Decepcionante apertura de la Scala
El coliseo milanés inaugura la temporada con un mediocre 'Don Carlo'
Con Don Carlo llegó la polémica. La amenaza de huelga de uno de los sindicatos había durado hasta la última semana. Son cosas que desgastan. El teatro presentaba este año como novedad una anteprima para jóvenes tres días antes de la tradicional inauguración el día de San Ambrosio. El tenor Giuseppe Filianoti se reservó para el 7 de diciembre, según ha manifestado airadamente, y el teatro, no satisfecho con su rendimiento vocal el día de los jóvenes, le sustituyó por Stuart Neill, que hacía también de Don Carlo pero en el reparto B. A esto hay que añadir el cambio a última hora, por una "indisposición", de Matti Salminen por Anatolij Kotscherga, como Gran Inquisidor. Cuatro jefes de Estado extranjeros asistieron a la representación. Venían de Albania, Eslovaquia, Ruanda y Togo. Las primeras protestas llegaron antes de comenzar el segundo acto y estuvieron dirigidas contra el director musical Daniele Gatti. Se reproducirían en el segundo intervalo y al final, aunque con menor intensidad. Venían de arriba, de los loggionisti. Los espectadores de platea no suelen silbar ni abuchear. Es poco fino, después de haber pagado 2.000 euros por la localidad. Gatti cerraba su año histórico después del éxito inaugurando el Festival de Bayreuth. Pero Wagner no es Verdi. El director milanés planteó un Verdi más sinfónico que lírico, más pesante que ligero. Abusó del volumen, en perjuicio de los cantantes y se movió arbitrariamente en los tempos. Obtuvo momentos de color, atmósfera y contrastes fabulosos, pero la representación adoleció de continuidad, fue desangelada por momentos, e incluso tediosa.
La representación estuvo por debajo de lo que en Verdi es deseable
Los cantantes estuvieron agarrotados. El sustituto Neill quizás sea más contundente y musical que el sustituido Filianoti, pero en escena es la antiteatralidad. No lo digo por su gordura sino por su pésima capacidad como actor. Ferruccio Furlanetto aguantó el tipo como Felipe II, pero sin pasión. Fiorenza Cedolins hizo una delicada Elisabetta con filados extraordinarios y una gran intuición melódica, pero dejó que desear en la expresividad dramática. Dolora Zajick se mostró poderosa como Éboli, aunque también vulgar. Dalibor Jenis pasó sin pena ni gloria como Rodrigo y Kotscherga no tuvo su día. Para una inauguración de temporada milanesa no es como para tirar cohetes.
La dirección teatral del francés Stéphane Braunshweig es sensible y minimalista. Añade un elemento psicológico con el desdoblamiento en la infancia de algunos personajes. Si la parte musical hubiese tenido más inspiración, seguramente habría pasado la escénica como correcta. Pero no estaba el horno para bollos conceptuales. Y así resultó fría y distante, con carencias en la dirección de actores. Verdi exige otro fuego más directo y comprometido que Mozart o Janácek, autores con los que este director ha conseguido resultados encomiables. La Scala hizo un gran esfuerzo de difusión de esta ópera que se pudo ver o escuchar en directo a través de varias televisiones, radios (como Radio Clásica), teatros y cines, tanto en Europa como en América. La ópera de nuestros días va por ahí y es importante que así sea. Pero lo fundamental, no lo olvidemos, es la calidad de las representaciones. La de Don Carlo, instalada en la corrección, estuvo varios enteros emocionales por debajo de lo que en Verdi es deseable.
Babelia
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