Cioran salvado por la anticuaria
Un juez falla a favor de una comerciante que descubrió en el sótano del filósofo unos cuadernos con notas manuscritas
Hace casi once años, Simone Boulez, una anticuaria del Mercado de las Pulgas de París recibió un encargo corriente: acudir a una buhardilla deshabitada del Barrio Latino para limpiarla de trastos y basura, arramblar con todo lo que valiera algo, tirar el resto y dejarla lista a fin de que el propietario pudiera volver a alquilarla.
La mujer se fue con su yerno y comenzaron a expurgar en el desorden del piso abandonado. Incluidos los papelotes que se encontraban en el sótano. Mientras trabajaban, a la mujer le llamó la atención un jarroncito medio escondido en una alacena porque tenía una inscripción que decía "Simone y Cioran". A la anticuaria le gustó porque el nombre de ella coincidía con el suyo, no porque conociera al otro. Pero su sobrino le advirtió:
Los papeles encontrados son una suerte de diario desde 1972 a 1980
Los depositarios legales de la obra de Cioran se oponían a la subasta
-A mí me parece que éste es un escritor famoso.
Simone Boulez, que no sabía nada del escepticismo y la obsesión por la muerte del filósofo rumano, ni de su aversión a la fama y a la petulancia, pero que como buena comerciante callejera había desarrollado el olfato ante la bicoca y el sentido de la oportunidad, decidió entonces guardar los papelotes encontrados en el sótano.
Acertó. Hoy valen más de medio millón de euros. Son 18 cuadernos de espiral de la papelería parisina Joseph Gilbert que constituyen una suerte de diario del filósofo desde 1972 a 1980. En ellos se cuentan hasta cinco versiones sucesivas de una de las obras maestras de Emil Cioran, Del inconveniente de haber nacido. También hay bocetos de otros libros y frases, títulos desechados ("nostalgia del diluvio") pensamientos, aforismos, apuntes y notas. "Kandinsky sostenía que el amarillo era el color de la vida. A lo mejor es por eso por lo que ese color daña a los ojos", se lee en uno de estos cuadernos.
De cualquier manera, Boulez no los leyó, ni entonces ni ahora. Los apiló junto a restos de otros remates a la espera de su momento. Luego vendió la máquina de escribir de Cioran (y sus sartenes y cacerolas) en el Mercadillo de las Pulgas de Montreuil sin recibir un céntimo de más por haber pertenecido a un filósofo conocido.
Pasaron los años. Los diarios dormían en algún rincón del almacén de trapero de la anticuaria. Y un día de 2005, un subastador de obras de arte que conocía a Simone Boulez le comentó que iba a vender unos cuantos cuadernos de Céline. Ella le respondió: "Pues yo tengo unos de Cioran".
Pocas horas antes de que comenzara la puja, un juez la paralizó. Los depositarios legales de toda la obra inédita de Cioran, la biblioteca literaria Jacques Doucet, a quienes la mujer de Cioran les había legado todos los manuscritos, reclamaron los cuadernos. Y explicaron que cuando Simone Boué, la mujer del filósofo que murió en 1997, dos años después de Cioran, un grupo de personas, entre las que se contaban un notario, la hermana de la mujer del filósofo y el director de esta biblioteca se habían reunido en la buhardilla que la pareja compartió durante años.
Escudriñaron los escasos 50 metros cuadrados de la buhardilla, situada en el quinto piso del número 21 de la Rue de L'Odéon, a un paso del teatro, en una calle que aún conserva viejas librerías de libros raros. Consignaron un radiocassette, una televisión, un par de lámparas... El valor de todo no pasaba de 7.600 euros. Nadie bajó al sótano. Según el director de la biblioteca, Ivez Peyré, no tenían la llave.
Meses después, Boulez y su yerno acudían a la buhardilla con el encargo de dejarlo limpio.
El conflicto acabó en los tribunales. Y el primer asalto lo acaba de ganar la comerciante. Un juez acaba de fallar a favor de la anticuaria porque en su poder constaba un papel que la autorizaba a desembarazarse de todo lo que había en el piso. Sin ella, los diarios en litigio no existirían.
"No tenían más que bajar al sótano para verlos", dijo Boulez en el tribunal. El abogado de la biblioteca literaria Jacques Doucet, Jean-François Canat, asegura que va a recurrir la decisión amparándose en las contradicciones de la comerciante. El abogado de ésta, Roland Rappaport, sabe que la batalla será larga, que durará un año, pero confía en volver a ganar.
"El director de la biblioteca no quiso bajar al sótano para no mancharse las manos", dijo. "A Simone no le importó. Si Cioran pudiera vernos estaría de acuerdo con nosotros. El filósofo salvado por una chamarilera".
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