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Reportaje:

Abdú no sabe quién acabó con su futuro

El fracaso de la ONU y la debilidad de un Ejército mal pagado desatan una nueva guerra en el este de Congo

Oriol Güell

Abdú tiene 18 años, un cuerpo escuálido como si no hubiera cumplido ni 14 y la mirada ausente de un anciano. Deambula desde el pasado día 10 por el hacinado campo de refugiados Kigali I, en busca de noticias de su familia. No las consigue. El jueves, ni siquiera sabía si sus padres y hermanos fueron asesinados por los rebeldes tutsis del general Laurent N'Kunda o por el furioso Ejército regular en retirada. "Estaba fuera del pueblo cuando llegaron los rebeldes. Me escondí y no salí hasta que dejé de oír tiros. Unos vecinos me explicaron que mis padres habían muerto, que todo había sido destruido y que nos teníamos que ir a Goma".

El este de Congo se desliza de nuevo hacia la tragedia que en la última década ha dejado más de cuatro millones de muertos y una pesadilla de violaciones en masa y reclutamientos forzosos de niños. En una tierra tan fértil que da cuatro cosechas de patatas al año, la gente pasa hambre y la enorme riqueza del subsuelo -oro, diamantes, coltán...- sólo sirve para financiar las milicias que enquistan un conflicto al que un Estado ausente y unas Naciones Unidas impotentes son incapaces de poner fin.

La gente pasa hambre, pero el país tiene oro, diamantes y coltán
En 2006, la llegada por las urnas de Kabila abrió un tiempo de esperanza
"Hay que frenar a Ruanda y su apoyo al rebelde N'Kuanda", dice un experto
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"Sólo queremos volver a recoger nuestras cosechas"

La ofensiva rebelde de las últimas semanas ha sumido Goma -700.000 habitantes y fronteriza con Ruanda- en un estado de abatimiento. "¿Qué es lo que podemos esperar?", se pregunta Joseline, de unos 45 años, que regenta un puesto de telas en el mercado central de la ciudad, un laberinto de estrechas callejuelas de suelo de arena, puestos de tablas de madera y techo de planchas de zinc. Tiene 10 hijos y su marido, que trabaja en el catastro, hace tiempo que no recibe su salario. "Las cosas están mal desde los tiempos de Mobutu y no hay forma de que mejoren", se lamenta.

La milicia tutsi Congreso Nacional para la Democracia del Pueblo (CNDP) tomó Rutshuru, 75 kilómetros al norte de la ciudad, a finales de octubre y ya controla casi un tercio del Kivu Norte. La noche del 29 al 30, la milicia llegó a las puertas de la ciudad, víctima de la inoperancia de los cascos azules y de un Ejército en descomposición que huyó y se dio al saqueo. "Bajaron como hordas contra la población a la que deben proteger", recuerda el padre Alfonso Continente, misionero en Congo desde hace más de 20 años. "Fue espantoso. Al amanecer, contamos 16 muertos entre los vecinos. Pero nunca sabremos a cuántas mujeres violaron".

La ofensiva fue el último paso de la estrategia de presión sobre el Gobierno de Kinshasa del general N'Kunda, que poco a poco ha ido haciéndose con el control de un tercio del territorio del Kivu Norte. Incluso las agencias de la ONU y las ONG que trabajan sobre el terreno reconocen que N'Kunda maneja como quiere los movimientos y tiempos de esta guerra. "Si no tomó Goma fue porque aún no le interesaba. Quiere sentarse a negociar con el presidente Joseph Kabila y mientras éste no le reciba, N'Kunda dará pasos para mostrar su poder", opina Rosella Bottono, del Programa Muncial de Alimentos de Naciones Unidas en Goma. "Sus 6.000 hombres están mucho más motivados y mejor organizados que el Ejército. La mayoría de las veces, los combates duran el tiempo que los militares necesitan para recoger sus cosas y salir huyendo", admite un miembro de los cascos azules, que pide el anonimato.

Tras 22 años de tiranía de Mobutu Sese Seko (1965-1997) y dos guerras que desangraron el país entre 1997 y 2003, la llegada por las urnas de Joseph Kabila a la presidencia abrió en 2006 un tiempo de esperanza en Congo. Los acuerdos de Goma y Nairobi marcaron la hoja de ruta para la estabilización del país. Un primer paso era la creación del Ejército de la República Democrática del Congo, que debía integrar a la veintena de milicias existentes y ser un pilar del nuevo Estado en paz. Otro, el despliegue de 17.000 cascos azules -la Misión de Naciones Unidas en Congo (Monuc), la segunda mayor de la historia de la ONU tras la de Bosnia- para ayudar a pacificar el país. Y el tercero, la desmovilización por los dos anteriores de los 7.000 extremistas hutus de las Fuerzas Democráticas de Liberación de Ruanda (FDLR), los restos de los Interhamwe -"los que matan juntos"- que en 1994 acabaron con la vida de 800.000 tutsis y moderados hutus en Ruanda y desestabilizan desde entonces la región de los Grandes Lagos.

Pero dos años después, casi nada ha salido como se esperaba. El pasado mes de agosto era la fecha fijada para la desmovilización del FDLR, pero pasó el verano y la milicia hutu no sólo seguía armada, sino que algunos informes alertaron de que el Ejército congoleño, en lugar de combatirla, colaboraba con ella en la explotación de algunas minas de oro. Este fue el pretexto de N'Kunda, un tutsi que dice defender a su pueblo del FDLR, para levantarse contra el Gobierno congoleño.

