemas específicos del contexto griego -corrupción, estado desastroso de la educación, Gobierno pusilánime-, existen factores comunes que alimentan el profundo malestar de la juventud. En todas partes existe, en efecto, una especie de ruptura generacional que coloca a las generaciones activas ante su responsabilidad con las generaciones por venir.

Esos factores son numerosos. He aquí algunos de ellos. Para empezar, hay un abismo entre el poder de compra de los asalariados de 50 años y el de los de 30 Hace tres décadas en Francia, la diferencia era del 15%; ahora es del 40%. En los países latinos se habla de los mileuristas en referencia a unos salarios que son la única perspectiva de unos treintañeros diplomados a los que, precisamente, sus diplomas hubieran debido garantizarles unos empleos mejores y más cualificados. Es sin duda el factor más importante de la fractura generacional.

A los jóvenes cada vez les piden más diplomas para acceder al mercado laboral. Al final de una larga carrera universitaria descubren que, después de tantos esfuerzos, no tienen otra perspectiva que aceptar empleos subcualificados en relación con su nivel de estudios.

A esto se añade la práctica paralización de las oportunidades de ascenso social. Desde ese punto de vista, la generación que tenía 20 años en 1968 fue privilegiada; conoció una inserción inmediata en el mercado laboral y un ascenso rápido tanto en términos de carrera como en términos de poder de compra. Hoy, la inserción es tardía y deja poco margen para las perspectivas rápidas. También sabemos que tanto la cuestión de las pensiones como la del endeudamiento representan una carga para las generaciones futuras que la generación en el poder se niega a pagar y recae pues sobre las próximas. Éstas son algunas de las cuestiones subyacentes a las manifestaciones que se están produciendo.

Hay que añadir que en Europa se ha levantado por casi todas partes un viento de radicalidad, especialmente en la extrema izquierda, con aspiración a la violencia -cuyo origen se puede datar en torno a la cumbre altermundialista de Génova, violentamente reprimida-. Es un fenómeno que tiende a cobrar amplitud. Y que es casi mecánico desde el momento en que se combinan la renovación de la crítica anticapitalista, alimentada por los sobresaltos, a veces asombrosos (caso Madoff), de la crisis financiera y la presencia de un Gobierno de derechas (Sarkozy, Berlusconi) que permite polarizar la crítica. En Alemania, la tentación de la violencia resurge alrededor del rebrote antinuclear. Sólo cabe incitar a los Gobiernos a la prudencia y la vigilancia. Deberían tener presente que, como decía Mao Zedong, "una sola chispa puede incendiar la pradera".

Traducción: José Luis Sánchez-Silva

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_