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Columna
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El nuevo escenario internacional

La elección de Obama, así como el atentado del 11 de septiembre, trabados de manera más profunda de lo que se suele suponer, son acontecimientos sobre cuya relevancia histórica somos conscientes en el momento mismo de vivirlos. Cuesta hacerse a la idea de que el próximo presidente de los Estados Unidos sea un negro -cuando sus padres se casaron, en algunos Estados sureños este tipo de relación aún se consideraba delito- con una biografía en los márgenes que le ha llevado a conocer otras culturas, africana y asiática, pero sobre todo con un pasado más a la izquierda de lo que se presume tolerable, y no sólo en América.

Pero por grande que sea el peso de personalidades excepcionales, no modifican sin más las grandes líneas de la historia. Así como la revolución francesa estaba acabada, con o sin Napoleón, el proceso de decadencia en el que se halla inmerso Estados Unidos explica tanto el que Bush haya sido elegido dos veces, como el que el declive se haya agravado con su presidencia. Poco importa quién sea el presidente, la política estadounidense no tiene otra opción que acoplarse a las nuevas coordenadas internacionales que se han ido configurando desde el desplome de la Unión Soviética, cuando se creyó que, desaparecido el contrincante principal, ya todo el monte es orégano.

El mayor error [de EE UU] en los últimos 20años ha sido empeñarse en ejercer una hegemonía mundial

El mayor error de los últimos 20 años ha sido empeñarse en ejercer una hegemonía mundial, cuando la única superioridad indiscutible se ubica en el ámbito militar. Hace dos o tres años que el Gobierno sabe que, aun contando con el Ejército más poderoso del planeta, recurrir a la vieja política imperialista sirve de poco. Evitar conflictos bélicos y tratar de desactivar los existentes es una imposición objetiva que va más allá de la personalidad de cualquier presidente.

Estados Unidos ha de reconducir su política exterior en un escenario en el que en Asia se han consolidado potencias que compiten con éxito en otras esferas, en primer lugar, en la económica. En la crisis financiera de Estados Unidos, China estaría en condiciones de intervenir de la forma que le conviniera y la dependencia de los Estados petrolíferos del golfo Pérsico es obvia. Con el afán de mejorar su posición en una región de la que depende el rango que se ocupe en un futuro cercano, la Administración Bush llevó a cabo una política en Asia central que ha dejado como herencia Irak, Afganistán, países ocupados que no se controlan, y sobre todo Pakistán, en rápida islamización, de donde vendrán mayores problemas. Hay que reconocer los hechos como son, y nada habla a favor de que a corto plazo se encuentre una solución razonable. Afganistán llevó a la tumba a la Unión Soviética; ojalá la alianza europea-norteamericana en la región no tenga el mismo destino.

La política de asedio a la Federación Rusa la empuja a la órbita de China, que se afianza como la gran potencia del futuro. Tal vez como resultado de la mediación europea, interesada en mantener las mejores relaciones con Rusia, quepa pensar que Estados Unidos cese en su política de hostigamiento. Incluso no se puede descartar que renunciase a construir el escudo antimisiles y a seguir ampliando la OTAN. India todavía no ha definido el modo de su inserción internacional, pero nadie duda de que en los próximos años jugará un papel importante, así como otros países emergentes, por ejemplo Brasil en América Latina.

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El cambio más sustancial en la política exterior norteamericana se producirá en Europa. Por razones históricas y culturales -existe una civilización occidental a ambos lados del Atlántico- pero sobre todo económicas -son vitales las inversiones y exportaciones entre ambos- Estados Unidos no puede sino reforzar sus relaciones con Europa, que podría conseguir por fin el anhelado estatus de un verdadero aliado, tratado en pie de igualdad.

Lo malo es que esta meta se alcanza cuando ambas partes tienen que superar enormes dificultades para defender su posición en un mundo que ha dejado de ser occidental. A la debilidad de Estados Unidos se une la de Europa. Cabe que si hacen las cosas bien se potencien mutuamente, pero también que se hundan juntos. Para los europeos la cuestión fundamental es si la reconversión de las relaciones entre Estados Unidos y Europa lleva consigo el fortalecimiento del proceso de integración, congelado este último tiempo, y no sin alguna responsabilidad por parte de Estados Unidos, o bien prevalecerán las relaciones bilaterales de los Estados europeos con una potencia decadente, contribuyendo con ello al debilitamiento del mejor aliado potencial de Estados Unidos, la Unión Europea.

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