¿Por qué decimos financiero por crediticio?
Por qué decimos financiero cuando queremos decir crediticio? Algo similar apuntaba hace unos años Manuel Gómez Pereira en su película ¿Por qué decimos amor...? Es evidente que a veces en esta vida hay conceptos con los que para referirnos al todo nombramos sólo una de sus partes. Esta incorrección suele producirse cuando esa parte es muy relevante respecto al todo, y no me refiero aquí al título de la película de Gómez Pereira y a la corrección o no de lo que el director proponía. El objeto de este artículo es hablar sobre el sistema financiero español respecto a nuestro sistema crediticio.
Lamento profundamente haber truncado ya en este punto las ilusiones de aquellos que al leer la primera frase de este texto esperaban encontrar en la sección de economía un respiro al complejo entorno macroeconómico, en formato de artículo rosa.
Hay un nivel escaso de desintermediación y una pobre representación de la empresa española en Bolsa
Crecimiento y financiación de las empresas no debe pasar en su totalidad por los balances de la banca
Pasada la decepción, centremos el punto: por definición, el perímetro de todo sistema financiero incluye, además del sistema crediticio, aquellos mercados que suponen una desintermediación a través de la cual las empresas son capaces de captar recursos económicos directamente de los inversores (mercado primario) mediante la emisión de acciones, bonos, bonos convertibles, canjeables, warrants, etcétera. Todo ello para ser posteriormente admitido a cotización en un mercado secundario que denominamos Bolsa de valores.
España es un país donde las entidades de crédito (bancos y cajas de ahorro) han tenido y siguen teniendo una importancia capital en el modelo de financiación, no sólo de los particulares, sino también de las empresas. El crédito bancario es el elemento financiador más importante en nuestra economía. Y hasta tal punto es así que ha sorprendido estos meses ver cómo, a raíz de la crisis en el sector inmobiliario, algunas compañías han tenido que entablar arduas negociaciones con entidades financieras a fin de refinanciar unos créditos que, por sus importes, bien podrían haber sido emitidos directamente en los mercados de valores si nuestro sistema financiero global estuviera más desarrollado.
Ciertamente, el nivel de desintermediación es escaso, y ello tiene su reflejo en la pobre representación del tejido empresarial español en nuestra Bolsa. Únicamente alrededor de cien compañías tienen admitidas sus acciones a cotización, y de entre ellas, sólo un número muy reducido son capaces de emitir deuda a los mercados. Paradójicamente, un estudio promovido el año pasado por bolsas y mercados, donde se analizaban aquellas compañías españolas que por sus recursos propios, cifra de negocio y número de empleados podrían ser susceptibles de cotizar en el recién creado Mercado Alternativo Bursátil (MAB), apuntaba la cifra de 5.353. Algo lejos andamos...
"El milagro español" se gestó a través de la financiación que nuestras entidades financieras obtuvieron del sistema financiero internacional y que las primeras inyectaron en forma de créditos al tejido empresarial, en un momento en el que España estaba invirtiendo casi a nivel de país en vías de desarrollo, en entornos del 30% del PIB (una barbaridad en un sistema como el nuestro). Además, hay que tener en cuenta que, a grandes cifras, la tasa de ahorro de los españoles representa aproximadamente un 10% del PIB, lo que significa que hubo un 20% adicional que las entidades financieras tuvieron que obtener cada año en el exterior. Y, claro está, ahora hay que devolver esta financiación.
El informe de estabilidad del Banco de España del mes de abril habla de un saldo vivo de 847.000 mil millones de euros, de los cuales, afortunadamente, más de 500.000 millones de euros vencen a partir del año 2013.
Un elemento positivo en todo esto es que la falta de liquidez excedente de aquellos momentos en España hizo inviable invertir en el exterior, y por tanto, haber tenido exposición a los posteriormente calificados como "activos tóxicos". No fue éste el caso de algunos de nuestros vecinos en Europa, donde el crecimiento que se estaba produciendo no era tan significativo y algunos países contaban con tasas de ahorro mucho mayores.
Una de las primeras consecuencias de la falta de liquidez en el sistema internacional ha sido el aumento exponencial de las primas de riesgo (el precio al que se presta el dinero). Las instituciones financieras tienen en este momento dificultades para financiarse. Para ellas, el crédito es necesariamente más caro y, por tanto, deben ser mucho más exigentes a la hora de conceder créditos.
Sin embargo, si por las actuales restricciones crediticias de nuestro sistema bancario permitimos que las empresas hagan sus balances más pequeños, no cabe duda de que España perderá la posición de la que goza en el concierto económico global. En un mundo cada vez más globalizado, las empresas deben crecer y, para ello, el acceso a recursos propios va a ser una pieza clave en el desarrollo económico futuro de nuestro país, que permita afrontar ese crecimiento con menores ratios de endeudamiento. Es necesario que el crecimiento de nuestras empresas y su financiación no deba pasar en su totalidad por los balances de las entidades financieras.
En un entorno pasado de excesiva facilidad en el acceso al crédito, todo el sistema se habituó a lo fácil: acudir a las entidades financieras, solicitar financiación, obtenerla en condiciones más que ventajosas y crecer, crecer, crecer. Sin embargo, en un mundo con un crédito más escaso, más caro y más selectivo, "el resto" del sector financiero debe tomar el relevo al sector crediticio, y los mecanismos para hacerlo son ampliamente conocidos: la Bolsa y el capital riesgo. La importancia de promover la presencia de empresas en nuestra Bolsa no es nada nuevo. Sin embargo, dado el nuevo entorno y las nuevas reglas de juego en el tablero del sistema crediticio, es ya condición sine qua non promover que las empresas españolas acudan a los mercados de valores a buscar una financiación, a través de la emisión de acciones, que no van a obtener por la vía del crédito. La Bolsa es el principal instrumento de desintermediación, mediante el cual las empresas acceden directamente al capital de los ahorradores.
Este cambio necesario conllevará también una vuelta a la racionalidad, donde deberemos dejar de presenciar operaciones en las que fondos de capital riesgo adquieren empresas cotizadas para hacerlas de nuevo privadas (public to private) y regresar de este modo a lo que se enseña en las escuelas de negocio, sobre la función del capital riesgo como puente necesario de apoyo al desarrollo de las empresas a largo plazo, que finaliza su inversión a través de la salida a Bolsa de la compañía.
Lo esperanzador de este gran cambio indispensable es que España dispone de las herramientas necesarias para conseguirlo: un mercado de valores de los más eficientes del mundo y escuelas de negocio de reconocido prestigio internacional donde la banca podrá encontrar un capital humano altamente preparado para un mayor desarrollo de servicios de banca corporativa para el asesoramiento a empresas.
Pero este cambio de base no deberá correr a cargo exclusivo del entramado empresarial de nuestro país, sino que los inversores también deberán adaptar su operativa al nuevo marco, y España deberá habituarse a invertir en sectores distintos al inmobiliario y de ámbito más internacional.
Todo cambio genera riesgos, pero también oportunidades, y la crisis financiera internacional nos ha servido en bandeja una oportunidad inmejorable (e inevitable) de desarrollar un verdadero sistema financiero en España. Y ya de paso, corregir la incorrección lingüística con la que iniciaba este escrito y concluir que ni el sistema crediticio lo es todo en el sistema financiero, ni el sexo..., bueno, esto ya lo dejamos para otro día.
Xavier Adserà es presidente del Instituto Español de Analistas Financieros.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.