Una de las causas del desastre ha sido la debilidad del Ejército de Congo. Los soldados no cobran -sus salarios se pierden en manos de sus oficiales- y, a falta de un lugar donde dejar a sus familias seguras, se las llevan con ellos a las zonas de combate. Una de las imágenes que definen la Goma de hoy son los poblados de míseras casitas de madera levantadas por los soldados para alojar a sus mujeres e hijos.

"La integración de las milicias en el Ejército no ha funcionado", admite un miembro de la Monuc. "La corrupción, la falta de recursos, la disparidad de etnias y la indisciplina llegan a niveles que hacen imposible hablar de un Ejército tal y como lo entendemos en Occidente".

Tampoco la propia Monuc, según todas las fuentes, ha estado a la altura de las circunstancias. "Despertamos expectativas que no podíamos cumplir", afirma Fritz Krebs, agente de la misión. "Se dijo que no íbamos a dejar caer poblaciones en manos de los rebeldes, cuando no tenemos los medios para evitarlo. Y se dijo que veníamos a mantener la paz tras el conflicto, cuando éste nunca terminó y no ha habido paz que mantener".

Rosella Bottone constata que ni siquiera está claro "hasta donde hay voluntad de aplicar el mandato de la Monuc". Según la Resolución 1.592/2005 del Consejo de Seguridad, la misión "está autorizada a utilizar todos los medios necesarios" para "evitar todo intento de emplear la fuerza a fin de poner en peligro el proceso y asegurar la protección de los civiles".

"Pero los rebeldes arrasaron el campo de refugiados de Kibumba sin que los soldados de la Monuc, que estaban al lado, intervinieran", explica Bottone. Tampoco los vecinos de Goma están muy agradecidos a los soldados de la ONU. "¿La Monuc? Parece que están aquí de turismo", exclama Iman, un estudiante de Geología en la Universidad de Goma. "¿Cómo se explica que 17.000 cascos azules y el Ejército no puedan detener a 6.000 milicianos tutsis?", se pregunta.

El mandato de la Monuc termina el próximo 31 de diciembre y Naciones Unidas está a la espera de recibir un informe que ha encargado para valorar su renovación. "Las conclusiones no son nada buenas", explica un funcionario que conoce su contenido. "Demuestra una falta de voluntad de muchos de los países que la integran para entrar en acción. Un ejemplo son los indios. Hace dos años, cuando un pueblo era atacado, intervenían con sus helicópteros. En la última ofensiva, con el Kivu Norte en llamas, los helicópteros ni siquiera han sido utilizados para proteger a la población".

Todas las fuentes consultadas en Goma ilustran el fracaso de la Monuc con la dimisión del general español Vicente Díaz de Villegas a finales de octubre, en plena ofensiva rebelde y sólo dos meses después de ser nombrado por el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon. "Alegó motivos personales. Pero en realidad estaba muy frustrado y no quería asumir la catástrofe que se avecinaba", afirma Fritz Krebs.

El informe en preparación para el Consejo de Seguridad también contiene pruebas que demuestran la intervención de Ruanda en el conflicto, según las fuentes conocedoras de su contenido: "La noche del 29 al 30 de octubre, tanques del Ejército ruandés dispararon desde la frontera contra los soldados de Congo para cubrir la ofensiva tutsi". La intervención de Ruanda, gobernada por el tutsi Paul Kagame y aliada de Estados Unidos, levanta ampollas en un Congo que no olvida como Kigali invadió dos veces el este del país a finales del siglo pasado. "Hay que frenar a Ruanda y su apoyo a N'Kunda o esto volverá a ser una guerra abierta", alertan fuentes de la Monuc.

La comunidad internacional se moviliza para intentar poner freno al avance rebelde. La ONU prepara el envío de 3.000 cascos azules suplementarios. También las organizaciones de los Estados de la región, como la Comunidad de Desarrollo de África Austral, han anunciado que están dispuestas a enviar sus propias tropas. Pero pocos de los que están sobre el terreno consideran que esto sea suficiente. "3.000 soldados más no van a imponer la paz", opina Fritz Krebs, de la Monuc. "Esto es una guerra de baja intensidad, intermitente o como se quiera llamar. Pero es una guerra y si se quiere parar hay que movilizar muchos más medios", afirma Rosella Bottono.

La respuesta de N'Kunda a todos estos anuncios es de una medida suficiencia. Ayer mismo, cuando no hace ni un mes que sus milicias tomaron Rutshuru, acudió a la ciudad a bordo de un coche de lujo con las lunas tintadas. Ante más de un millar de personas, desplegó toda la escenografía para demostrar que ha llegado a la zona para quedarse y nombró al nuevo gobernador de la ciudad.

Una niña con su sobrina a cuestas busca a sus padres de los que se separó mientras huían de Kiwaqnja (este de Congo).
Una niña con su sobrina a cuestas busca a sus padres de los que se separó mientras huían de Kiwaqnja (este de Congo).AP

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Sobre la firma

Oriol Güell
Redactor de temas sanitarios, área a la que ha dedicado la mitad de los más de 20 años que lleva en EL PAÍS. También ha formado parte del equipo de investigación del diario y escribió con Luís Montes el libro ‘El caso Leganés’. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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