Jean Daniel y el verano invencible de Albert Camus
El periodista francés reivindica en un libro la vigencia de la obra de su amigo
Un día de 1953 sonó el teléfono en la revista Caliban, dirigida por un joven de 33 años llamado Jean Daniel. Al otro lado se presentó una voz: "Soy Camus". Acababa de iniciarse una amistad que sólo quebraría la guerra de Argelia: "Rompí con él porque no quería aconsejar una negociación con el Frente de Liberación Nacional", recuerda Daniel en Camus. A contracorriente (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores).
Los dos amigos sabían de qué hablaban. Ambos eran pieds-noirs, argelinos de origen europeo, pero el autor de El extranjero, que había defendido a los musulmanes cuando nadie en París se acordaba de ellos, se quedó solo reivindicando que el futuro de Argelia tuviera en cuenta a gente como ellos: "Quiero luchar por la justicia", decía. "No por la penitencia de los unos y la venganza de los otros".
Contra el pensamiento dominante en los cafetines de la rive gauche, Camus sostuvo siempre que el fin no justifica los medios: "Todos los argumentos invocados por los intelectuales para justificar la violencia contra los civiles inocentes implican la creencia en una violencia justa por parte de la historia. La represión francesa no tiene ninguna justificación. Pero, si luchamos por la justicia, hay que decir lo mismo sobre los métodos del FLN, que ve en cada francés de Argelia un representante del colonialismo opresor".
Pero ¿qué clase de opresor podía ser un muchacho como Camus, huérfano de padre y malviviendo en un barrio obrero de Argel junto a una madre analfabeta que trabajaba como mujer de la limpieza? Ésa es la pregunta que se hizo Jean Daniel durante la presentación de su libro en Madrid.
Lúcido e irónico (y afónico) a los 88 años, el director del semanario Le Nouvel Observateur, premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2004, añadió a la pobreza otra clave para entender la personalidad de su amigo: la enfermedad. El fantasma de la tuberculosis, "entonces incurable", le persiguió siempre. Cada crisis podía ser la última. Al final, el absurdo sobre el que tanto había escrito se cebó con él. En enero de 1960, tres años después de obtener el Premio Nobel, su coche se estrelló contra un árbol. En su equipaje llevaba el original de El primer hombre, una novela que su familia tardó 34 años en publicar pero que ya es una de las cumbres del siglo XX: "Como en todos los grandes libros, en éste se confunden el destino del autor, el destino de un país y el destino del ser humano", apunta Jean Daniel.
En aquel libro, que narra "el verano invencible" de un muchacho a medio camino entre la miseria y el sol, muchos descubrieron que Camus había padecido en África una historia que otros querían escribir desde la Sorbona. "Yo no he aprendido la libertad en Marx; la he aprendido en la miseria. Quince mil francos al mes y Tristán no tiene ya nada que decirle a Isolda. También el amor es un lujo", escribió.
Además del retrato de un hombre "intenso y austero, cálido y tenso, sensual y puritano" con el que se identificó sin fisuras -"era capaz de completar sus frases"-, y contra el tópico que lo limita al vuelo rasante del periodismo, Daniel reivindica al Camus pensador, alguien de la familia de Montaigne, Pascal y Nietzs-che, un intelectual "más ejemplar que doctrinario, más testigo que juez, más contagioso que persuasivo". En su opinión, el autor de El hombre rebelde supo decir no al espíritu de una época cuya herencia llena todavía los periódicos: la del colonialismo, los totalitarismos y el terrorismo: "Sólo siento aversión", decía, "hacia esos servidores de la justicia que piensan que únicamente podemos prestarle un buen servicio entregando varias generaciones a la injusticia". El tiempo le dio la razón. Tarde.
De ese tiempo habla el libro de Jean Daniel, que, Camus aparte, es también una intempestiva lección de periodismo, un aviso contra el "desquiciamiento de los valores": "La información decisiva consiste, en primer lugar, en la apuesta apasionada según la cual es posible interesar al lector y conseguir su fidelidad haciéndole pensar y, sobre todo, entreteniéndole sin halagar nunca su gusto por la pereza y la vulgaridad".
Babelia
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