_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Escándalo

Almudena Grandes

Cuando me enteré de que existía un programa de televisión titulado Gran Hermano, me quedé atónita. No es posible, me dije, ¿a quién se le ocurriría escoger un nombre tan despiadado, tan cargado de siniestras evocaciones, para un programa de entretenimiento? La magnitud de mi error, que no le resta un ápice de acierto a ese emocionante, trágico canto a la vida y la libertad que Orwell tituló 1984, no necesita comentarios. El grado de obscenidad, de exhibicionismo trivial, de humillación consentida, de violencia verbal, de crueldad, de indefensión, que desde entonces se desarrolla sin contratiempos en casi todas las cadenas, tampoco.

El escándalo ha estallado cuando un hombre enfermo y valiente, desesperado por la certeza de que la vida que ha amado, la que querría seguir amando, se ha acabado para él, consintió que una cámara filmara su muerte voluntaria. ¿Fue eutanasia? ¿Suicidio asistido? Eso no importa mucho. Las palabras de Craig Ewert, su sencillo coraje, la intensidad de su adiós a la vida, el último beso que recibió de su mujer, el que dio a cambio, me conmovieron profundamente, como el supremo acto de voluntad de un ser humano libre, digno, responsable de su dolor y del que su existencia deparaba a las personas que amaba, y a las que odiaba ver sufrir.

Hace unos días, la BBC emitió el documental con la previsible controversia y el correspondiente ruido mediático. Mientras la serena muerte de Ewert ocupaba algunas pantallas británicas, en otras de medio mundo, un ejército de seres anónimos o famosillos vendían sus miserias por un poco de dinero, y se insultaban, y se pegaban, y lloraban, y se humillaban en directo sin ofender la sensibilidad de nadie. Porque estimular la obscenidad de la vida se ha convertido en la norma de un espectáculo donde ya no cabe la dignidad. Ni la de los vivos, ni la de los muertos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Almudena Grandes
Madrid 1960-2021. Escritora y columnista, publicó su primera novela en 1989. Desde entonces, mantuvo el contacto con los lectores a través de los libros y sus columnas de opinión. En 2018 recibió el Premio Nacional de Narrativa.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_