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Unos hallazgos bajo sospecha
Columna
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'Frikis' en Veleia

Cada mundo tiene sus submundos, y a esa perogrullada no se escapa nadie. No hay excepciones. Ni siquiera la arqueología, un territorio presuntamente tan serio en el que no caben los Indiana Jones hollywoodienses. Lo del yacimiento de Veleia tiene sin embargo un punto chusco que resulta enternecedor. A juzgar por el informe de los expertos, la chapuza es de tal calado que uno no acaba de entender cómo se ha tardado tanto tiempo en desfacer el entuerto. Y aún entiende menos cómo los responsables de la investigación no repararon antes en el engaño, si las erratas de las inscripciones eran tan voluminosas como las anunciadas, donde convivían presuntos grafismos del siglo II con algo parecido a "ver fecha de caducidad al dorso".

Este asunto tiene un punto chusco que resulta enternecedor
Quizás todo tenga que ver con la necesidad de conseguir resultados
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Sin entrar en culpabilidades que quizá tenga que analizar el fiscal, cuando el caso sea remitido a los juzgados, lo cierto es que el asunto de Veleia parece inmerso en esa manipulación de la antigüedad que tan de moda se ha puesto en cines y librerías. A ese falseamiento de la historia se le llama ahora "novela histórica", que no es, generalmente, sino el manoseo de cuatro citas y cuatro datos para llegar a un lugar distinto del establecido: hijos y mujeres de Jesucristo (de cuya existencia, por cierto, nadie duda), manifiestos escondidos, códices abandonados, claves ocultas, todo un nuevo sortilegio de reliquias con el que escribir una novela de éxito en nueve semanas y media

Veleia es eso, pero, según el informe de los investigadores de la UPV, de serie B. Aquí el papel de Jesucristo, de las órdenes religiosas secretas, lo ocupa el euskera, como si el nacionalismo vasco tuviera algún interés en romper la magia que supone desconocer el origen de su lengua. Es todo tan burdo que inspira hasta piedad, si no fuera porque el daño que se inflige a la arqueología, a la filología y al propio yacimiento romano de Veleia es incalculable.

Quizás nunca se llegue a saber quién fue el grabador de esas inscripciones que mezcla mayúsculas y minúsculas, lemas del Tribunal de La Haya, palabras en italiano y en latín, chapuzas múltiples más propias de aquella serie de televisión, Los ladrones van a la oficina, donde todo era válido para mantener cada día la supervivencia, o de esos locales de antigüedades donde te venden una silla del siglo XV donde un rey se hizo un esguince.

Quizás todo tenga que ver con la necesaria consecución de resultados para la captación de fondos públicos o privados. La cultura, la historia, la arqueología, no digamos la música, están llenas de fraudes, copias o mentiras que han justificado una subvención o un libro o una canción de éxito. A eso algunos lo llaman errores informáticos y otros asociación de ideas. Total, ¿no dicen que todos tenemos un doble exacto en alguna parte? Total, ¿no hay gente que dice haber subido al Himalaya y no ha pasado del campo base de un cibercafé en Katmandú?

El fraude de Veleia tiene, sin embargo, ese punto friki que enamora. No sé si los responsables de las excavaciones en el yacimiento merecen un pescozón o un programa estelar de La Noria. Y no descartaría yo que entre las inscripciones en euskera de los trozos de cerámica no se haya ocultado alguna que ponga "Salda dago". En invierno es lo que toca.

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